Una serie común de motivos ha llevado a una parte de la juventud española a tomar las maletas y cruzar las abiertas fronteras de la Unión Europea para realizar su proyecto de vida. El viaje, que pudiera concebirse como un vuelo de unas horas, es solo el inicio de otra travesía que comienza al poner los pies en las tierras alemanas.
Aprender el idioma, encontrar trabajo, la casa, las amistades… Todo en un lugar desconocido donde no se suele dominar la lengua. Entre los más de 85.000 españoles que desde el inicio de la crisis han emigrado a Alemania se encuentran Iñaki Castro, Ana Muñoz o Carlos Aller, con los que ha podido hablar Vozpópuli; todos con un punto de partida distinto, pero un destino similar, una nueva vida en el país germano.
Primer contacto
Antes de marcharse a trabajar, Iñaki Castro es el único que realizó un periodo de adaptación previo, dado que estuvo ya en el país entre 2012 y 2013 con el plan Erasmus en Ansbach para terminar sus estudios. Según explica, estos primeros meses no reflejaban la realidad, porque la universidad facilitaba todo y no estaba solo, sino con compañeros de beca.
“Yo no sabía nada de alemán y mis conocimientos de Alemania eran mínimos” explica, asegurando que el primer choque en el país fue el idioma: “No sé por qué, pero pensaba que en Alemania con el inglés valía y eso es falso” reflexiona Castro, que asegura que es algo que cree que la gente piensa en España, pero que es una gran mentira, “en muchos momentos me vi apurado por no saber alemán y tenía que pedir ayuda a amigos que si sabían”. Actualmente y tras meses de clases cuenta con un B1 que le sirve para hacer vida normal, aunque no para trabajar íntegramente en alemán.
Carlos, que había visitado solo Berlín de vacaciones, sin conocimientos de inglés o alemán decidió mudarse a Alemania en un viaje de placer a Berlín. Regresó a su casa en Barcelona, cogió sus cosas y se fue a Berlín, era entonces el año 2012 y el joven afrontó unos meses de sufrimiento. “Buscar un piso fue muy difícil” explica, porque solicitaban mucha documentación de imposible acceso para un español recién llegado. Carlos, que es bailarín, tuvo la suerte, según él mismo explica, de que un compañero de baile le dejara quedarse en su piso hasta encontrar alojamiento, algo que tardó por culpa de la competencia y la burocracia “algo más de tres meses”.
Ana Muñoz decidió viajar a Alemania en busca de la estabilidad que no lograba en España como enfermera. Contactó a una empresa junto a una amiga y bajo un programa intensivo de trabajo y estudios con tres meses de preparación previa marchó a Berlín. “Los primeros meses fueron muy duros, no entendíamos apenas nada y el horario era muy exigente”, relata Ana, que cuenta que de los 10 enfermeros que fueron, solo ella permaneció hasta concluir los cursos y jornada laboral. “Trabajábamos 8 días seguidos, librábamos un día, luego 3 días de clases intensivas y dos días de descanso, y vuelta a empezar”, y más, explica, trabajando en otro idioma, que supone un gran esfuerzo físico y mental.
Adaptarse a la vida
"Son muy independientes y educan a los hijos para que también lo sean y exigirles responsabilidades"
Sin ruido, algo seco y sin elevar la voz, así son los transportes de una sociedad que es percibida por los españoles como mucho más seria. Según explica Ana los españoles se delatan como ruidosos a los ojos de los alemanes; por el contrario ellos son mucho más estrictos y en los lugares públicos mantienen un volumen bajo. "Son muy independientes y educan a los hijos para que también lo sean y exigirles responsabilidades" destaca de los valores de sus conciudadanos.
“Para todo hay que hacer muchísimo papeleo, todo es muy oficial, mucha burocracia indispensable para hacer la vida”, explica Ana de los alemanes, algo con lo que concuerda Carlos, que explica que muchas veces acudía por temas de papeles y dependiendo de quien le atendiera le podía llegar a tratar mal “por el hecho de no saber alemán”.
Carlos y Ana han probado principalmente la vida en Berlín, pero Iñaki ha podido percibir el choque de una ciudad alemana sin tanta multiculturalidad. En Erfurt, donde hizo las prácticas, Iñaki percibió como las personas eran menos abiertas, “no es fácil hacerse un círculo de amistades”. Iñaki también probó la gran ciudad durante cinco meses, en lo que describe como “una de las mejores épocas de mi vida”, en donde realizó su tesis doctoral.
En Berlín, según explican, no se puede percibir tanto la diferencia al tratarse de una ciudad cosmopolita, acostumbrada a los extranjeros. Allí es más común el uso del inglés, bastante dominado por la población, aunque para vivir en Alemania hay que saber alemán, un idioma que afirman les costó aprender.
Carlos y Ana tienen un B2 en alemán tras mucho tiempo de estudios, aun así explican la dificultad del idioma. Con el que aunque puedan hacer una vida normal no se sienten del todo seguros. El alemán, explica Ana, es un idioma que no se aprende hablándolo, se aprende estudiándolo y eso implica tiempo.
Trabajo
Iñaki volvió a España tras acabar su tesis y en marzo de 2014 volvió a Alemania, esta vez a Bielefeld, una ciudad con población similar a Córdoba, en donde trabaja de ingeniero químico. Según explica no notó demasiado la diferencia en cuanto al trabajo que desempeña respecto a España, pero sí en la gente, dado que los alemanes “son más fríos, hacen su grupito alemán; y el ritmo de trabajo, al contrario de lo que mucha gente se piensa es muchísimo más relajado que en España”.
“Aquí se trabaja menos horas, unas 35 frente a las 40 estipuladas en España; la mayoría de la gente no hace ni cinco minutos extras”
“Aquí se trabaja menos horas, unas 35 frente a las 40 estipuladas en España; la mayoría de la gente no hace ni cinco minutos extras” explica Iñaki respecto a la rutina de trabajo. Aunque este no sea el caso de Carlos, que trabaja de repartidor, antes a jornada completa y ahora los fines de semana, mientras lo compagina con una escuela de danza. Ana acaba de ser aceptada como enfermera tras más de un año de auxiliar.
“Solemos pensar que hacen las cosas mejor, pero las hacen como nosotros”
Iñaki explica que en alguna situación, y solo por parte de algunos alemanes, ha notado miradas de superioridad, “como si ellos por ser alemanes fueran mejores y nosotros lo peor de la Europa más avanzada”, pero que al trabajar con ellos, según apunta, uno se da cuenta de que es mentira. “Solemos pensar que hacen las cosas mejor, pero las hacen como nosotros, ni mejor ni peor” puntualiza.
Esta situación es menos común en Berlín, que si bien pueda llegar a darse el caso, los españoles se encuentran dentro del ambiente multicultural y de respeto. Esta ciudad, según explican Ana y Carlos les encanta, han conseguido pasar la parte difícil, que es la inicial en busca de un lugar donde quedarse. Iñaki está contento con su plaza pero le cuesta adaptarse a la vida en su pequeña ciudad alemana, por suerte, según explica, está cerca de Berlín y puede acercarse cuando quiere.
Así, poco a poco van haciendo su vida, como la de todos, en otra lengua y con problemas iguales separados por la comprensión y el lenguaje. Defienden que la experiencia les ha ayudado, desde su lugar en España a su lugar en Alemania, tras unos duros meses tras el aterrizaje.