Opinión

Victoria

La vi venir, chiquitina, menudita, abrigada como un peluche, desde el Retiro por la calle de O’Donnell, donde estaba nuestra revista. Era de noche y de esto hace muchos años, más de veinte. La saludé con una broma de las de entonces: “Yo a usted la c

  • Victoria Prego -

La vi venir, chiquitina, menudita, abrigada como un peluche, desde el Retiro por la calle de O’Donnell, donde estaba nuestra revista. Era de noche y de esto hace muchos años, más de veinte. La saludé con una broma de las de entonces: “Yo a usted la conozco de la tele, señorita”, y se echó a reír. Nos caímos bien desde el primer momento.

Era la época en que las revistas de “información general” como la nuestra, Tiempo, trataban de ganar lectores o de apuntalar sus resultados económicos a base de regalar cosas: cursos de inglés, discos de ópera o de zarzuela, cosas así. Era poco más que un aplazamiento de la defunción porque los lectores estaban dejando de comprar ese tipo de revistas, eso era lo que pasaba. Pero alguien, en las alturas, decidió que sería una buena idea regalar como “promoción” los celebérrimos DVD que habían elaborado, en el año 1993, Victoria Prego y su marido, Elías Andrés, sobre la Transición española.

Fue un acierto absoluto. Lo hicimos muy, muy bien, aunque esté feo que lo diga precisamente yo. Porque en cada DVD iba un folleto o “fascículo” de 16 páginas en el que Pepe Oneto firmaba un texto en el que se relataban muchas cosas acerca de los acontecimientos que se contaban luego en el DVD. Eran recuerdos personales y Pepe lo firmaba, pero quien escribía todo aquello (después de hablar con Pepe de sus anécdotas y “añoralgias”, y antes de que él mismo lo revisara todo) era yo. Y el folleto incluía también un artículo de Victoria Prego. Así que teníamos que conocernos y trabajar juntos. Por eso estaba yo esperándola en la calle de O’Donnell aquella noche de invierno.

Primera conclusión: qué bien se trabajaba con aquella mujer. Qué cómodo te hacía sentir, cómo sonreía, qué humilde era y cuantísimo ayudaba.

Nos sentamos y me preguntó: ¿Qué necesitas saber? Yo no me aguanté más y le dije: “No sé si lo necesito para este trabajo pero es que me muero de ganas de saberlo. ¿A quién se le ocurrió utilizar la Titán para matar a Franco?”.

Ahí Victoria se inclinó hacia delante y se puso a parpadear muy cómicamente mientras me miraba:

–¿Peeerdona?

–La Titán. La primera sinfonía de Mahler, la Titán. Cada vez que en tus vídeos sale el palacio de El Pardo, durante la enfermedad de Franco, detrás de tu voz suena el tercer movimiento de la Titán. ¿A qué genio se le ha ocurrido eso?

Carcajada de Victoria, que se reía como los pájaros en primavera y me miraba y se volvía a reír. Y me dijo: “La música tiene mucha importancia en esos vídeos”, cosa que yo sabía ya perfectamente, “pero ¿tú sabes lo que quiere decir esa música?”. Yo lo sabía, claro que lo sabía, pero quería oírselo decir a ella.

–Mahler utiliza ahí una canción que todos hemos cantado de niños, un canon: el Frère Jacques, dormez-vous?, y lo convierte en una marcha fúnebre. Describe a los animalitos del bosque que llevan a enterrar al cazador que les persiguía. Al cazador, ¿comprendes?

–Es decir, que fuiste tú.

–Bueno, un poco.

–El cazador. Qué mala leche tenéis.

–¡Pero es que nadie se dio cuenta nunca!

Una obra maestra

Más carcajadas, claro. Al cuarto de hora de conversación, Victoria me dio espontáneamente el premio Nobel de Victoriapregología: “Hasta ahora, Luisín, he conocido a tres personas que se sepan de memoria los trece vídeos de La Transición, del primero al último, del derecho y del revés. Una soy yo. Otra es mi marido, Elías Andrés, que dirigió la obra. Y la tercera eres tú. ¿Cómo te dio por semejante empolle?”.

