Opinión

¡Que viene VOX!

VOX alimenta a las izquierdas, siempre deseosas de encontrar su Moriarty, ese enemigo identificable que dé razón a su existencia y a su confrontación constante

  • Santiago Abascal.

Recuerdo aquel micrófono inoportuno que, tras una entrevista televisiva, grabó una conversación entre Zapatero, entonces presidente del Gobierno, e Iñaki Gabilondo. “¿Qué tal van las encuestas?”, dijo el periodista, "Bien, sin problemas, lo que pasa es que nos conviene que haya tensión", contestó el líder socialista. El diálogo lo sepultó el entrevistador con un "A mí me parece que os conviene muchísimo".

No creo que a estas alturas a nadie le quepa la menor duda de que el PSOE alimenta a VOX para aumentar la tensión. Las referencias constantes de Susana Díaz, Pedro Sánchez y los medios de izquierdas han hecho protagonista a la formación de Santiago Abascal. “¡Que viene VOX!”, dicen, y se aprestan a levantar barricadas en un patético y posmoderno “No pasarán”. Es más; un insulto a VOX evita debatir sobre el desastre y la corrupción de la administración socialista, y a Ciudadanos de haber participado en ella.

La maniobra no tiene desperdicio. La mención a los de Abascal sirve para competir con Adelante Andalucía, la formación de Teresa Rodríguez, al presentarse el PSOE-A como el voto útil para impedir, dicen, el triunfo de las derechas. No obstante, la líder podemita ha caído en la trampa dialéctica: no puede eludir la retórica antiderechista y exclusivista, desconociendo que cuando se pone al votante entre la espada y la pared elige la seguridad; es decir, vota a quien le salve del supuesto peligro.

Insultar a VOX es muy útil: evita debatir sobre el desastre y la corrupción de la administración socialista, y a Ciudadanos de haber participado en ella

Por otro lado, la concentración de la campaña del PSOE-A en la alianza, desprecio o permisividad con VOX convierte a esta formación en una opción antisistema, lo que atrae al elector hastiado de los socialistas. Esto perjudica al PP y a Ciudadanos, que hace unos meses se planteaban el reparto de los electores indignados para alcanzar, triste es decirlo, un segundo puesto.

VOX gana votos del PP, que también los pierde en favor de Ciudadanos -según las encuestas, en fin-, pero no lo suficiente. Pero, además, el partido de Abascal rasca votos de Cs y de Podemos, en torno a un 14%. Esto ocurre porque el PP pierde fuerza en las ciudades, Cs va a encontrar su tope, y VOX, como buen populista, tiene vocación de transversal.

El votante tipo de VOX es un hombre de ingresos altos o mediosa-altos, urbano, universitario, e indignado con la ordenación territorial del título VIII y con la corrección política; es decir, que está harto de la permisividad con los independentistas, la ideología de género y el buenismo con la inmigración ilegal.

Es una mezcla de sentimiento de pérdida y de impulso de “reconquista” -concepto empleado por Santiago Abascal-. Los votantes de VOX creen que se está perdiendo la libertad y la igualdad entre españoles, así como la identidad nacional. El motivo de todo esto, dicen, es una Constitución de 1978 mal hecha, y un PP y un PSOE que han colaborado con los que “quieren destruir España”.

VOX no es extrema derecha, es populismo nacionalista, como se estila en otras partes de Occidente. En realidad, el relato de VOX cumple el mito palingenésico relativo a la muerte y resurrección de la nación. Esto es común a todos los nacionalismos, especialmente a los populistas.

Las encuestas señalan que el partido de Abascal no resta votos solo al PP. A Cs y a Podemos les rasca un 14%

El discurso es básico. Consiste en plantear que hubo una Edad de Oro de la nación, identificada en su Historia con los grandes acontecimientos civilizatorios, que demostrarían las virtudes de un gran pueblo, y ejemplificado en grandes personajes, sean reales o adornados. De ahí las constantes referencias históricas de los dirigentes de VOX.

Luego, siguiendo dicho mito, hablan de la Decadencia y anuncian la muerte de la nación si las cosas siguen igual. Para VOX esto se produjo con el desarrollo del régimen del 78 y la “traición del PP”, entre 2008 y 2014 (año de su nacimiento), que habría dado alas, dicen, a separatistas y socialistas para degradar la comunidad política. De esta manera, cualquier acontecimiento diario, toda noticia o suceso, es posible interpretarla como una demostración de esa decadencia que ellos vaticinaron. Lo mismo ha hecho Podemos porque es la esencia populista.

En ese relato de VOX es muy importante el vaticinio, clave para ofrecer un proyecto populista creíble; esto es, la presentación de profecías que se cumplen, junto a la figura de “el Salvador”. No estoy diciendo que Abascal se crea Jesucristo, sino que el hiperliderazgo -la identificación del jefe con un dogma, una organización, una denuncia y una solución- es una pieza imprescindible de todo proyecto transformador, y eso VOX lo ejecuta bien.

Finalmente, como todo buen populismo nacionalista que se precie, la solución de VOX, el Paraíso en ese mito palingenésico, la resurrección, solo será posible si la comunidad política se reconstruye siguiendo sus planteamientos.

Estos tres elementos usados por VOX están presentes en los discursos nacionalistas peninsulares antiespañoles, aunque, claro, cambiando la localidad y el gentilicio. Es el abc del discurso electoral, que funciona cuando se usa bien el estilo populista en una crisis política caracterizada por la degradación institucional y una desafección creciente.

No se puede soslayar tampoco que VOX alimenta a las izquierdas, siempre deseosas de encontrar su Moriarty, ese enemigo identificable que dé razón a su existencia y a su confrontación constante. Queda por ver si todo este juego de pesos y contrapesos, de retórica e ira, tanto impostada como conservada en formol, nos lleva finalmente a algún sitio tranquilo o aumenta el mal ambiente.

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