Creer que ya no podemos avanzar más es una máxima que ahora hemos encontrado a quien endosarle, a los millennials. Pero sospecho que cada generación ha creído eso mismo de sus coetáneos: que ya se encargaron otros de lograr todos los avances más sustanciales antes de que nosotros llegáramos al mundo. Las vacunas, pilotar un avión y volar de punta a punta por el planeta en cuestión de horas, el cocido madrileño, construir casas con una impresora u operar a corazón abierto. Aunque nuestra percepción de vivir en un lugar perfecto es algo utópica y creemos inalcanzable, las expectativas de mejorar el futuro quedan acotadas. La paradoja está en que una civilización, por definición, siempre está en obras, lo que significa que esté en constante proceso de mejoras.
Si bien es cierto que vivimos en el período y hemisferio más pacífico de la historia, donde la educación o la sanidad han llegado a más capas de la sociedad de lo que hubiesen imaginado en siglos nuestros antepasados, que la pobreza extrema se va reduciendo en diferentes enclaves, o la violencia en algunos países incluso está ausente, eso no debería frenarnos para poder gozar una tranquilidad plena, de revisar nuestros derechos, nuestras libertades y, en definitiva, si esa paz está garantizada por igual para todos.
Vamos a acudir a lo que todos apelan cuando dicen que ya somos personas libres y respetadas. Los derechos humanos actuales, considerados como universales, no lo fueron siempre a lo largo de toda su existencia. Cuando se redactó la primera Declaración del Hombre y el Ciudadano, en 1789, se ajustaba a una realidad muy alejada a la que concebimos doscientos treinta años después. Su interpretación iba sujeta a un determinado lugar, a una determinada época y a un determinado espacio cultural. Los debates, redactados y votos dependieron de un grupo reducido de personas (hombres). Pero se extendieron igualmente esos derechos a todos los otros hombres y fue un avance histórico.
Si bien es cierto que vivimos en el período y hemisferio más pacíficos de la historia, debemos plantearnos si esa paz está garantizada por igual para todos"
A partir del redactado, ser considerado ciudadano te otorgaba unos derechos y unos deberes, los cuales apelaban a la vida democrática. Y, aunque se escribe en singular, ‘ciudadano’, su dimensión es plural. El documento, sin embargo, no siempre introdujo toda la diversidad, la universalidad del concepto. Ha ido evolucionando y adaptándose a cada contexto histórico. Pese a ello, y a que sus artículos deberían garantizar la libertad para todos los seres humanos de los países firmantes, sin distinción social, de género, religión o cualquier otra condición, el mundo sigue pivotando sobre una estructura de poder donde todos no siempre nos situamos a la misma altura y se debe ir revisando el texto a medida que vamos evolucionando y se sumen, cada vez más, los que ganemos con él.
A los millennials (y sus padres) quizá les suene a la época de los mamuts, pero hasta 1994 la homosexualidad estaba catalogada como enfermedad mental, hasta que no existió la Ley 14/1975 las mujeres no podían abrir una cuenta bancaria de manera autónoma en España, gracias a la Ley 11/1981 las madres empezaron a tener potestad sobre sus hijos (hasta entonces, hacía falta que quedaran viudas) o hubo que esperar nada menos que hasta 1956, hace tan solo 62 años, para declarar inconstitucional en Estados Unidos segregar los asientos de los autobuses en función del color de la piel.
Cuando aspiramos a vivir en ese lugar idílico me imagino que todos fantaseamos con ser felices, tener una vida digna. Todo eso se reduce a la dialéctica entre libertad e igualdad. El ser humano debe ser libre para actuar, pero al mismo tiempo debe vivir en sociedad. Cuanta más libertad dispongo como individuo, menos igualdad. Y cuanta más igualdad, menos libertad como individuo. Ser totalmente libres o totalmente iguales parece un imposible. Creo que todo podría resumirse en si queremos vivir en el salvajismo o en sociedad, en un lugar civilizado. Adivinen qué escogimos esta semana las mujeres de medio mundo.