Opinión

La vergüenza como virtud política

Aparte de su afición por mentir, los sinvergüenzas como Johnson no se sienten atados por normas social

  • Boris Johnson, a las puertas de Downing Street -

La dimisión de Boris Johnson ha sido como toda su carrera: un sainete absurdo. El se-supone-que-pronto-ex-primer-ministro británico ha sido siempre una criatura atípica incluso para los excéntricos estándares de la aristocracia del país. Johnson es alguien que es capaz de combinar pedantería, erudición, racismo, vulgaridad y un burlarse de sí mismo constante en dos frases. Alguien que tiene a la vez una altísima idea de si mismo hasta rozar la megalomanía y ser patológicamente incapaz de tomarse nada en serio.

En la Europa de postguerra, hay muy, muy, muy pocos políticos que hayan hecho tanto daño a su país como Johnson. Criatura política con un talento innegable, su cinismo fue uno de los motores que precipitó el referéndum sobre el Brexit y su inesperada victoria. Johnson, convencido de estar destinado para la gloria, hizo la vida imposible a dos primeros ministros hasta echarles del cargo, sin prestar a las atroces consecuencias económicas y políticas de haber convertido una de las democracias más estables del mundo en un circo. La salida de la Unión Europea es sólo una parte del atroz legado de Boris y su carrera política.

Lo que ha hecho de Johnson un político capaz de sobrevivir multitud de crisis, una tras otra, hasta que sus compañeros de partido tuvieron que sacarle casi a rastras de Downing Street es, por encima de todo, su completa falta de vergüenza.

La vergüenza, el miedo a ser humillado o denostado por aquellos que nos rodean, es una de las reacciones humanas más sanas socialmente. La mayoría de las personas que no son sociópatas amorales como Johnson sienten una profunda aversión a ser señalados y ridiculizados por aquellos que les rodean. Los soldados, se dice, se alistan por patriotismo, pero no huyen por temor a decepcionar a sus compañeros. Muchas normas sociales se cumplen por el mismo motivo; nos da vergüenza que nos pillen haciendo algo indebido. La humillación es más poderosa que el castigo.

A gente como Boris no sólo no les importa que les pillen mintiendo, algo que hace constantemente, sino que no sienten el más mínimo remordimiento al hacerlo

Cuando un tipo como Johnson se mete en política, sin embargo, los mecanismos políticos de nuestras democracias dejan de funcionar como deben. Primero, porque a gente como Boris no sólo no les importa que les pillen mintiendo, algo que hace constantemente, sino que no sienten el más mínimo remordimiento al hacerlo. A los sinvergüenzas de pura cepa, la verdad les trae sin cuidado; las palabras son simples instrumentos para salirse con la suya, no herramientas para discutir sobre ideas, hechos, o realidades. El extraordinario cinismo de la campaña del Brexit, con sus constantes invenciones, ideas absurdas, y promesas irrealizables es el fruto de esta actitud vital.

Aparte de su afición por mentir, los sinvergüenzas como Johnson no se sienten atados por normas sociales o legales. Un político normal, cuando hace algo que es visto por los votantes como poco ético, fraudulento, indeseable o escandaloso, retrocede, se esconde, intenta disculparse. La censura pública les duele, y temen las consecuencias de sus actos, incluso sin tribunales de por medio. Boris, sin embargo, nunca ha tenido esos reparos; las normas y las leyes son para cobardes y piltrafillas, y todo lo que no te envíe a la cárcel es perfectamente aceptable. Mientras mantenga el poder y se salga con la suya, un sinvergüenza hará lo que le plazca; el único lenguaje que entienden es el puro poder político.

La carrera de Boris ha sido un ejemplo de manual de estos dos comportamientos. Alguien que ha mentido sin cesar toda su carrera, que ha se ha saltado todas las normas, ha sido desleal, ruin, soez, amoral y traicionero, y nunca, nunca, nunca ha sentido el más mínimo remordimiento por ello. Boris es y ha sido siempre un cretino, y deja el cargo como tal.

Todo el mundo que le hubiera leído, visto o escuchado durante más de cinco minutos podía ver con claridad qué clase de persona era. Cielos santo, su peinado bastaba para ello

El verdadero escándalo de todos estos años, sin embargo, nunca ha sido Johnson. Todo el mundo que le hubiera leído, visto o escuchado durante más de cinco minutos podía ver con claridad qué clase de persona era. Cielos santo, su peinado bastaba para ello. Lo escandaloso, y deprimente, han sido todos esos políticos dentro del partido conservador británico que, sea por ambición personal, sea por ingenuidad, sea por parecidas dosis de cinismo, han seguido a Boris, votado por él, apoyado sus ideas, y aplaudido cada una de sus estupideces hasta llegar a este momento.

Allá por el 2016, en una entrevista con Anne Applebaum, Johnson le explicó lo ridículo de la idea de Brexit. “Ninguna persona seria quiere dejar la UE,” decía. “No va a suceder." A Boris, el futuro de su país siempre le ha importado un comino. El problema para los británicos es que su desvergüenza, su cinismo, sí tienen consecuencias.

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