Siempre he pensado que lo mejor del fútbol es que sirve para reírte de tus amigos. Ese mensaje perverso, con meme o gif incluido, que envías a un colega cuando pierde su equipo o que recibes cuando pierde el tuyo. Ese cachondeo tan sano entre aficionados que disfrutan con este deporte pero que tampoco son de esos forofos que se quedan sin cenar por una derrota o que gritan a la tele. Si bien es cierto que creo que no hemos echado de menos el fútbol tanto como esperábamos, en mi caso sí necesitaba volver a meterme con los colegas pero, por encima de eso, quería disfrutar de otro placer oculto derivado del balompié: rellenar la quiniela.
Hacer la quiniela es un acto bastante vacuo y destinado al fracaso en el 99,99% de las ocasiones. Pero de algún modo también es una forma de soñar. E incluso se está empezando a convertir en una manera de rebelión, porque implica desafiar a los nuevos mandamientos que nos quieren imponer. En esta sociedad occidental tan acobardada y capaz de cosas como censurar Lo que el viento se llevó por el racismo de sus personajes también empieza a estar proscrito lo de apostar.
Será porque no es políticamente correcto y me gusta llevar la contraria o será porque me retrotrae a tiernos momentos de mi adolescencia, pero el caso es que soy uno de esos tipos que disfruta yendo a la administración de lotería para hacer la quiniela. Lo he añorado durante estas largas semanas de confinamiento. Y he vuelto a gozar esta semana al hacerlo.
Al tomar las decisiones confundes y entremezclas los deseos con los argumentos que te dicta la razón. Y aún así casi nunca aciertas. O sea, como en la vida misma
Algo curioso de hacer la quiniela es que al tomar las decisiones confundes y entremezclas los deseos con los argumentos que te dicta la razón. Y aún así casi nunca aciertas. O sea, como en la vida misma. Otra sensación placentera ocurre cuando llegas a esos duelos entre equipos de los que no sabrías decir ni tres jugadores y tienes que marcar una casilla de forma arbitraria, a ver si suena la flauta. Juegas sin mucha esperanza ni conocimiento pero te entretienes. Tienes que decidir entre enormes dudas.
En suma, lo mejor de rellenar la quiniela es que tienes que hacer frente a la incertidumbre. Dice un amigo que en nuestra sociedad no estamos preparados para esa batalla. Queremos seguridad, tenerlo claro, no dudar. Pero los días inciertos como estos que aún vivimos avivan nuestras contradicciones y disparan nuestras ambivalencias sobre una misma cosa. Por poner un ejemplo personal del enclaustre, en la mayoría de los instantes pasaba olímpicamente del fútbol pero en otros deseaba con fervor que volviera.
Nos pasa algo similar, diríase que idéntico, con la "desescalada". Tenemos un sentimiento de ambivalencia del que no podemos escapar: a veces creemos que vamos muy rápido y a veces que vamos muy despacio. Pero es una lotería
Viene esto a cuento de que nos pasa algo similar, diríase que idéntico, con la "desescalada". Tenemos un sentimiento de ambivalencia del que no podemos escapar. Quiero decir que hay momentos en los que creemos que estamos siendo demasiado lentos en volver a nuestra vida anterior, porque no debemos dejar para mañana lo que podamos hacer hoy. Y, sin solución de continuidad, hay otros momentos en los que pensamos exactamente lo contrario, es decir que vamos demasiado rápido sin reparar en que no por mucho madrugar amanece más temprano.
¿Es ya el momento adecuado para que empiece el fútbol o nos estamos precipitando? Nadie lo sabe, pero el caso es que vuelve, como tantas otras cosas. El parecido tal vez parezca forzado, pero yo lo veo más que razonable. Porque lo del fútbol evidencia que durante este desconfinamiento, al igual que pasa al hacer la quiniela, estamos jugando a la lotería, incluso a la ruleta rusa, sin tener ni puñetera idea de lo que nos espera. Veremos si hay suerte o tendremos que volver a apostar.