Esta frase tan clara y contundente la pronunció un sátrapa llamado Carlos Arias Navarro, al que, tras la Guerra Civil, llamaban Carnicero de Málaga, mote tan elocuente y expresivo que no hace falta explicar. España, 1976. Juan Carlos de Borbón era para la izquierda y una buena parte de la prensa un rey impuesto y franquista. Lo sigue siendo hoy para la extrema izquierda comunista que es Unidas Podemos.
Arias forma gobierno para satisfacción de lo que llamaban entonces el búnker, o sea, el inmovilismo más rancio y recalcitrante, pero Juan Carlos, asesorado por Torcuato Fernández Miranda mete en el Gabinete y en contra de su opinión a ministros con talante reformista, especialmente Areilza y Antonio Garrigues. Y Fraga, que aún se movía entre dos aguas. En realidad, el gallego estuvo siempre ahí.
El primer acierto de Juan Carlos
El rey, junto a Fernández Miranda, entonces presidente de las Cortes y del Consejo del Reino, diseñan toda la arquitectura para llegar a la democracia. De la ley a la ley a través de la ley. Y así es sabido que el Monarca se comprometió con la democracia sin faltar a sus juramentos. Un milagro de Torcuato que nunca pagará el pueblo español. Y es el momento en que el rey habla con Arias.
-Hay un topo en el Gobierno y yo necesito a alguien de mucha confianza dentro. Alguien como Adolfo Suárez, que bien podría ser ministro secretario general del Movimiento.
Lo que pasó después lo han de recordar muchos españoles. Arias Navarro no era un reformista. No podía serlo. Ni quería. Y por eso, Juan Carlos se lo quitó de encima cuando confirmó que sólo pretendía perpetuar el franquismo y combatir a sus enemigos. Huelgas, manifestaciones pro amnistía, violencia policial. Carteros y trabajadores del Metro militarizados, y ETA asesinando, marca de un siniestro trabajo que muchos vascos entendían como la respuesta justificada a la violencia institucional franquista.
Valga un ejemplo que da idea de lo que Juan Carlos tenía alrededor. El democristiano Emilio Attard habla con Arias y pide garantías para un mitin pro amnistía que se va a celebrar en Valencia.
Arias responde,
-Que hagan el mitin, pero que sepas que los voy a moler a palos
Felipe González, una cena con Arias Navarro
Este era el pulso de España a principios de 1976, cuando una noche quedan a cenar el presidente Arias y Felipe González, un joven de 34 años al que en la clandestinidad conocen como Isidoro. Se sabe poco de aquel encuentro, pero es fácil imaginar a González nervioso y al que le sudan las manos ante Arias. El Carnicero de Málaga, para marcar bien su territorio y poner las cosas claras, lo mira a la cara y le espeta,
-Recuerde que yo soy el Poder y usted no es nada.
Arias tiene en la cabeza un calendario inaceptable para un rey que ya ha hablado con toda la oposición, incluido Carrillo: en ocho años legalización del PSOE, el PCE, nunca.
Esto que les traigo lo leo durante este caluroso mes de agosto en el último libro de Paul Preston, que humildemente me permito recomendar: Un pueblo traicionado. España de 1874 a nuestros días: Corrupción, incompetencia política y división social. (Debate 2019). En este libro está recogido el trabajo minucioso y comprometido de Juan Carlos. Con lo que hizo durante la Transición y quedándose quieto en su habitación después, tal y como Pascal recomienda, su nombre estaría llamando al mármol continuamente.
El mejor comienzo, el peor final
Lo que hizo, y confirmar como ha terminado es, al mismo tiempo, sentir pena y rabia porque la Historia no hace otra cosa que repetirse. Fernando VII, Isabel II, su abuelo Alfonso XIII. Y ahora el nieto. Tonto, digan lo que digan, no es. Y porque no lo es, sabe lo que le pasa y conoce su futuro. El que le quede,
-Los que tienen menos de 40 me recordarán como el del maletín, Corinna y el elefante.
Así es si así os parece, Señor. Con sus méritos. Y, sin embargo, de todo lo que con estupor estamos viendo y leyendo siempre hay una pregunta que nunca se va, que vuelve incesantemente. Puesto que Juan Carlos nunca gobernó, ¿los gobiernos de Suárez, González, Aznar y Zapatero, ¿no conocieron sus fechorías? El Cesid, el CNI ¿reportaban al Gobierno, como es consecuente creer? Y si las conocían, ¿las consintieron? ¿Miraron para otro lado? O aquello se resolvía con un “nada, nada, cosa de borbones”.
Es necesario saberlo, porque puede que la inundación no llegue sólo a la Corona. Pero la Historia es tozuda, y tiende a repetirse.
Decía Ortega,
-Empezando por la Monarquía y siguiendo con la Iglesia, ningún poder nacional ha pensado más que en sí mismo.
Huido, exiliado o expatriado, que todo puede servir, y poniendo a su hijo en un brete cuyas consecuencias no conocemos en este momento. Y menos que nadie Felipe VI, el mejor de nuestra Historia.
La política o el juego de las percepciones
España camino de la quiebra junto al agotamiento material y moral de gobernantes y gobernados. Y a la cabeza de los muertos por el coronavirus; a la cabeza de los brotes y en la emergencia de los rebrotes. Y el presidente, sus ministros y diputados de toda laya y condición de vacaciones. No hay empresario que con la empresa amenazando ruina sea capaz de irse por ahí a tomar unos tintos de verano. Pero España no es una empresa. Fue siempre, con borbones y sin ellos, un negocio. Un negociete, para ser exactos.
A estos no les afectan los ERTE, ni las bajadas de sueldo, ni los peligros de perder el puesto de trabajo. No seré yo quien diga a los que nos mandan lo que han de hacer, pero Iván Redondo bien podrá recordarles en este momento que la política es una actividad que juega en el campo de batalla donde luchan las percepciones. La política es percepción. Y el poder, de cara al exterior, también. Se ejerce y se escenifica.
Sánchez podría estar jugando al mus con sus ministros en una covachuela de La Moncloa. Al menos nos haría creer que hay alguien de guardia en este momento, ahora que nos enteramos de que el Estado se prepara a subsidiar a 550.000 parados que no tienen prestación. No pregunte de dónde sale el dinero, qué más da. ¡Muera Holanda!
Es 11 de agosto. Ya vendrá septiembre. Y qué decir de nosotros, ciudadanos de un pueblo que no quiere saber lo que se nos viene encima. Vamos viviendo amigo, vamos así viviendo. Carpe diem. O sea, lo nuestro. Lo de toda la vida desde que, unos queriendo y otros sin querer, somos españoles. Quién sabe si porque no podemos ser otra cosa. O precisamente por eso.