Fueron los campeones de una Liga incierta. Se alzaron con la copa del año que no fue: este 2020 de pandemia y pandemónium. La victoria del Real Madrid esta semana supuso para muchos una alegría en la estepa de la mascarilla. De existir una tipología de hincha, el Madrid goza de una gama inagotable de matices: el eufórico, el radical, el pipero e incluso el enfadado, ese que se sabe merengue porque ningún otro club lo arrastra por la calle de la amargura como lo hacen los de Chamartín.
Sólo un equipo capaz de arrancar rabietas es verdadero. Ya lo decía Juan Villoro en su Dios es redondo: elegir una camiseta es algo tan serio como abrazar una ideología. Quizá por eso, el jueves en la noche, hubiese colocado mi camiseta centenaria del Bernabéu estampada con el dorsal del Sergio Ramos como una bandera en la ventana. Y si no lo hice, fue porque la llevaba puesta.
El Madrid de este 2020 ha vuelto a echar garra no de sus oropeles y artificios, sino de una disciplina que los llevó a cosechar diez victorias consecutivas y apear al Barcelona de un podio que los culés dieron por asegurado. Los merengues de Zidane amarraron el triunfo con cordeles de oro. Y no porque fuese especialmente brillante ese fútbol defensivo que planteó el francés, sino por la eficacia de quien se concentra en lo que debe: el juego.
Cuidado si los estadios vacíos terminarán por favorecer un modo zen que alborota en Ramos el espíritu de aquel camero que, aún diez años después, sigue goleando en el punto de penalti o peinando el balón de cabeza. Ese jueves, frente a la pantalla, al verlo alzar la copa con esa barba a lo Walden de Thoureau, muchos aficionados se desembozaron los años amargos del fútbol unipersonal de CR7, pero esa es otra historia.
"Esta temporada el Madrid mató a la hidra, domó al toro de Creta, robó las yeguas de Diomedes… Una máquina de resolver partidos"
El camero ha oficiado de capitán y hasta de mariscal de campo en una hiper-liga en la que apenas hubo descanso y que se reinició a la fuerza, porque no podíamos confinar el balón más tiempo. Así da gusto celebrar: con un equipo que volvió a sus fueros, un combinado que se crece en la adversidad como Hércules con sus doce trabajos. Esta temporada el Madrid mató a la hidra, domó al toro de Creta, robó las yeguas de Diomedes… Una máquina de resolver partidos.
Tras el parón del coronavirus, los blancos volvieron con hambre. La eficacia de Courtois, los prodigios del Benzemá ya maduro y seguro, un Vinicius reinventado, un Modric de relojería… Algunos necios maledicentes se refugian en la plañida del VAR, pero ya se sabe lo que escribió Lope en La Dorotea: “De quantas cosas me cansan/ fácilmente me defiendo,/ pero no puedo guardarme/ de los peligros de un necio”.
En un tiempo arrancado del entusiasmo y hundido en la incertidumbre, la victoria de Real Madrid es el barreño de agua para quien vive en una casa sin ventanas y aún se pregunta cuánto más podrá sobrevivir con un ERTE. Ha sido, sin duda, una vuelta al fútbol en vena, un soplo de aire fresco en la canícula del verano. No es causalidad que fuese Zizou, el dios de Leverkusen, el que oficiara esta victoria.