Si el PP estuviera en La Moncloa, el Gobierno se encontraría cercado por una turba de activistas furibundos, agitados por Monedero, como en el 11-M. A Pedro Sánchez, sin embargo, no se le reprochan, por ahora, ni los 10.000 muertos (el 5% de la población mundial) o los tres millones de parados (camino de cinco). Al presidente socialista apenas le llega el lamento de la calle, el dolor de las víctimas, el llanto de los golpeados. Con los medios de comunicación bajo control, el Congreso encadenado y la gente recluida en sus casas bajo el imperio de un estado de excepción, todo está bajo control. La sociedad, amanillada y anestesiada, tan sólo se hace oír cinco minutos al día desde los desesperados balcones. Nadie grita "dimisión". Menos aún "cárcel". Todo es "en positivo" y con sordina.
Este escenario de totalitarismo incipiente precisa consolidar unas bases firmes para mantenerse en el tiempo. Hay varias fórmulas en estudio y alguna de ellas en marcha. Quienes menudean con frecuencia por el entorno presidencial describen estrategias disímiles y no necesariamente complementarias. La clave de todo pasa por el futuro de la actual coalición en el poder y el reparto de papeles entre Sánchez e Iglesias. La teoría más asentada, plasmada aquí con nitidez por Luca Costantini, subraya que Sánchez y su equipo de astutos estrategas propagandistas dominan el cuadro de mandos, en tanto que Iglesias es un vicepresidente menguante, que ni pincha ni corta, a quien se le permite, de vez en cuando, alguna aparición ante los focos para templar su ansia de protagonismo. Es Nadia Calviño quien lleva las riendas. Entre otras cosas, porque como ha demostrado la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, (vestido rojo y carcajada estúpida) el nivel de incompetencia de los ministros morados supera el territorio de lo estrambótico y se sumerge en el de la astracadana.
Iglesias, que desprecia intelectualmente a Sánchez, gusta de asomarse a los medios con la Constitución en ristre, cual si fuera el libro rojo de Mao, de la que recita algunos artículos con gesto de Robespierre
Crece, sin embargo, la teoría del asalto a los cielos por parte Pablo Iglesias, que se hace fuerte ante un presidente del Gobierno catatónico y pusilánime. El líder de Podemos, que desprecia intelectualmente a Sánchez, gusta de asomarse a los medios con la Constitución en ristre, cual si fuera el libro rojo de Mao, de la que recita algunos artículos con gesto de Robespierre. Podemos tiene un proyecto político, el chavismo-leninismo, y precisa del caos y la devastación para instalarlo. El hundimiento económico, la quiebra inminente y el pánico social son sus instrumentos para empujar a nuestro país hacia la orilla venezolana. "La Constitución cuando se saca es para aplicarla. El patriotismo es poner el interés general por delante del particular", proclama el caudillo morado, y esgrime luego algunos ejemplos prácticos de cómo se conjuga el verbo "expropiar". Iglesias ya está al frente, ha tumbado a Calviño, avanza en sus postulados económicos amparado en el caos imperante y en la desesperación creciente. Enfila ya sin cortapisas la consumación de su proyecto chavista.
Se alienta, paralelamente, una tercera vía para aplicar una vez superado el cataclismo sanitario. Se trata de reeditar los Pactos de la Moncloa, el soberano artefacto en el que se asentaron los cimientos de la Transición. Se trata de abordar un proyecto de reconstrucción (más bien resurrección) nacional que ponga a España de nuevo en pie. Todas las fuerzas políticas habrían de sumarse a este acuerdo, en especial el bloque de la derecha democrática. Es imprescindible la unidad para abordar "una etapa que arranque en lo político y en lo económico", explicaba José Luis Ábalos. Nada de Gobierno de salvación o de emergencia nacional, como se reclama desde el sector conservador. Un pacto puro y duro, liderado por Sánchez, en el que el resto de las formaciones actuarían como meros comparsas del invento. Asentimiento y silencio. Aplausos y sonrisas. Así le gusta a Sánchez.
Sánchez se encuentra horrorizado bajo síndrome de la mujer de Lot. Que nadie mire atrás, que no se escrute el pasado, que nadie recuerde el estropicio, que no le señalen
No es un pacto, es una trampa, señalan en fuentes de Génova. "Sánchez es un cóctel de mentiras e incompetencias", subraya Casado. "Nos conformaríamos con que nos llame", añade. El líder socialista pretende echar tierra sobre sus tremendos errores, sobre la tierra calcinada, los muertos sin responso, los parados sin futuro, las empresas demolidas, la economía pulverizada. Sánchez se encuentra bajo los efectos del síndrome de la mujer de Lot. Que nadie mire atrás, que no se escrute el pasado, que nadie recuerde el estropicio, que no le señalen, ni le pidan cuentas, ni le denuncien. Necesita ese acuerdo, más escénico que pragmático, para borrar tanta dramática ineptitud, para limpiar el lodazal de su gestión y mantener en pie su incontestado liderazgo.
El truco es viejo. Poner al PP contra las cuerdas. Si Casado se niega, se convertirá en un partido traidor, que prioriza sus intereses políticos por encima de los de una Nación herida. Tan chusco y tan manoseado como eficaz. La televisiones, bien regadas, allanarán el camino. Nunca se han empleado tantos medios en el designio de hacernos más estúpidos. El servilismo informativo funciona a la perfección. No ha decaído ni un instante durante las duras jornadas del calvario. Una sociedad zombi, desnortada, arrasada y sonámbula, se tragará la trampa. La estrategia de la araña para inmovilizar, bloquear y paralizar a la derecha ya ha comenzado. Este fin de semana, Sánchez se dignará descolgar el teléfono y convocará a sus futuras víctimas. "Reconstrucción", será el argumento del chantaje. Cabe confiar en que Casado tendrá muy clara la respuesta.