Tecnología

¿Por qué quiere ser independiente Silicon Valley?

La propuesta del empresario tecnológico Tim Draper de dividir California en seis estados, dotando a Silicon Valley de su propia entidad política, va camino de ser tomada en consideración en referéndum por los habitantes del estado más poblado de EEUU. Más allá de las razones de interés económico que pueden motivar esta propuesta secesionista, en la idea de esta ‘Arcadia tecnoutópica’ late el pulso de un viejo sueño imbricado en el ADN del capitalismo tecnológico, una idea que va desde el Hollywood de los años 20 hasta una inmensa comunidad libertaria en Chile pasando por un nieto de Milton Friedman: la de crear comunidades autosuficientes gestionadas por la tecnología al margen del resto del mundo... y de sus problemas.

  • Silicon Valley desde el aire (flickr | Patrick Nouhailler - imagen con licencia CC BY-SA 2.0).

Al principio muchos tomaron en broma al financiero Tim Draper cuando propuso la división de California en seis pequeños estados, de modo que Silicon Valley pasaría a ser una entidad política autónoma dentro del sistema administrativo estadounidense. Sin embargo, el hombre que a través de su empresa de capital riesgo ha financiado a buena parte del entramado empresarial de la bahía de San Francisco pudo anunciar en julio que había alcanzado el número de firmas necesarias para inscribir la consulta de cara a las votaciones de 2016. La propuesta ha adoptado formas serias y las instancias políticas comienzan a posicionarse ante la decisión del –todavía unido– pueblo californiano.

La idea de Draper representa un paso decidido hacia la ‘Arcadia tecnológica’ anticipada por Ayn Rand y soñada por los grandes capitalistas de Internet.

Mientras llega el momento del referéndum, en EEUU los medios se entretienen haciendo cábalas sobre qué partido sería el más votado en cada uno de los nuevos entes, y los promotores tratan de explicar qué pasaría con los presos y las pensiones que hasta ahora han dependido del trigésimo primer estado de la Unión. Sin embargo, la idea de Draper va más allá: representa un paso decidido hacia la Arcadia tecnológica soñada por muchos grandes capitalistas de Internet. Liberar al individuo a través de sociedades controladas por la tecnología y sin las constricciones inherentes a las estructuras políticas clásicas no es solo un proyecto económico y político, sino también filosófico, casi religioso, y su mesías es una huraña escritora nacida en San Petersburgo en 1905 que predicaba “un nuevo concepto de egoísmo” en sus novelas y ensayos.

La virtuosa del egoísmo

Poco conocida en España, Ayn Rand fue una autora popular en su tiempo y sigue siendo una figura de culto para buena parte diversos movimientos libertarios en EEUU. Personaje de difícil trazado y aristas no siempre uniformes, esta rusa llegada a Hollywood a mediados de los años 20 triunfó al empezar la década de los 40 con su novela The Fountainhead (El Manantial, protagonizada en el cine por Gary Cooper y Patricia Neal), en la que el arquitecto Howard Roark se negaba a renegar de sus principios y a claudicar ante las imposiciones sociales. La trama anticiparía los principales temas que desarrollaría finalmente en Atlas Shrugged, su obra de referencia. En ella, un misterioso hombre llamado John Galt reúne en un apartado lugar a los líderes económicos y a los pioneros industriales y tecnológicos, de modo que sean ajenos a unas viejas estructuras políticas que están al borde del colapso y que terminarán de caer tras su marcha. En este nuevo paraíso, para Rand todos son “héroes” capaces de desarrollar al máximo sus virtudes y pasiones sin más límites que los que ellos mismos se quieran poner, liberados de la rémora de una sociedad en apariencia parásita y de unos EEUU distópicos. 

Rand influyó en Alan Greenspan, su amigo durante décadas, pero también en los primeros empresarios de Internet.

