Seguro que me cae algún palo por el titular. Por la inadecuada familiaridad, dirán, con la que trato a la vicepresidenta segunda del Gobierno en contraste con la respetuosa distancia, cargo mediante, que utilizo para referirme a Pablo Hernández de Cos. Nada más lejos de mi intención disminuir los méritos de Yolanda Díaz. Simple economía de espacios. Como adepto que soy al marketing político siento una sincera admiración por la vicepresidenta. En tiempo récord ha pasado a ser uno de los personajes más conocidos del país. Desde un currículo discreto, ha superado a todos como la política mejor valorada en las encuestas.
Tranquilos, no voy a comparar los currículos de Yolanda Díaz y Hernández de Cos. Sería improcedente. Un ejercicio de notorio mal gusto. Entre otras razones, además de la obvia, porque en ningún lado está escrito que para dedicarte a la política tengas que ser un cerebrito. Hasta podría ser poco recomendable. Y hoy, sin duda, una remota aspiración social. Salvo que seas italiano y puedas echar mano de un tal Draghi. No, no veo yo a Hernández de Cos en la arena de la política; de esta política. Pero mucho menos a la señora Díaz en la silla del gobernador. Así que dejémoslo ahí: cada uno en su sitio, cumpliendo con su parte. O ahí, al menos, deberían dejarlo quienes están más obligados que nadie a defender la autonomía de las instituciones y a velar por la salud de la democracia.
¿Busca quizá la vicepresidenta silenciar a quienes, con probada credibilidad, pueden poner en duda la viabilidad de las medidas sobre las que Díaz pretende construir su proyecto electoral?
“El gobernador del Banco de España vierte opiniones sobre asuntos que no son de su competencia”, ha dicho una irritada Yolanda Díaz. ¿También se sobrepasa Hernández de Cos cuando afirma en sede parlamentaria que hay que proteger del impacto de la crisis a las rentas más bajas? Se equivoca la vicepresidenta de enemigo. El diagnóstico y las recetas del Banco de España las firmarían hoy los socialdemócratas alemanes, suecos o daneses; y lo sabe. Lo que le molesta a Díaz es que la cabeza más visible del regulador, en el ejercicio de su responsabilidad, haciendo gala de su prestigio y de su independencia, y constreñido a atenerse a la verdad, cuestione la euforia de un Gobierno que no tiene ningún pudor en vender prematuramente, por ejemplo, la drástica reducción de la precariedad laboral cuando lo único hasta ahora comprobable es que lo que ha cambiado no es la precariedad sino el nombre que se le da.
Se equivoca Yolanda Díaz cuando pretende coartar con sus destempladas declaraciones la independencia de criterio del gobernador, intentando encapsular las opiniones de éste en un compartimento exclusivamente técnico. Pero la política monetaria no es, como parece creer la vicepresidenta, una vertiente inocua de la política económica. De las decisiones que en estos meses tome el Banco Central Europeo, y de las que arbitre el Gobierno para compensarlas, va a depender en gran medida nuestra capacidad de recuperación. Y de eso es de lo que viene alertando, como es su deber, Hernández de Cos. Se equivoca gravemente Díaz al cuestionar el conocimiento y la capacidad de análisis no ya de Hernández de Cos, sino del equipo del Banco de España, al que, en un alarde de imprudencia, y hasta de irresponsabilidad, achaca un “profundo desconocimiento” sobre el mercado laboral y la realidad de las pensiones.
Los verdaderos enemigos del proyecto político de Yolanda Díaz no se sientan en ningún despacho del Banco de España, sino en la mesa del Consejo de Ministros
Son comprensibles los nervios de la vicepresidenta. De hecho, la única explicación plausible de un ataque tan furibundo es que este obedezca a la tentativa de impedir en el futuro que desde el Banco de España, y a través de la figura de quien probablemente es el gobernador más independiente y con más prestigio internacional de los que han pasado por aquella casa, se siga cuestionando la viabilidad de las medidas sobre las que Yolanda Díaz pretende construir su proyecto electoral. Un proyecto respetable, pero que sigue en barbecho, y cuyos enemigos principales no se sientan en ningún despacho del viejo Palacio de Alcañices, sino en la mesa del Consejo de Ministros.
La postdata: Escrivá, ¡jubílate ya!
Otro de los que se ha atrevido a criticar alegremente al Banco de España ha sido el ministro de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones. José Luis Escrivá vio “falta de sofisticación y de elementos tangibles y científicos” en los comentarios que el regulador hizo en su informe anual a la sostenibilidad de la última reforma de las pensiones, que las liga al IPC.
Es curioso lo de este hombre: estupendo presidente de la Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal (AIREF) y ministro manifiestamente mejorable. Lo que decíamos al principio: ser el primero de la clase no garantiza una gestión eficaz. El deterioro de la atención a los ciudadanos en la Seguridad Social roza lo indecente. Todos los días conocemos algún caso sangrante.
Como el de un camarero al que le dicen que se jubile por internet. O por teléfono. Un trámite que solo haces una vez en tu vida, trascendental, y te mandan a hacerlo por internet. Seguimos igual, si no peor. En Madrid, y en otras ciudades, no hay manera de conseguir cita previa para pedir presencialmente la jubilación; para que un funcionario dedique una hora de su tiempo a revisar concienzudamente tus datos y, sin errores -extremo no siempre garantizado- proceda a activar tu pensión. Una vergüenza. Y Escrivá pidiendo sofisticación.
Mazarino
De quién es la mano que mueve a DOÑA ROGELIA DÍAZ. Ganará el próximo concurso de Miss Spain comunistilla a este paso. Bochornoso liderazgo de mentira
giledu
El hecho de que la Yoli haya conseguido en tiempo récord ser la política mejor valorada tan solo nos describe la España que tenemos. La España de 45 años de educación (?); la España faltante de criticismo político; la España de Sálvame; la España de la paguita; la España sin sociedad civil; la de las subvenciones, la del buensmo, la del marisco, la del funcionariado de por vida, y un largo etcétera que asustaría al mismo Darth Vader o Sauron renunciando a su conquista.