Se lo expliqué. No conocía entonces –ni conozco hoy– una obra maestra de semejante envergadura. Se pueden discutir los límites temporales, si la Transición empezó de verdad como dice la serie, con el asesinato de Carrero Blanco (20 de diciembre de 1973)y terminó con las primeras elecciones libres (las del 15 de junio de 1977), o si se pueden elegir otras fechas. Pero entre una cosa y otra está absolutamente todo. Hay grabaciones imposibles de obtener, como la de la cárcel de Carabanchel durante el proceso 1001 o las de Felipe González paseando por la plaza de Colón todavía con Franco vivo, y anuncios de televisión de la época que nadie pensó jamás que llegarían a tener una importancia histórica y sociológica como la que se les da en la obra. Están, sin faltar uno, todos los testimonios, todas las voces, todos los momentos importantes en aquel tiempo en el que se producían “hechos históricos” casi todos los días.

Yo no he vuelto a ver nunca más, en una serie documental española, esa profesionalidad, esa determinación de contar los hechos y no interpretarlos

Y lo más importante: el tono. La absoluta pulcritud informativa. La voluntad de contar lo que pasó y tal y como pasó, sin la intención de pastorear al espectador hacia una posición ideológica concreta, sin pensar por él, sin empujarle –por suave y malignamente que sea– a tomar partido por unos o por otros. Lo único que queda claro es que a los autores de la serie no les termina de parecer mal que Franco se muriese y que la dictadura terminase por fin. Pero yo no he vuelto a ver nunca más, en una serie documental española, esa profesionalidad, esa determinación de contar los hechos y no interpretarlos.

Todo lo que ha venido después, especialmente lo más reciente, está sesgado, busca que el espectador se convenza de aquello que los autores quieren meterle en la cabeza. Pasa con las series sobre Juan Carlos I, sobre Jordi Pujol y sobre todos los demás. Pero Victoria Prego no hizo eso. A Victoria Prego, al menos en aquellos años, se le podía haber aplicado la anécdota del periodista estadounidense Walter Cronkite, maestro de maestros en la televisión de su país. Cuando se jubiló le entrevistaron a él, que había entrevistado a todo bicho viviente. Y quien preguntaba le dijo: “Señor Cronkite, confiéselo de una vez: ¿es usted republicano o demócrata?”. Respuesta: “Si después de tantos años trabajando como periodista usted me pregunta eso, es que lo he hecho bien”.

Gurruchaga y el enano González

Victoria, que se acaba de morir de cáncer, hizo muchas cosas más. Algunas maravillosas y otras no tanto. Fue uno de los rostros más reconocibles de la televisión pública. Condujo numerosos programas informativos. Presidió la Asociación de la Prensa. Logró la cumbre absoluta de la fama cuando Javier Gurruchaga se disfrazó de ella (todo esto en televisión, claro) para entrevistar a un enano que se parecía a Felipe González, en un sketch desternillante e inolvidable.

Y permaneció en la cúpula del periódico que, durante años y años, sostuvo la absoluta mentira de que los atentados del 11-M, en Madrid, los había cometido ETA y no los yihadistas. Repito: era mentira. Victoria Prego sabía que era mentira. El enloquecido y ególatra director de aquel periódico también sabía que era mentira. Todo el mundo sabía que era mentira, empezando por el gobierno de entonces, que había presidido Aznar. Pero ya habían comenzado los tiempos en que lo importante no era que algo fuese verdad o fuese mentira, sino que la gente se lo creyese aunque fuese falso. Eso es lo que ocurre en España desde entonces: padecemos el reinado impune de la manipulación, de la propaganda y de la calumnia. Es decir, todo lo contrario a lo que aprendimos de Victoria Prego con su obra maestra, aquella serie sobre la Transición que no ha envejecido en absoluto: prueben a verla ahora y lo comprobarán.

Por esa maravilla, por esa insuperable lección de auténtico periodismo, vamos a echar muchísimo de menos a Victoria Prego, además de por su forma de ser… y por su dominio de la música de Mahler. No por sus contradicciones. Que, las tuvo, como las tenemos todos.

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