Rand firmó ensayos como La virtud del egoísmo y creó lo que ella llamaba “filosofía objetivista”, idea que trató explicar al público estadounidense en una legendaria entrevista televisiva con Mike Wallace en 1959. La influencia de su pensamiento radicalmente individualista en personajes de la elite financiera se deja entrever en su larga relación de amistad con el ex presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan, que formaba parte del grupo de admiradores que se reunió durante décadas en torno a ella bajo el irónico nombre de El Colectivo. El documentalista británico Adam Curtis traza una completa descripción de esta larga relación intelectual en su pieza para la BBC All Watched Over by Machines of Loving Grace, pero sobre todo señala la intensa relación entre el pensamiento de Ayn Rand y las ideas que motivaron a aquellos emprendedores que moldearon la primera hornada de empresas tecnológicas surgidas con el advenimiento comercial de Internet durante la última década del siglo XX.

Esta nueva generación de empresarios inspirados por Rand soñó con un mundo regido por la tecnología y las incipientes redes informáticas. Aunque sin citar expresamente a la autora de Atlas Shrugged, Richard Barbrook y Andy Cameron bautizaron esta corriente como la “ideología californiana” en un ensayo homónimo de 1994. En él denunciaban la promiscuidad intelectual de esta nueva generación de emprendedores como bastarda del “espíritu despreocupado de los hippies y el ardor empresarial de los yuppies”. La promesa de estos tecnoutopistas consistía, explica Curtis en su documental, en que al dejarlo todo en manos de las máquinas (incluso –sobre todo– los mercados) se lograría un equilibrio progresivo. “En la utopía digital, todos seremos alegres y ricos”, remacharon con sarcasmo Barbrook y Cameron.

En California, en Chile, en medio del mar

En 2014, pasadas varias burbujas y con los algoritmos del high frequency trading convertidos en “caballeros replicantes del apocalipsis”, hay quienes se aferran aun con más fuerza a esa utopía randiana. La potencial inclusión de Silicon Valley como estado de la Unión podría ser entendida como el paso más firme hacia la Arcadia tecnológica, pero los hay que, sin esperar más, ya han optado por montar sus propias comunidades al margen de la sociedad.

Esa promesa de alegría y riqueza de la que hablaban Barbrook y Cameron, ajena al “colapso monetario total que ocurrirá en un plazo de cinco a diez años”, es lo que ofrece el impulsor de Galt’s Gulch Chile, Jeff Berwick, que se define como “anarcocapitalista, libertario y luchador por la libertad contra sus dos mayores enemigos: el estado y los bancos centrales”. Su proyecto, catalogado como una “comunidad inmobiliaria libertaria”, toma el nombre del lugar al que acudían en Atlas Shrugged las personas llamadas por John Galt a liberarse de la opresión del estado y la sociedad. “Un valle grande y prístino separado casi por completo del resto del mundo. Era exactamente como lo había imaginado en la novela de Ayn Rand”, explicaba Berwick en mayo de 2013. Las 11.000 hectáreas de terreno fértil permiten proyectar una comunidad autosuficiente que además podrá realizar sus transacciones en bitcoins, todo en el marco de un país caracterizado por la herencia friedmaniana de su economía.

El Seasteading Institute quiere construir ciudades flotantes “que permitan a los pioneros probar nuevas formas de gobierno”

Galt’s Gulch no es la única iniciativa de este tipo que se desarrolla en Chile (también está, por ejemplo, Freedom Orchard-Vergel Libertad), ni tampoco la primera que desafía el concepto de estado-nación tal y como es conocido. Décadas después de la autoproclamación de estados como el Principado de Sealand, es precisamente un nieto de Milton Friedman, Patri Friedman, quien fomenta a través del Seasteading Institute la idea de la colonización de las aguas de alta mar “que permita a los pioneros probar nuevas formas de gobierno”. Cuenta para ello con el apoyo de Peter Thiel, fundador del servicio de transferencias electrónicas PayPal, y hace un año logró completar la primera ronda de financiación para la construcción de una ciudad flotante. Y no se encuentra solo: Larry Page, de Google, fantaseó en voz alta durante una conferencia en 2013 con la posibilidad de “separar una parte del mundo” para que los especialistas en tecnología puedan “probar nuevas cosas y estudiar su efecto en la sociedad”. Si estas iniciativas llegan a materializarse, el nuevo estado propuesto por el randiano Draper (tiene un centro de formación donde enseña a sus alumnos a ser “héroes” de Silicon Valley) podría tener ya su propio G7 ideológico repartido por el mundo.

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