Hay un hecho incontrovertible e insólito: el 99% de los corresponsales de los medios españoles en Estados Unidos detesta a los Estados Unidos y todo lo que representa aquel gran país, que es tierra de oportunidades, aquella en la que todavía puedes ver realizados tus sueños, y en la que los principios que inspiran el espíritu de la nación son la libertad, la economía de mercado y el sistema capitalista. Estos principios, que constituyen el legado de los padres fundadores de América, tienen consecuencias. Allí la competencia es feroz, para triunfar hay que trabajar duro, la meritocracia brilla en todo su esplendor y aunque la vida no es fácil, la mayoría de la gente sabe y acepta la responsabilidad en su propio destino personal y desconfía de la intervención del Gobierno, de los subsidios y de las ayudas públicas, que considera generalizadamente un posible foco de corrupción. Igual que siempre alberga una sospecha más que razonable sobre quienes, pudiendo ganarse el pan por sus medios, han decidido vivir con el apoyo del ogro filantrópico, que diría Octavio Paz.
Todas estas cuestiones son las opuestas al ‘dulce farniente’ europeo. Aquí en el Continente, la aspiración mayoritaria de los ciudadanos es que el Estado socorra todas las necesidades sociales, por peregrinas que sean, y el objetivo principal de gran parte de la gente es convertirse en funcionarios a cargo del Tesoro Público. Lo peor, desgraciadamente, es que nuestros líderes y la opinión pública de manera abrumadora piensan que este modelo cancerígeno es superior moralmente al atlántico, y para ello los soldados del ejército de la corrección política se disponen con toda su impedimenta y bagaje a destruirlo sin clase alguna de escrúpulo, incluso arrasando con la verdad y con los hechos manifiestos.
Cuando el director de un periódico español o de un canal de televisión se plantea elegir a un corresponsal o enviado a EEUU utiliza el proceso de selección adversa: tiene que ser alguien técnicamente competente, eso sí, pero ideológicamente irreprochable, es decir, tiene que ser un izquierdista conspicuo dispuesto a retorcer la realidad lo que haga falta para consolidar a la audiencia en sus prejuicios, debidamente alimentados reiteradamente con delectación por los propios medios. El resultado lógico de este proceso deletéreo es que las informaciones que llegan a nuestro país procedentes de Norteamérica están absolutamente manipuladas y torturadas por la mente retorcida del periodista izquierdista de turno. Aquí en España jamás sabemos lo que pasa allí de verdad porque lo que nos cuentan es básicamente falso, ‘fake news’ pero desde tiempos inmemoriales, antes de que se inventara este adjetivo para hablar del fraude informativo a gran escala.
Nunca está de más insistir en que durante la gestión de Obama, Estados Unidos perdió su papel de referencia mundial en política exterior
Naturalmente, a veces la izquierda gasta algún grado de compasión interesada, y durante los años de la Presidencia de Obama, que era negro y progre, se produjo una tregua notable, que duró los ocho años de uno de los mandatos más pobres en resultados de aquel gran país, pero que aquí, donde a la vez gobernaba Zapatero, fueron vendidos como una suerte de conjunción astral por la que dos genios de la política habían coincidido temporalmente con la misión divina de arreglar el mundo. Sobra decir a qué nos condujo Zapatero, pero nunca está de más insistir en que durante la gestión de Obama, Estados Unidos perdió por completo su papel de referencia mundial en política exterior, y que la confianza de los americanos en el país como tierra de oportunidades decayó gravemente, hasta el punto de condenar a los demócratas, luego encabezados por Hillary Clinton, una de las políticas más detestadas de América, a la postración en la que ahora están enlodados.
