Que la crisis de la covid-19 nos ha pasado factura emocional, queda fuera de toda duda. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ya etiquetó ese sentimiento: la llamada fatiga pandémica. Un estado de ánimo marcado por la desmotivación, el estrés o la apatía. Diez meses después del estallido de la pandemia, quienes llevan meses bregando con el impacto psicológico del coronavirus advierten: que la población esté "cansada o algo triste" no quiere decir que un alto porcentaje vaya a desarrollar trastornos psicológicos. "Hay un abismo", remarcan. Y ponen el foco en los grupos verdaderamente vulnerables: los enfermos, las familias de fallecidos, los sanitarios o quienes, ya antes, padecían problemas de salud mental.
"Si al hablar de fatiga pandémica nos referimos a que la gente esté cansada, algo triste, con un poco de ansiedad... entonces existe, pero no debe servir para justificar que no se cumplan las normas. Incluso, no pasa nada por tener un poco de miedo: hará a la gente más precavida" explica a Vozpópuli María Paz García-Vera, catedrática de Psicología Clínica de la Universidad Complutense, quien fue la coordinadora del servicio de asistencia psicológica que, en lo más crudo de la primera oleada, pusieron en marcha el Ministerio de Sanidad y el Consejo General de Psicología.
"Hay que precisar que por sí mismo no constituye un síndrome clínico, ni representa un estado psicopatológico, aunque en conjunción con otros factores de riesgo puede precipitar problemas de salud mental. Se trata de una respuesta natural ante un evento estresante que se prolonga en el tiempo y progresivamente mina y va agotando la tolerancia y los recursos de afrontamiento de las personas. No obstante, más allá de su estatus clínico, constituye una variable muy relevante a considerar en la lucha contra el virus", añade a este digital Javier Prado Abril, especialista en Psicología Clínica en el Servicio Aragonés de Salud. Además, es miembro de la junta directiva de la Asociación Nacional de Psicólogos Clínicos y Residentes (ANPIR).
"No niego que la gente, en general, no se vea afectada; que cueste acostumbrarse a vivir de otro modo; que haya muchas cosas a las que adaptarse o que no nos gusten; pero de ahí a decir que toda la población está mal, que un gran porcentaje desarrollará un trastorno, hay un abismo", asegura por su parte García-Vera.
Las "verdaderas víctimas"
Para García-Vera es fundamental diferenciar la reacción de la mayor parte de la sociedad -que, insiste, está desmoralizada o con cierto miedo y lo que tiene son síntomas esperables y temporales- de quienes, asegura, son "las verdaderas víctimas". Los enfermos y sus familias, los sanitarios, los intervinientes en primera línea y "los que sufren los efectos económicos y sociales: pierden sus negocios, los que pensaban que iban a recuperarse y no ha ocurrido; los que ven que los ERTE se convierten en ERE...".
Una fase, prosigue, "mucho más perjudicial" en la que esas "verdaderas víctimas" son las que, con más probabilidad, podrán tener trastornos a corto, medio y largo plazo: "Serán los más afectados y deben ser objeto de nuestra atención. Para ellos tenemos que ser capaces de construir, ya mismo, un paraguas de protección que amortigüe los efectos negativos de esta pandemia". A la psicóloga le preocupa un grupo especialmente vulnerable: quien ya antes de la pandemia padecía problemas de salud mental.
La cuarta ola: la salud mental
Prado Abril señala que los expertos internacionales ya anticiparon la sucesión de diversas olas "que los profesionales de la sanidad pública hemos podido ir confirmando pasados los meses". Una primera ola, bien conocida, relata, se caracterizó por el colapso hospitalario, de las UCIs y "un marcado impacto en términos de mortalidad". La segunda, casi en paralelo, prosigue, derivada del aplazamiento de tratamientos esenciales "para patologías no-covid con un exceso de mortalidad aún desconocido (en términos oficiales), pero también notable".
