A puertas de la Navidad, miles de familias se preparan para un clásico de las fiestas: las colas frente al escáner de un aeropuerto. Esas colas son el resultado de una seguridad que comenzó a reforzarse a raíz de los atentados del 11-S y que, en un momento de crisis y revisión de gastos, están empezando a ser denunciados como “paranoicos”.
Desde que se produjeron los atentados de Nueva York, 150.000 personas han muerto asesinadas en Estados Unidos. De ellas, 36 murieron por acciones de terrorismo. En todo el planeta, 200 personas han fallecido como consecuencia de terrorismo islámico fuera de las zonas de guerra (Iraq y Afganistán). Sin embargo, los presupuestos para frenar esa amenaza se han multiplicado hasta superar los 8.000 millones de euros.
Las peores colas son las que viven los vuelos trasatlánticos como consecuencia del liderazgo de Estados Unidos en esa partida de gasto. El 75% de lo que Washington describe como “inversión global en seguridad” corresponde a Norteamérica. El departamento encargado de la seguridad allí, la Transportation Security Agency (TSA), ha incrementado su personal de 16.000 a 50.000 agentes y su presupuesto ha alcanzado los 6.136 millones.
Con esa escalada de presupuestos, los economistas de usar las tijeras para cuadrar las cuentas han comenzado a comparar el gasto con el riesgo real que representa. Según el estudio presentado por John Mueller y Mark Stewart y recogido por Bloomberg Businessweek, la posibilidad de morir en un ataque terrorista con un avión es de una entre 25 millones frente a la probabilidad de ser fulminado por un rayo que es de 1 entre 134.906. The Wall Street Journal se ha sumado a esos cálculos y compara la posibilidad de morir en un atentado terrorista con las de morir en carretera (una de cada 98), ahogado en el mar (una de cada 1.103) o por picadura de insectos (una de cada 79.842) para concluir que el Estado gasta demasiado en seguridad en los aeropuertos.
El análisis de costes y beneficios apuesta por recortar los gastos en seguridad aeroportuaria. Según las cifras de esos economistas, las incautaciones en los aeropuertos a lo largo de los últimos años suman algunas decenas de armas de fuego, una carga explosiva de C-4 (que sólo fue detectada en el viaje de vuelta) y miles de litros de champús, acondicionadores, cremas faciales, leches infantiles e incluso rifles de plástico.
La batalla para recortar, también, este gasto está servida ya. Paradójicamente, los medios que hoy defienden los recortes son los mismos que hace unos años defendieron gastar en la guerra contra el terror.