A la entrada del pabellón 7 hay una franja roja en el suelo que avisa al forastero: "Entra usted a zona sucia". Pero desde hace días esa nave es un lugar abandonado. Solo hay camas con las sábanas por dentro que pronto serán retiradas. España mira al final del confinamiento, los niños pisan la calle y el ambiente en Ifema ya no es de urgencia ni tensión. Decenas de enfermos y sanitarios agotan su último baile en el pabellón 9. Comparten un ambiente el que se mezcla la nostalgia y la fiesta. El aplauso es el canal de comunicación entre los diáfanos pasillos ahora semivacíos. Quedan 120 pacientes a los que ya se les busca destino y solo cuatro en la UCI pendientes de continuar su batalla en un hospital. Son los últimos del hospital milagro.
De los tres pabellones habilitados solo permanece activo uno y a mitad de rendimiento. Desde el 24 de marzo han pasado por ahí un total de 3.782 enfermos de entre 16 y 103 años de edad. Han muerto un total de 16 pacientes, un porcentaje reducido. Los responsables explican que los ingresos eran en su mayoría afectados leves. Los más graves permanecían en los hospitales. Llevan varios días sin entrar nuevos pacientes. Es como un telón que esté echando el cierre entre la ovación general dentro y fuera de sus paredes.
Es domingo por la tarde y el recinto dominguea. Apenas hay movimiento en el vestíbulo. Dos familiares esperan en unos sillones azules a recibir a sus allegados ya con el alta médica. Miran el móvil absortos, como en una sala de espera cualquiera. A los pocos minutos un sanitario irrumpe sobre uno de esos patinetes modernos que inundan ahora las ciudades. Empuja una silla de ruedas con una anciana. La mujer lleva mascarilla pero es evidente que sonríe. “Ha sido una paciente buenísima, la queremos todos muchísimo”, dice el sanitario antes de advertir que nada de abrazos. Una cama menos.
Fernando Prados es el coordinador del hospital. Se maneja con soltura sobre uno de esos patinetes, el medio de transporte más empleado para salvar las grandes distancias del recinto. Prados es un veterano de desastres como la de Haití, Pakistán o Banda Ace. Considera que el éxito de Ifema fue precisamente descargar la presión de los hospitales. Lamenta que tengan que venir de fuera hablando inglés para que se reconozca el mérito de la instalación. Se queda con las palabras del rey en la inauguración. Les dijo que pasarían “a la Historia de la medicina”.
El hospital se levantó en 28 horas. Algo más tardaron en instalar las tomas de oxígeno, necesarias porque con las bombonas no era suficiente para combatir los problemas respiratorios que provoca el virus. En la obra fue necesario fabricar específicamente unas llaves para cada cama. Hubo que reunir de urgencia a 220 fontaneros voluntarios. “Esos son los únicos expertos que han pasado por aquí”, dice Prados, cansado de que demasiadas veces les instaran a consultar con “expertos” para un desafío que era inédito para todos.
A las 19.59 suena una alarma en el pabellón que convoca al rito central de la jornada. Primero suena el himno nacional, luego se aplaude y después suena el Resistiré. Sanitarios, pacientes, trabajadores y militares de la UME se dan cita en la puerta de acceso del pabellón número 9. Más de uno no guarda la distancia de seguridad. Hay aplausos y el ambiente es festivo. “Uy, y estamos de capa caída ya. Si vieses lo que había hace semanas”, dice un sanitario.
Cada día, alguno de los colectivos hace una coreografía al ritmo del tema del Dúo Dinámico. “Hoy le toca a los de limpieza”, avisan. Hubo profesionales médicos que el domingo pidieron en redes sociales no aplaudir en señal de protesta por la falta de medios y de test para el personal sanitario. En Ifema la performance acabó con una conga.
Las batas que llevan los sanitarios es del mismo color azul celeste que los pijamas de los pacientes. Hay que acercarse para distinguirlos. En uno de los módulos hay un cumpleaños. Se canta y se escuchan más aplausos que generan un efecto llamada hacia ese punto. Cada módulo cuenta seis camas y el nombre de un municipio de la Comunidad de Madrid. Está Perales de Tajuña, Pozuelo de Alarcón, Torrejón de Ardoz… Las relaciones personales que se han forjado ahí dentro son como las de los amigos de la mili. Si uno recibe el alta, se comunica con los familiares para saber cómo evolucionan los que siguen dentro.
Están separados por sexos, pero tratan de reservar hueco en los compartimentos contiguos para que puedan estar cerca parejas que enfermaron a la vez. En estos últimos días apenas se tienen en cuenta ya las líneas del suelo que delimitan el espacio solo para sanitarios. El lugar se empieza a recoger, que no a desmantelar. Toda la instalación se almacenará por si un nuevo brote obligase a montar de nuevo. En cualquier caso, los responsables del hospital creen que ya sería en otro lugar.
Ifema aporta un importante porcentaje al PIB de la Comunidad de Madrid y necesitará recuperar la actividad. La sensación general es que lo peor ya ha pasado. Los habitáculos para los médicos tienen nombre de estadio. Está el Bernabéu, el Metropolitano, Riazor -porque el ingeniero que lo diseñó es del Dépor- y Las Gaunas. Este último nadie sabe muy bien por qué. En uno de ellos hay unas salas especiales para que los familiares se puedan despedir de sus pacientes antes de morir. Sobre una pared hay escrito un mensaje de El Quijote: “Siempre deja la aventura una puerta abierta en las desdichas, para dar remedio a ellas”.
Aún no hay fecha segura pero se baraja el 1 de mayo para el punto y final. Al menos eso es lo que le han dicho a un sacerdote que ha pasado estas semanas entre los enfermos. Con su alzacuellos dice que su función ha consistido sobre todo en “acompañar”. “Hay pacientes que solo querían a alguien con quien hablar. No se podía, pero yo les cogía la mano”, admite el religioso. De cumplirse la fecha, ese día será el último que la librería Resistiré -con libros donados- albergue la tertulia de un grupo de amigas que siempre se reúne a la misma hora en esa esquina del pabellón.
Anochece en el recinto y una megafonía orwelliana resuena consignas de ánimo. “¡Somos un equipo!”. De camino a la salida hay una pantalla táctil en la que se ofrece la posibilidad votar el trato recibido igual que las de los supermercados para evaluar al dependiente. Tiene cinco caras de colores, desde una sonriente en verde a una enfadada en rojo. “Valora tu experiencia”.