Pujols, conocido como el filósofo de la Torre de las Horas, su casa en Martorell, fue muchas cosas. Filósofo, menos, porque lo suyo fue la provocación. Dirigió durante la popular publicación Papitu, auténtica verdulería en referencia al contenido verde de la misma. Acuñó la célebre expresión de que llegaría un día en el que los catalanes lo tendríamos todo pagado por el simple hecho de serlo. Convencido, juraba que sería más importante ser catalán que millonario.
Este hombre, admirado por Dalí, José Pla o Néstor Luján entre otros, se empeñó en endilgarnos sus conceptos filosóficos que, francamente, son aburridos y sin interés. El Concept General de la Ciencia Catalana, o el Hiparxiologio o Ritual de la Religión Catalana son prescindibles. Si quieren aproximarse a su visión filosófica, lean directamente a Milton, Nietzsche o Santo Tomás de Aquino, sus influencias. Pero, a pesar de todo, creó algo que ha perdurado más allá de su Sumpéctica o Ciencia de lo Concreto que, modestamente, rebautizó como la Ciencia del Todo. Nos referimos al Torrismo.
Esa filosofía recoge una cierta manera de vivir la vida y pasárselo lo mejor posible. En una conversación con su buen amigo Lluís Callén, un señor estupendo, burgués con posibles, que dilapidó su fortuna en galanterías varias y cenas con señoritas – cosa admirable – le explicó el meollo del asunto. El torrista – Pujols vivía en lo que llamamos en mi tierra una torre y que podría traducirse por hotelito, casa en las afueras – debe levantarse de la cama no antes de las dos de la tarde, almorzar como Dios manda, jugar una partida de cartas en el café y después, avanzada la tarde, darse un garbeo por las Ramblas, cenar en algún buen restaurant, acudir de nuevo al café, gastarle alguna broma pesada al primero que se ponga a tiro, charlar hasta la hora del resopón y, si no se presentan mayores contingencias, irse a dormir cuando el sol sale y los obreros caminan medio dormidos para acudir a las fábricas.
Cataluña está en manos de los torristas, estimados lectores. Gentes que se levantan tarde y se acuestan tarde por no hacer nada, que comen, ríen y gastan bromas pesadas entre frases divertidas y risitas burlonas
Es un programa que no desdeñaría ningún señorito aunque, francamente, hay que tener el bolsillo próvido para mantener una vida tan muelle, despreocupada y alejada de cualquier conato de interés por lo social, como definían entonces a la cosa pública. Ni que decir tiene que Pujols era catalanista acérrimo, que pasó la guerra en Barcelona y que, tras un breve exilio, volvió a la Ciudad Condal donde con un mes en la cárcel Modelo bastó y sobró para que las autoridades franquistas le permitieran volver a la Torre de las Horas, devastada por los suyos, y proseguir con sus artículos. Pues bien, ahora que tenemos a un Torra ocupando la presidencia de la Generalidad hasta que algún juez decida si se aplica su inhabilitación o lo hacen santo, yo veo a mucho heredero de esa filosofía. Cataluña está en manos de los torristas, estimados lectores. Gentes que se levantan tarde y se acuestan tarde por no hacer nada, que comen, ríen y gastan bromas pesadas – en este caso a la ciudadanía – entre frases divertidas y risitas burlonas. Personas que, como Pujols, frecuentan el Ateneo Barcelonés, no conocen penurias y han encontrado una filosofía superior y, claro está, catalana.
Ese torrismo es el que ahora, modestamente, quisiera denunciar. Porque ante los tiempos que ya tenemos aquí, de enorme necesidad y privación entre las clases medias y ya no digo las trabajadoras, el torrismo será cada vez más evidente en la vida. Veremos a la sociedad dividida entre unos pocos que viven a cuerpo de rey a costa de muchos que sufren todo tipo de crujías; asistiremos al espectáculo de los que, si no eres de los suyos, solo te otorgan el derecho a morirte de cara a la pared; incluso si se les pidiera que rindiesen cuentas, saldrían del trance, como ya se ha visto en los últimos tiempos. Algunos encarcelados que han visto sus penas suavizadas a la que han pisado cárceles catalanas, y el resto viviendo como siempre. A mesa puesta.
Es el torrismo en su más descarnada versión, una en la que Laura Borrás dice que la Justicia la persigue por motivos de Estado y no por investigar presuntos negocios turbios cuando era la responsable del Institut de les Lletres Catalanes. Esa es otra característica de los torristas: si exiges explicaciones eres facha, españolazo y botifler.
Eso ya no es filosofía, eso es la piedra filosofal, capaz no ya de transmutar el plomo en oro, sino un delito común en causa política. Torristas, vaya.