Una cuarta ola serían los efectos en la salud mental, una ola con un crecimiento progresivo durante los últimos diez meses, casi silencioso", indica el psicólogo Javier Prado
Ya de cara a una tercera ola, el psicólogo alude al impacto en la economía y sus consecuencias. "Finalmente, una cuarta ola serían los efectos en la salud mental, una ola con un crecimiento progresivo los últimos 10 meses, casi silencioso, cuyos efectos, en parte, se verán muy determinados por la evolución de la economía, la respuesta política y la prolongación sin resolución de la vigente crisis socio-sanitaria", apunta.
Al igual que García-Vera, el portavoz de ANPIR diferencia entre grupos. "Aquí habría que separar las poblaciones de riesgo (pacientes con problemas de salud mental preexistentes) y las más vulnerables (personas en situación riesgo de desarrollar problemas de salud mental como sanitarios, supervivientes covid, familiares con pérdidas significativas, personas en riesgo de desempleo...) de la población general", abunda. Sin embargo, es en este espacio donde, asegura, de forma variable, "toda la sociedad puede presentar la denominada fatiga pandémica y sus efectos".
No hay recomendaciones
Como tantas cosas desde el pasado marzo, señala Javier Prado, es la primera vez que se describe este proceso "y no existen unas recomendaciones claras sobre su abordaje". El plan multifactorial de la OMS, señala, establece algunas recomendaciones. Desde ANPIR enfatizan que es esencial "entender el malestar de las personas y tenerlo en consideración. Por ello, cualquier medida de restricción de libertades debe estar basada en la evidencia científica y adaptada al entorno en el que se realiza".
También abogan por "reconocer el sufrimiento que los individuos experimentan y el tremendo impacto que la pandemia ha producido en sus vidas. Reconocerlo oficial e institucionalmente y tratar de evitar los mensajes que responsabilizan a la sociedad de lo que son responsabilidades de las autoridades competentes".
Los teléfonos de atención, apagados
Durante el estado del alarma, las administraciones se volcaron poniendo en marcha líneas de teléfono gratuitas de atención psicológica para atender a la población. Son líneas que, en la mayoría de los casos, ya no existen y se fueron deshabilitando a medida que avanzaba la desescalada. Teléfonos que no se pueden marcar porque surgieron para una situación de emergencia nacional: con una sociedad aterrorizada por un virus que cambió nuestras vidas.
"Nuestro sistema de salud pública no tiene suficientes psicólogos. No los tenía antes de la pandemia y menos ahora. Es una vergüenza", señala María Paz García-Vera
De manera que, critica María Paz García-Vera, la situación vuelve a ser la misma de antes de la pandemia. "Nuestro sistema de salud pública no tiene suficientes psicólogos. No los tenía antes de la pandemia y menos ahora. Es una vergüenza", admite.
La salud mental sigue en el furgón de cola. La pandemia no ha hecho más que sacar a la luz la necesidad de prestarle atención de urgencia. Algunos datos dan idea de la precariedad: España solamente dedica el 5% del gasto total en sanidad a la salud mental y sólo hay 2.600 psicólogos clínicos en la sanidad pública.
Miedo a infectarse
En estos meses García-Vera ha relatado en diferentes ocasiones su experiencia y ha expuesto en diferentes foros los datos relativos a la atención brindada en aquellos meses a través del teléfono habilitado por el Ministerio. Estuvo en funcionamiento desde finales de marzo hasta mayo. Se gestionaron 15.170 llamadas y 11.417 intervenciones, con una duración media de 24,5 minutos.
No sólo a nivel estatal, también las comunidades autónomas pusieron en marcha recursos psicológicos, de atención telefónica para atender síntomas de ansiedad o depresivos o ayudar a gestionar el miedo a infectarse por el virus y sus complicaciones. Por supuesto también para ayudar a gestionar los sentimientos de los familiares de personas fallecidas y, cómo no, a quienes más lo necesitaban: los sanitarios.
Curiosamente, en los datos aportados por María Paz García-Vera, se observa que en aquellos días del estado de alarma fue la población en general (72%) quien más llamó en busca de ayuda para regular sus emociones. Por detrás, los enfermos, familiares de enfermos y de personas fallecidas (22%) y, en última posición (6%), los sanitarios. Hay que recordar que, en la primera oleada, muchos los hospitales pusieron en marcha recursos dentro de los centros para atender a sus compañeros.