Carles Puigdemont acaricia volver a las urnas. No está inhabilitado, por el momento. No tiene rivales firmes que le hagan sombra. Controla los medios de comunicación públicos, y alguno privado, y su liderazgo apenas se ha visto erosionado entre la masa secesionista. Sepultaría a ERC y domaría a la CUP. Y, al tiempo, le propinaría otro bofetón a Mariano Rajoy, con quien sueña todas las noches, según comenta, irónicamente, un veterano diputado catalán. "Un nuevo triunfo del independentismo le echaría de Moncloa", ha comentado en más de una ocasión.
"En el Estado (España) se repitieron elecciones tras un año de gobierno provisional. No es ninguna tragedia". Carles Puigdemont dejó bien claro al diario 'El Punt' cuál es su actual escenario. Ha propuesto un candidato imposible, Jordi Sánchez, ha cerrado la vía a la investidura del lunes, y ha cargado la culpa a un juez 'prevaricador'. En definitiva, ha anegado el sendero hacia una solución efectiva. No hay más alternativa que volver a las urnas.
Marta Pascal, Artur Mas y hasta el propio Jordi Pujol ("lo más urgente es tener un Gobierno que funcione") han reclamado públicamente la formación de un gobierno que aparque el 155. Duran Lleida, en el mismo sentido, ha subrayado que "lejos de la independencia, estamos perdiendo hasta la autonomía que teníamos". Oriol Junqueras y Marta Rovira, desde ERC, acaban de insistir en el mismo sentido, a través de un artículo periodístico: "Hay que dejar los juegos artificiales, el independentismo no puede convertirse en una minoría ruidosa".
El 'procés', segunda parte
Todos reclaman una salida al actual bloqueo. Todos, menos Puigdemont, a quien no se le ve demasiado preocupado ante este vidrioso panorama. "Hasta la señora Merkel tiene sus dificultades, y en Italia, a ver qué pasa". El prófugo de Flandes compara su casuística con la de Rajoy, Merkel y hasta Berlusconi.
No hay salida, comentan algunos de sus recientes interlocutores. JxCat y ERC acaban de consumar un acuerdo de legislatura que es un brindis al sol. Una quimera que conduce directamente a la sala del juez Llarena. Un despropósito. El 'procés, segunda parte'. Una artimaña para lograr el respaldo de la CUP a un candidato inverosímil por recluso.
Alejado de Cataluña, distanciado de su propio partido, enemistado con la plana mayor de los republicanos, apenas en sintonía con la CUP, Puigdemont se siente sólo, comentan algunos de los visitantes al refugio de Waterloo. Testarudo, empecinado, convencido de su histórica misión, no da su brazo a torcer. El documento suscrito entre las dos fuerzas mayoritarias del separatismo le sitúa en un puesto de enorme relevancia en la cúspide de la república.
Presidente del 'gobierno en el exilio', presidente de la 'asamblea de la república", cúspide del 'espacio libre de Bruselas', Puigdemont ha pergeñado una estructura orgánica, un aparato de poder paralelo que le perfila como referente único en la nueva era. Nombrará consejeros, decidirá estrategias, y hasta ejercerá de 'jefe del cuerpo diplomático' para internacionalizar el conflicto.
"Cataluña no es diferente"
Mientras tanto, ha dado instrucciones a su sanedrín, ese grupo de fieles con los que despacha cotidianamente, para ir preparando una posible cita electoral. "No es la prioridad y no lo desea nadie. Pero no sería una tragedia", ha declarado en la mencionada entrevista. "Sin desear, ni querer, ni priorizar unas nuevas elecciones, desdramaticemos un poco: no somos diferentes". Se refiere a que si los principales líderes europeos han debido hacer frente a situaciones complicadas para formar gobierno, él no va a ser menos. La 'culpa', además, será de Rajoy, del Estado, de otros. El victimismo como arma política y ya, como patología.
"No se hace a la idea de que haya un presidente en la Generalitat que no sea él", señalan fuentes de su partido. Durante la campaña del 21D anunció que, si vencía en los comicios, se presentaría en Barcelona para ser presidente. "El Estado no me lo permitió", responde siempre ante la más incómoda de las preguntas.
Aoenas desvela sus propósitos. Un pequeño grupo de leales escucha sus inquietudes, le asesora y le conforta. El 'club de Bruselas', le llaman. Es el que escruta el horizonte y donde se pergeña un plan electoral. Sánchez no será investido. Dicen que luego le toca a Jordi Turull. Puigdemont juega a dar largas, a prolongar la actual situación en la que nadie, salvo Roger Torrent, presidente del Parlament, le hace sombra en el bloque secesionista. Todos los líderes están descabezados. Fugados, en prisión o de retirada.
Este lunes no habrá investidura, ni pleno, ni paso al frente para desatascar el embrollo. El juez Llarena, el presidente de Parlament y la CUP han zanjado el disparate. ¿Y ahora qué?, es la pregunta. Ahora, Turull. Y más adelante, quizás elecciones.