Yo veo a Pedro Sánchez y a sus ministros por la televisión luciendo guantes y mascarillas. Y veo también que hay expertos -expertos sin nombre apellidos, claro- que aseguran que el uso de las mascarillas hubiera evitado mucho sufrimientos y miles y miles de infectados. Yo veo al sobrepasado ministro de Sanidad, siempre tan encorbatado, serio y circunspecto, decirme que el Gobierno está sopesando la posibilidad de obligar a los ciudadanos a usar las mascarillas cuando salgan. Y entonces yo me paso el fin de semana yendo a las farmacias a las que por el confinamiento puedo ir, y lo que me encuentro en todas ellas es un cartel en la puerta en la que dicen que no tiene mascarillas ni guantes ni geles. Y en algunos establecimientos tampoco termómetros. Veo al boticario cansado y aburrido de esta murga y de tantas preguntas sobre un material que ni tienen ni, como uno de ellos me dice, cree que vaya a tener. Busque en otros sitios, me dice. Y yo, que me huelo la respuesta, me ahorro la pregunta.
El hombre de la bata blanca está molesto porque hay quien le ha dicho que se las guarda, que no las quiere vender. Y yo veo que hay otras personas que han ido a lo mismo que yo. Y veo que, como yo, no entienden nada. O que lo entienden todo y se lo guardan y se lo comen y no lo digerirán hasta el día en que puedan soltar semejante bola frente a una urna. Qué ganas de votar siente uno tras dejar la botica y la cara del boticario que, harto, reprende a los ciudadanos con un ¡pero no han visto lo que dice el cartel!
Sí, lo hemos visto, dice una señora, pero también hemos visto al presidente con mascarilla y guantes, y a sus ministros, y hasta el Rey, todos ellos muy bien pertrechados con lo que ahora la OMS está a punto de decirnos que es un material esencial. Y entonces la señora pregunta sin mirar a nadie, con simpleza pero con gran determinación,
-¿Acaso soy yo menos que estos?
¿En qué país vive, ministro Marlaska?
Y veo a un Gobierno refractario a la libertad de información, hundido en el chapapote del desorden y la improvisación y mandando a sus ministros a ver cómo colocan en la prensa regional lo que ya no compra la de Madrid. Van los del PSOE, porque el grupo de ministro anfibios a las órdenes de Iglesias llevan su guerra aparte. Están en las ideas, no en las soluciones.
Y así Grande-Marlaska, en otro tiempo un hombre sosegado y respetuoso con las formas y la verdad, se va a El Correo de Bilbao para decir que “este gobierno no tiene ningún motivo para arrepentirse de nada”. O tuvo un mal día, o se equivocó de país. O no lee la prensa. O no pone la radio. O no es ya ni la sombra de lo que un día fue. Eso que le debe a quien le ha nombrado. Pura perturbación. Lo suyo está diagnosticado por la neurología: pura ataraxia.
Pero veo a Margarita Robles, probablemente la única ministra que merece ese nombre, asegurar que han cometido fallos pero que tratan hacerlo lo mejor que pueden. A lo primero, sí; a lo segundo, no. Y en todo caso, a mí, y creo que a muchos ciudadanos, el reconocimiento de los errores me tiene sin cuidado porque los muertos muertos están y el estropicio económico ya está hecho. Yo sólo quiero que arreglen esta desgracia y este caos creado en buena medida por la impericia y la chulería de un grupo de ministros y ministras que cada día lo primero que hacen al despertar es darse pellizcos para confirmar que son ellos, que son ministros, y ministras, de verdad. Que están nombrados. Y nombradas.
Una triquiñuela infame
Y ahora Sánchez sugiere la conveniencia de unos nuevos Pactos de La Moncloa. Una mentira con categoría de trola. Primero porque para que esos pactos sean posibles ha de haber un escenario, un ambiente preparado por el Gobierno a base de sondear y no engañar a la oposición. Fuentes Quintana y José Luis Leal se trabajaron bien aquellos pactos, crearon ese clima con los empresarios y aquello se pudo firmar. Aquí lo que tenemos es a una ministra comunista vestida de rojo y muy fashion que no sabe explicar a los niños lo que es un ERTE y trata a los empresarios como bultos sospechosos.
El presidente esboza los pactos para ganar tiempo, pero sabe que son imposibles. Y en todo caso, ¿cómo se pasa de no hablar y de engañar a Pablo Casado y esperar a continuación el apoyo de éste? Y hasta puede que el presidente no sepa que los Pactos de La Moncloa eran políticos y económicos, y que estos últimos trajeron ajustes y sufrimiento, pero enmendaron claramente nuestra economía. Y lo que yo veo es que es literalmente imposible que en Podemos acepten recortes en el gasto público por muy necesario que estos sean. No perdamos el tiempo. Es mentira. Una más. Eso de los pactos es un invento a la altura de palabras y conceptos miserables como ese de la hibernación de la economía o el bolivariano escudo social del que hablan en Podemos, que no es otra cosa que puro maquillaje y efecto placebo, dicen con razón en la tertulia de Juan Pablo Colmenarejo en Onda Madrid.
Y en todo caso, de qué pacto hablan cuando el ministro Ábalos ya dice que con todos menos con Vox. Es verdad que los de Santiago Abascal se equivocan no hablando con Pedro Sánchez. Ese error ya lo cometió Albert Rivera con los resultados conocidos. Hay que dialogar hasta con el demonio, sea para decirle no, sea para decirle lo que nadie le dice a la cara. Pero Sánchez no quiere pactos. Ni está en ello. Ni sabe lo que ese verbo significa.
El Gobierno lo sabía, pero sólo ellos
No perdamos más el tiempo. Y menos con un presidente sobrepasado que alertó de los riegos del virus antes a sus ministros y altos cargos que a los españoles. Pedir humildad a este presidente es cambiarle su naturaleza en dos minutos. Por lo general quien no sabe lo que es esa cualidad ignora el significado de la verdad. Un incauto sería Casado si cree que con semejante persona se puede pactar algo.
Y por cierto, señor ministro del Interior Fernando Grande Marlaska, ¿cuándo podríamos preguntarle si fue usted uno de los que recibió la circular el 3 de marzo en la que le advertían de la conveniencia de evitar desplazamientos, reuniones presenciales, separación de uno o dos metros entre personas? La recibió el 3 de marzo, una semana antes antes que los 47.000.000 de españoles que estamos confinados en nuestras casas. Ya, ya señor Grande Marlaska, no hay nada de qué arrepentirse. ¿Nada?
Y mientras nos enseñan en la televisión a los viejecitos de 98 años que se han curado. Aplausos, vivas. Nos cuentan la historia de un matrimonio de nonagenarios que tras estar a punto de morir han vuelto a la vida. Más aplausos, más vivas. Y no me parecería mal si las misma televisores fueran contando las historia de los que van muriendo, o han sido llevados a paliativos. Ese horror del que el buen alcalde de Madrid Martínez Almeida ha visto en la morgue del Palacio de Hielo y no podrá olvidar en su vida. No tengo palabras, asegura. Ni él ni nadie las tiene.
Y un ruego. Dejen de llamarnos héroes porque nos obligan a estar en nuestras casas. No somos héroes, si acaso prisioneros de un virus que vino de China y se ha aliado con la estulticia gubernamental de España. Este pobre y castigado país.