Viajar es quizás la forma más pura de libertad. Coges los bártulos estrictamente necesarios -aunque siempre cogemos más de lo que necesitamos- y te trasladas a otros mundos en el espacio pero también en el tiempo. Desde el soñado viaje a algún confín del planeta hasta los días de playa y chiringuito, viajar te alimenta, te enriquece y te hace más libre. Es obvio que el confinamiento nos ha quitado este placer pero, como hay que hacer de la necesidad virtud, aún podemos refugiarnos en los álbumes de fotos.
En estos días de reclusión se ha convertido en una costumbre sana y bastante extendida rescatar ese viejo álbum de la estantería o el armario para contarle al niño lo felices que fuimos -o, mejor, lo felices que recordamos que fuimos, porque el recuerdo siempre es más almibarado que la realidad-. Ejercitamos la memoria -aunque hagamos un poco de trampa- y nos trasladamos a aquellos días de vino y rosas para huir de esta apocalipsis imprevista.
Mirar las fotos en el móvil o el ordenador también tiene su encanto, pero la verdad es que no llega a la satisfacción que nos procura el álbum físico. La cosa mejora si se trata de uno de esos álbumes tradicionales, que por cierto parecen en peligro de extinción, con tapas vetustas, olor a cerrado e imágenes de lo que fuiste. Sea como sea el formato, lo coges, lo desempolvas y regresas a tu pasado. Alguien escribió que "viajar es regresar", así que de alguna manera al repasar aquel viaje o aquella boda también estás viajando, aunque sea desde tu sofá. O sea, examinar esas fotos es otra forma de salir de casa.
Comento esto porque este martes, trigésimo primer día de confinamiento, andaba repasando fotografías de la Semana Santa de 2019, cuando nuestro pequeño vio el mar por primera vez, y me repetí esa pregunta inquietante que todos nos hacemos estos días sin tener ni idea de la respuesta: ¿habrá vacaciones este verano? Al pensar en ello, miraba al mocoso y pensaba en que, sea este año o el que viene, será muy difícil explicarle en la playa que debe respetar la distancia de seguridad, sobre todo teniendo en cuenta su querencia por los juguetes de los otros niños.
Lo del verano no tiene buena pinta pero, en todo caso, dicen los expertos que los viajes que hagamos inmediatamente después del confinamiento serán sobre todo a lugares cercanos
Lo del verano no tiene buena pinta pero, en todo caso, dicen los expertos que los viajes que hagamos inmediatamente después del confinamiento serán sobre todo a lugares cercanos. Turismo nacional para, de paso, ayudar a que se reactive la economía. Menos Tailandia y más Asturias. En honor a la verdad, lugares hermosos para ver y tipos variados de gastronomía no nos faltan en España. Peor lo tendrán quienes vivan en la estepa siberiana, sospecho.
Cuando te pones a mirar algún álbum, por cierto, te das cuenta de que hacemos demasiadas fotos. No hace tantos años que nosotros, cuando estábamos en la típica excursión de jovenzuelos, nos desternillábamos cuando veíamos a los japoneses fotografiando todo de forma compulsiva. De unos años a esta parte nosotros somos bastante más exagerados, hasta el punto de que estás en cualquier parte del mundo y se te acerca un compatriota que te pide en su perfecto español o en su defectuoso inglés que le saques una foto. Claro que también nos reíamos de los japoneses por sus mascarillas y míranos ahora.
Viajar, como leer, también es una forma de huir. Tampoco hace falta haber leído los nueve libros de Heródoto ni haber ido tan lejos como Marco Polo para saberlo. En estos años de globalización donde las distancias se acortan y las fronteras se difuminan -lo hemos comprobado mejor que nunca con el coronavirus- nos encanta movernos, de forma que una parte importante de los viajes transcurre en los aeropuertos.
Allí, cuando estás esperando el avión, sientes un cosquilleo especial por lo que se avecina. Se entremezclan la motivación por salir hacia tu nuevo destino y ese temor minúsculo pero ancestral a volar. Durante este confinamiento los aeropuertos se han convertido en páramos. No he estado en ninguno, pero imagino que apenas debe haber viajeros y, por ende, de ese cosquilleo ilusorio no queda ni rastro.
De viajes hemos aprendido mucho (o eso creemos) en multitud de canciones y poemas. Leyendo a Cavafis, por ejemplo, entendimos que lo mejor del viaje es disfrutar del camino que nos permite soñar. Más que el destino, lo importante es olvidarte y evadirte. Pero ya nos cantaba Gardel que "el viajero que huye / tarde o temprano / detiene su andar". O, dicho de otra manera, viajar es maravilloso y lo echamos de menos, pero no conviene olvidar que al final siempre queremos volver a casa.