Pasada aquella tregua circunstancial, el triunfo de Donal Trump en las últimas elecciones legislativas actuó como un verdadero resorte para toda la progresía mundial. Jamás aceptaron su victoria y no han dejado de combatirla un solo día desde entonces, aunque el nivel de su fracaso crece por momentos, de modo que mi opinión es que hemos llegado a un punto de no retorno. Durante el último año y medio la prensa española, y todos los canales de televisión, han gastado ríos de tinta y miles de horas de audiencia para desacreditar a Trump con motivo del ‘impeachment’ o proceso de destitución impulsado por los demócratas, y principalmente por Nancy Pelosi, la presidente de la Cámara de Representantes, que es una señora de edad provecta sólo animada por el resentimiento y la ira. Todo el mundo con un mínimo de información y dos dedos de frente sabía que era un proceso destinado al fracaso, no sólo por la mayoría que los republicanos tienen en el Senado, que es la institución que finalmente debía dar el OK, sino porque todos los argumentos empleados contra Trump eran inconsistentes y frágiles. Nadie con dos dedos de frente puede pensar que Trump, que es un americano de pura cepa, pueda forjar una alianza con la Rusia de Putin, que es el enemigo que batir en política exterior y de defensa -pues en lo económico no hay duda alguna sobre la hegemonía mundial-, para obtener y conservar su presencia en la Casa Blanca.
'Tamayazo' en el Senado
A pesar de las evidencias, los medios españoles no han ahorrado esfuerzos en tratar de infundir esperanzas en la opinión pública de que el fin de Trump estaba cerca, de que las pruebas contra él eran irrefutables, y de que en el Senado podría producirse una suerte de ‘tamayazo’, o sea que algún senador republicano con la cabeza nublada el día de autos fuera desleal al presidente. Y bien, ¿qué han hecho los periódicos españoles, sus corresponsales en Washington y en Nueva York, y las cadenas de televisión, cuando Trump se ha salvado del ‘impeachment’? Nada que les honre. No han pedido perdón por haber tenido engañados a su audiencia durante tanto tiempo. Se han limitado a hacerse eco del enorme suceso como si fuera un breve, una información sin trascendencia.
La absolución de Trump tuvo lugar casi al mismo tiempo que cuando el presidente se dirigía al Congreso en su tradicional discurso anual sobre el Estado de la Unión. ¿Han podido leer o escuchar ustedes en algún medio español cualquier clase de relato sobre tan importante discurso? ¡Qué va! La noticia ha sido que la perversa e iracunda Nancy Pelosi rompió en trozos los papeles de Trump en señal de disgusto por sus palabras, aunque yo más bien diría que por sus éxitos, que ningún progresista del mundo podrá jamás admitir ni aceptar.
Una economía en alza
Pero los éxitos de Trump son notorios. La economía ha exhibido durante sus más de tres años de gobierno una fortaleza insultante, el desempleo está en mínimos históricos, las bolsas llevan mucho tiempo en máximos y el índice de confianza de los ciudadanos en la marcha y en el futuro de la coyuntura es de los más altos de la serie histórica. Trump ha logrado detener el crecimiento de la inmigración irregular, ha bajado los impuestos a los ricos y a los pobres y ha impulsado una política exterior guiada por la recuperación del respeto a la mayor potencia militar del mundo, presionando a Europa para que invierta más en defensa y tratando de combatir con la mayor efectividad posible al Estado islámico y al régimen iraní.
Como soy liberal, jamás estaré del lado del proteccionismo comercial, pero también he de reconocer que nunca agradeceremos lo suficiente que Trump haya plantado cara de una vez por todas a China, que lleva décadas pirateando nuestra tecnología, robando literalmente nuestros descubrimientos, comerciando deslealmente con el mundo e impidiendo la entrada de nuestros productos y servicios allí. O sea, jugando con las cartas marcadas demasiado tiempo gracias a la pasividad lacerante de la acomplejada e inoperante Unión Europea. Tampoco agradeceremos lo preciso que Trump sea un adversario frontal del socialismo, que considera una ideología nociva incapaz de generar riqueza y prosperidad general.
Nada de estos hechos incontrovertibles leerá usted en la prensa española, ni escuchará en las televisiones. Los medios siguen determinados a falsear la realidad y comprometidos con tratar de que Estados Unidos se parezca cuanto más posible a Europa -algo que por cierto ambicionaba Obama-; confabulados para hacer de América un país socialista. Pero jamás por suerte Estados Unidos será un país socialista porque Trump va a arrasar en las próximas elecciones -algo que le ocultarán hasta que se produzca el suceso nuestros corresponsales allí- y porque los que vengan después seguirán honrando el inestimable legado de los padres fundadores.