Opinión

Los votantes huérfanos

Hay asuntos cruciales que ni siquiera se debaten, dejando a muchos votantes sin una opción política capaz de representarles

Es muy probable que la abstención sea protagonista de las próximas citas electorales, confirmando la desconexión política de millones de españoles. Además, cuanto más pobre eres menos ganas de votar, como pudimos confirmar en los pasados comicios andaluces, donde la participación en los barrios con menos recursos de Sevilla y Málaga no pasó del 35 por ciento (en ciertas mesas electorales de las zonas donde hay más miseria se quedaron incluso en el 10%). El caso de Andalucía es relevante porque allí están 11 de los 15 barrios más pobres de España, con una renta media de 5.556 euros al año.

No quiero centrarme solo en las personas que no votan porque sienten que la democracia no va con ellos, ya que este es un fenómeno conocido. Prefiero abordar un conflicto más espinoso y ambiguo, del que quizá sea imposible tener datos fiables: me refiero a los españoles a los que les gustaría poder votar, pero no les satisface ninguna de las opciones disponibles. Muchos sospechamos que es un sector significativo, tanto a izquierda como a derecha, y me baso -entre otras cosas- en la fidelidad con la que los cientos de miles de lectores de prensa siguen a firmas que cuestionan los dogmas políticos dominantes, por ejemplo Juan Manuel de Prada (ABC), Ana Iris Simón (El País) y el recientemente traspasado Hughes (La Gaceta de la Iberosfera). 

Los tres columnistas coinciden en romper muchos consensos de nuestro sistema político, empezando por la desconfianza que muestran hacia superestructuras como la Unión Europea, la OTAN y Silicon Valley, así como las asociaciones globalistas habituales (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional y los multimillonarios que se reúnen cada en el Foro de Davos). Las parroquias de estos tres columnistas no les consideran disidentes ni herejes, sino defensores de un antiguo sentido común. La mayoría de los analistas del sistema quedaron descolocados con el triunfo de Trump, el ascenso de Syriza, la victoria del Brexit y consolidación de la derecha radical en Europa, pero esto solo sorprende porque las lógicas populares habían sido desterradas del discurso de los medios masivos. ¿Es posible que en España se estén demandando cambios que no atiende ningún partido tradicional?

Material bélico a Ucrania

La falta de algunos debates sustanciales se traduce en problemas de representatividad: un votante contrario a la UE y a la OTAN no tiene un partido a quien respaldar, pero más grave es que ni siquiera ha tenido un debate en el que participar. Uno de los mejores momentos de Ramón Tamames en la moción de censura fue reprochar a Pedro Sánchez que no se hubiera discutido en el Parlamento el envío de material bélico a Ucrania. Es algo que arrastramos desde el referéndum de la OTAN de 1986, donde se llegó al extremo de censurar un programa de La Clave para acallar posibles voces disidentes contra el “sí”. Cada debate que se entierra (pobreza, soberanía nacional o digital, inmigración…) es un golpe para el sistema: según un reciente estudio de 40db para El País, casi un 16 por ciento de los españoles no confía en ningún partido para solucionar los problemas de vivienda. 

Podemos tiene un problema de credibilidad: muchos de quienes apoyan su programa no confían en su capacidad o motivación para llevarlo a cabo

De momento, resulta imposible medir la fuerza que tendría en España un movimiento político escéptico con la Unión Europea, contrario al atlantismo (empezando por las bases militares extranjeras en nuestro territorio) y combativo contra el saqueo digital que facilita que las grandes tecnológicas hagan beneficios millonarios en nuestro país pagando menos impuestos que una start-up de veinteañeros de Badajoz. Surgen nuevos partidos, pero no nuevas opciones. El Sumar de Yolanda Díaz es una secuela del errejonismo, con sus mismas limitaciones para conectar con el votante medio español (a quien menosprecian como “cuñado”, machista y políticamente poco sofisticado). Peor aún lo tiene la nueva izquierda jacobina, que a fuerza de defender abstracciones políticas bienintencionadas ha terminado pareciendo una versión adolescente de UPyD. 

De los partidos surgidos en los últimos años, los únicos que han traído propuestas nuevas son Podemos y Vox. Los primeros tienen un problema de credibilidad: muchos de quienes apoyan su programa no confían en su capacidad o motivación para llevarlo a cabo (demasiadas peleas internas y demasiadas iniciativas sociales apresuradas en la recta final de la legislatura, que podrían haber impulsado al principio). El problema de Vox lo explicó bien Hughes en una columna del pasado noviembre, donde defendía que el partido verde “se queda corto, demasiado corto”. Muchos de sus votantes -actuales y potenciales- esperan que plante una batalla más cruda frente a los consensos de nuestro sistema político. Hasta que alguien se ocupe de esta tarea, muchos votantes seguirán sintiéndose huérfanos. 

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