Lo mejor que tiene ver El caso Wanninkhof-Carabantes de Netflix es que te pone frente al espejo. Todo aquel que conoce o que incluso vivió aquellos hechos tiene que notar por fuerza cierto sentimiento culpa. Porque los investigadores, los jueces y prácticamente media España, empujada por el amarillismo de muchos medios de comunicación, en especial las televisiones, juzgó erróneamente los hechos en gran medida por los prejuicios que habitaban en la sociedad.
Recapitulemos los hechos para quien esté despistado. Este es uno de esos casos en que un segundo crimen, el de Sonia Carabantes, remedió la tremenda injusticia que se había cometido tras el primer crimen, el de Rocío Wanninkhof, por el que se juzgó y condenó como asesina a Dolores Vázquez, ex pareja de la madre de la víctima, Alicia Hornos. El asesino de ambas era en realidad Tony King, que se había cambiado el nombre tras su estancia en prisión por delitos sexuales en Inglaterra. Su arresto por el segundo asesinato provocó la liberación de la condenada injustamente por el primero.
El documental dirigido por Tània Balló cuenta con buen pulso aquellos sucesos luctuosos. Aunque pueda contener algunos errores menores de interpretación, la verdad es que se cuenta lo que pasó con un ritmo que no te deja respiro y con una acertada estructura narrativa que impide que el espectador se pierda. El recurso de empezar a contar cada uno de los crímenes desde las habitaciones vacías -tristes, al cabo- de las adolescentes asesinadas te impacta y te mete de lleno en el caso.
Los hechos, sin adjetivos, contados ordenadamente y bien entrelazados, demuestran una vez más, al igual que con el documental del caso Alcásser, hasta qué punto vomitivo pueden llegar las coberturas sensacionalistas de determinados crímenes
Recordar o descubrir los clamorosos errores -ahora evidentes y entonces aplaudidos por todos- que llevaron a señalar, juzgar y condenar a Vázquez como asesina te empujan a la reflexión. Porque los hechos, sin adjetivos, contados ordenadamente y bien entrelazados, demuestran una vez más, al igual que con el documental del caso Alcásser, hasta qué punto vomitivo pueden llegar las coberturas sensacionalistas de determinados crímenes. Y más aún en este caso, cuando tanto pesaron los recelos hacia Vázquez por su orientación sexual. Ver la obra de Ballò es la mejor vacuna para que no se repita tamaña barbaridad.
Los testimonios, en especial los de la propia madre de Carabantes -"si se hubieran hecho bien las cosas en el primero, mi niña estaría viva"-, la ex esposa de Tony King y el de un periodista de la Ser, resultan demoledores. Pero el gran problema de El caso Wanninkhof-Carabantes es una ausencia. Porque no aparece la víctima de la injusticia mediática, policial, judicial y social: Dolores Vázquez. Para escucharla se presentan imágenes de archivo de sus intervenciones, pero lo verdaderamente justo y necesario sería verla y escucharla ahora, dieciséis años después de lo sucedido.
Este buen documental, tan bien contado y tan necesario, queda sin embargo incompleto porque no está ella. Más aún después de que haya trascendido que HBO está grabando una miniserie de varios capítulos donde Vázquez será la protagonista. Porque lo mejor de los documentales true crimen, siempre interesantes, es volver a ver a sus protagonistas. Cómo fue su sufrimiento. Cómo les cambió lo que pasó. Cómo pueden vivir con ello.
Uno de los principales aciertos de la obra de Netflix está precisamente en su duración. En hora y media se cuenta todo lo que se puede contar. Nada sobra ni nada falta (con la excepción comentada, claro). Es necesario apuntarlo porque uno de los habituales errores de este tipo de documentales es que se alarga el metraje, incluso repartido en numerosos capítulos, de forma exagerada. Como también es de justicia recordar, como hacían en El Economista, que ya en 2008 TVE estrenó una miniserie sobre el tema con una excepcional Luisa Martín en el papel de Vázquez. Pero ni sumando aquel producto, el actual de Netflix y el futuro de HBO puede remediarse todo el daño que se hizo a alguien que estuvo 17 meses en la cárcel por un crimen que no había cometido.