Desde la Transición hasta hoy los españoles han sido llamados a las urnas para elegir a los miembros del Congreso y del Senado en trece ocasiones, algunas de enorme trascendencia, como las constituyentes de 1977 o las primeras con la Ley de leyes ya aprobada en 1979. Otras de gran impacto, como las que dieron la mayoría absoluta al PSOE en 1982 y al PP en 2000 y en 2011, o las que el PP perdió sorpresivamente en 2004 tras la tragedia del 11-M. Pero sin duda las elecciones que se celebrarán el próximo 28 de Abril poseen una relevancia comparable o mayor que cualquiera de las anteriores. Tres son las razones que emergen como decisivas para dar a estos inminentes comicios un dramatismo singular.
La primera es la influencia innegable que el resultado que arroje el recuento en esa fecha tendrá sobre el destino final de los separatistas catalanes encausados en el Tribunal Supremo por los delitos de rebelión, sedición, desobediencia y malversación. Existen serias dudas acerca de la firmeza que un eventual Gobierno presidido por Pedro Sánchez demostraría a la hora de preservar el Estado de Derecho una vez pronunciado el veredicto de los siete magistrados. La ambigüedad de las respuestas del actual jefe del Ejecutivo al ser interrogado sobre tan espinosa cuestión, junto con declaraciones de dirigentes del PSC en la línea de defender la conveniencia de un perdón gubernamental a los condenados, hacen temer lo peor, a saber, que después de vulnerar gravemente la Constitución y saltarse el ordenamiento legal vigente de manera descarada, los culpables de semejantes tropelías se libren del merecido castigo. Tan sólo una mayoría absoluta de la suma de los tres partidos inequívocamente comprometidos con el orden constitucional, PP, Ciudadanos y Vox, garantizaría el cumplimiento de la sentencia, con independencia de su alcance y su rigor. La invalidación del pronunciamiento de los jueces insuflaría nuevos ánimos al secesionismo y a sus bases sociales, que la interpretarían como una claudicación ante sus pretensiones y se lanzarían al asalto final a la Nación que no reconocen en su delirio como suya.
Existen serias dudas acerca de la firmeza que un eventual Gobierno de Sánchez demostraría tras conocerse la sentencia sobre el golpe del secesionismo catalán
La segunda radica en el peligro de implantar políticas de gasto público desaforado, impuestos altos y trabas a la competitividad en una etapa de desaceleración del crecimiento. Los cambios normativos anunciados por Sánchez en relación al mercado laboral, a la indexación de las pensiones con el IPC, a nuevos tributos que graven a las empresas digitales, la energía y las transacciones financieras y a la limitación del precio de los alquileres, tendrán como segura consecuencia un menor crecimiento, un aumento del desempleo, el descontrol del déficit y una imparable deuda. Por tanto, si pretendemos mantener el ritmo de la recuperación e incrementarlo, es esencial que el PSOE sanchista y Podemos no dispongan de las palancas de la Administración y del BOE.
La tercera es la de mayor entidad porque se refiere a la existencia misma de España como Nación reconocible y como ámbito de nuestros derechos y libertades. Ha quedado demostrado que la izquierda, tanto la de un PSOE reducido a la empresa personal de un ególatra, como la de un Podemos prisionero de un dogmatismo destructivo y liberticida, ni puede ni quiere asegurar la unidad nacional frente a la ofensiva separatista contumaz y desatada. El firmante de tesis y autobiografías escritas por otros sacrificará lo que sea menester para seguir en La Moncloa y en cuanto a Pablo Iglesias y sus confluencias han dejado claro que permitirían un referéndum de autodeterminación en Cataluña, negación absoluta de la soberanía indivisible del pueblo español y de España como vector histórico y como entidad jurídico-política viable.
En cada papeleta debería escribirse en una esquina ‘ser’ o ‘no ser’ para que el votante supiera el verdadero significado de su sufragio
Por consiguiente, el 28 de Abril lo que se dilucidará no es ya este o aquel programa electoral o esta o aquella línea de acción en fiscalidad, educación, sanidad, seguridad ciudadana, inmigración o bienestar social; lo que estará en juego será si seguimos teniendo un suelo institucional, simbólico y constitucional bajo nuestros pies o nos transformamos en un pecio mutilado y a la deriva, en polvo dispersado por el viento del tiempo, si las gentes del resto del mundo hablarán en un futuro de nosotros como del recuerdo de algo que fue, como hablan hoy de la Atlántida, de Thule o de Tartessos. En cada papeleta de las distintas opciones en liza dentro de dos meses debería escribirse en una esquina “ser” o “no ser” para que el votante supiera el verdadero significado de su sufragio, la bifurcación sin retorno que le aguarda en su colegio electoral.