Opinión

No hay que ser nunca el primero

Agarrado al atril, con atuendo entonado en azules y corbata burdeos, el presidente Sánchez se muestra compungido, acompaña en el sentimiento a los que perdieron a sus deudos sin posibilidad de despedirse 

  • El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante el pleno celebrado el pasado miércoles en el Congreso.

Alexander Solzhenitsin describe en Archipiélago Gulag las ovaciones en modo soviético en que prorrumpía el auditorio, puesto en pie, cuando terminaba su discurso la autoridad competente del Partido, por supuesto, comunista. Y refiere lo sucedido a un secretario del Comité novato que, creyendo tener facultades para proceder, optó por sentarse con general alivio de los aplaudidores porque después de 11 minutos ininterrumpidos de palmas los profesionales de la adhesión inquebrantable tenían las manos desolladas. Indica Solzhenitsin como temeridad semejante provocó que fuera detenido y que al final del interrogatorio quedara advertido de que “no hay que ser nunca el primero en dejar de aplaudir”. Un principio que, por ejemplo, asumido por los diputados del Congreso respecto de cada uno de sus líderes, dilata la duración de las ovaciones tan pobremente reflejadas por los taquígrafos en sus acotaciones como aplausos, grandes aplausos, grandes y prolongados aplausos y que atribuyen a los diputados del grupo emisor que sea. 

También sostienen los farmacéuticos que no hay venenos, hay dosis y que sustancias en principio inocuas ingeridas en dosis de caballo pueden resultar venenosas. Así sucede, por ejemplo, con las intervenciones seguidas de ruedas de prensa en las que se prodiga de modo incesante el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Visto y oído en dos tardes recientes, el sábado, día 25, y el martes, día 28, y las que te rondaré morena. Agarrado al atril, con atuendo entonado en azules y corbata burdeos, el presidente Sánchez se muestra compungido, acompaña en el sentimiento a los que perdieron a sus deudos sin posibilidad de despedirse ni de tributarles honra fúnebre alguna, intenta hacer de pedagogo, se muestra orgulloso de la disciplina social observada no por la ciudadanía sino, obsérvese el barroquismo expresivo, por el conjunto de la ciudadanía, reconoce el mérito de los profesionales de la sanidad que enumera en todos sus grados y especialidades, añade a los cuerpos y fuerzas de seguridad haciendo mención separada de la Policía Nacional y de la Guardia Civil, integrantes de los Ejércitos movilizados para esas tareas y trabajadores de supermercados, reponedores, conductores de autobuses, ferroviarios, servicios municipales de agua, centrales de energía, cuidadoras, quiosqueros, panaderos y afines asimilables. 

El sábado la especialidad consiste en erigirse en campeón de la batalla, señalar que estamos “superando el pico”, “doblegando la curva”, en medio de un panorama de “incertezas”, vocablo preferido para sustituir el de incertidumbres. Embalado en esa jerga habla de transición gradual y, por tanto, “asimétrica”, según los territorios, no vayan a molestarse las comunidades autónomas, pero bajo las mismas reglas y el principio de coordinación, modulado de acuerdo con los marcadores. Como los toreros que se gustan, insiste en los contrastes de mismas reglas y distintas velocidades y advierte que nadie debe competir por bajar más deprisa hacia la nueva normalidad hasta la vacuna final. Hace un brindis a Europa y acepta las preguntas. Cada uno de los periodistas formula un mínimo de tres y un máximo de nueve, sin dejar de ponerlas en contexto. Un proceder que permite al presidente Sánchez escabullirse y salir ileso sin el más leve rasguño. Las cuestiones sobre pronunciamientos del vicepresidente segundo descalificando la sentencia sobre una dirigente de Unidas Podemos las despeja a córner sin mayores apuros.

Llegamos al martes 28 y vuelta a las consideraciones previas, llenas de protestas de moverse por el único propósito de querer lo mejor para todos y, ojo al parche, para todas, niños y niñas, topógrafos y topógrafas, en aras de un trabajo colaborativo para cumplir la transición que nos lleve a la nueva normalidad. Una transición que para que nos enteremos será gradual, es decir, por fases, asimétrica, coordinada y adaptable. Toda una proliferación de adjetivos desorientadores con especial insistencia en subrayar la condición de asimétrica, es decir de carente de simetría, sin armonía de posición de las partes similares unas respecto de otras, y sin referencia a punto, línea o plano determinado. Y ya sabemos que fuera de los sistemas de cristalización los cuerpos son amorfos y que en sentido contrario la materia cristalina se caracteriza porque los átomos que la constituyen se encuentran agrupados de una manera ordenada y obedeciendo a leyes fijas, de modo que ocupan los nudos de una red paralepipédica. 

Presidente Sánchez abunda en establecer cuatro fases del 0 al 3 de dos semanas de duración cada una y se pierde en meandros de ejemplos carentes de significación. Nos quedamos sin saber si los de Almería pueden ir a Cádiz en caso de tener allí una segunda residencia todos bajo las mismas reglas y a velocidades distintas, según determine el avance de marcadores en el panel integral del CAES, del doctor Simón, por supuesto. Todo salpimentado de algunos latiguillos como “lógicamente”, “por tanto”, “en consecuencia” y “avalado por la ciencia”. Otros 'palabros' a tener en cuenta incluyen “conviviente”. Y las paellas mejor de encargo. Así que mucho referirse al avance, no en orden cerrado sino en orden disperso, pero nos quedamos sin saber por qué en las próximas prórrogas que ya se advierten del estado de alarma se renuncia a utilizar el artículo sexto de la Ley Orgánica 4/1981, que permitiría al Gobierno determinar el ámbito territorial de aplicación, excluyendo del mismo los municipios, provincias y comunidades autónomas donde la pandemia se hubiera dado por vencida. En todo caso, como cantábamos en el colegio: “Ahora que somos pequeñitos / y de pueril inteligencia / no sabemos apreciar / el bien que se nos hace / en esta Santa Casa". Vale.    

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