A las ocho de la mañana del jueves 8 de marzo, un tren de Cercanías en dirección San Sebastián de los Reyes abre sus puertas en la estación Sol. La línea C4 ha tardado el doble con respecto a su frecuencia habitual. Es lo que contempla el plan de servicios mínimos. Aún es pronto, pero la huelga convocada en toda España para reivindicar la igualdad de derechos de las mujeres comienza. Los pasajeros se apretujan unos contra otros. Restriegan sus tarteras y abrigos salpicados de agua. Al final del vagón, una joven sostiene entre las manos una edición de bolsillo. Ajena a los codazos, lee. ¿Qué título? ¿Cuál escritor? El cuaderno dorado, de la premio Nobel sudafricana Doris Lessing, una de las autoras que más acertadamente entendió el mundo: el de las mujeres y el de los hombres.
El día de la huelga feminista, una chica lee a Doris Lessing, la autora que mejor entendió el mundo: el de las mujeres y el de los hombres
Nacer en territorios de frontera propicia el escepticismo y la lucidez. Hija de un oficial del Ejército británico, Doris Lessing (1919-2013) llegó al mundo en Kermanshah (antigua Persia, hoy Irán), aunque su familia se trasladó años después a Rodesia (hoy Zimbabue). En el largo trasiego de su niñez y adolescencia vio de cerca la discriminación que ejercían unos sobre otros: blancos sobre negros, hombres sobre mujeres e incluso padres y madres sobre sus hijos –la relación de Lessing con su madre fue terrible-. En 1939, con apenas 19 años, se casó con el funcionario Frank Charles Wisdom, con quien tuvo un hijo, John, y una hija, Jean, y del que se divorció en 1943. Ya había escrito su primer libro Canta la hierba. Entonces Lessing era joven, insolente y brillante. Y así como abandonó a su marido, lo hizo también con sus dos hijos: "No hay nada más aburrido para una mujer inteligente que pasar mucho tiempo con niños pequeños. Yo sabía que no era la mejor persona para criarlos, hubiese acabado alcohólica y frustrada intelectualmente como acabó mi madre", escribió en su autobiografía, que publicó en dos volúmenes, Dentro de mí (1994), que en inglés se tituló Under my skyn, y Un paseo por la sombra (1997).
Lessing se mostró crítica con el estalinismo y nunca aceptó que le endosaran un feminismo con el que estuvo en desacuerdo
Pasó el tiempo, Lessing se casó por segunda vez. Y se divorció, también, por segunda vez. En 1949, abandonó África y se marchó a Inglaterra. Se llevó con ella a Peter, un chico inválido que dependió de ella y en el que muchos lectores ven, acaso, al Tommy de El cuaderno dorado, ese libro que una chica lee esta mañana de jueves 8 de marzo, en un tren de Cercanías rumbo a San Sebastián de los Reyes. Entre 1952 y 1956, Lessing se afilia al Partido Comunista Británico. Se mostró crítica con el estalinismo mucho antes que un puñado de pensadores y escritores y acaso consciente de que su propia vocación era más fuerte que el rol que la naturaleza y la sociedad le impusieron, no aceptaba de buena gana que le endosaran un feminismo con el que estuvo en desacuerdo. Lo consideró una simplificación de la relación entre hombres y mujeres. Los derechos debían de ser para todos, y así lo defendió. Y aunque hay quienes blanden El cuaderno dorado para justificar la obcecada discusión entre género y literatura o una escritura femenina, su figura brilla todavía más no como la de una escritora mujer, sino como una mujer que escribía.
He ahí una nueva emboscada, la uniformidad versus la elección, una más de las fronteras a las que tuvo que enfrentarse Lessing, más de cincuenta años atrás
La biografía de Lessing resume y reúne, en el siglo XX pasado, las contradicciones y argumentos que se arrojan las mujeres este jueves 8 de marzo: para unas es un gesto ideológico y militante contra el capitalismo como expresión de la dominación masculina; para otras es una forma de significarse sólo como víctimas y por tanto declinan participar de ella, aunque estén de acuerdo en que la desigualdad es manifiesta. Las que quedan en el medio tienen ese poso de ira que forman la lucha y la marginalidad, una combinación acumulada durante décadas. He ahí una nueva emboscada: la uniformidad versus la elección, una más de las fronteras a las que tuvo que enfrentarse Lessing, con bastante menos margen de acción. Lessing abandonó a los dos hijos de su primer matrimonio, pero cuidó al tercero, al que más la necesitó; no temió ninguna rectificación, siempre que estuviera asociada a la razón, al quehacer intelectual. Su vida, como sus libros, se sostuvo en las decisiones. Elegir, ya sabe lector: cuesta. Y mucho.
La urdimbre de su obra -compuesta por más de 50 libros- se nutre de la rabia, el escepticismo, la insatisfacción, un sentimiento más humano que femenino, aunque también es cierto que reservado, con especial enjundia, a las mujeres. Algo que Lessing sabía de sobra y que volcó en sus libros. Su frase más contundente la dijo (citando a Virginia Woolf) cuando publicó El cuaderno dorado, en 1962: "Las escritoras serán libres cuando, sentadas a escribir, no piensen si escriben o no como mujeres". Su literatura y su reflexión sobre la experiencia propia fueron un acto tan ciudadano como político. Su quehacer literario sobre la psique femenina la sitúa más en la preocupación por los márgenes, por la periferia, que en el activismo de género. Por eso rechazó las palabras asociadas a mundos totales o totalizantes: feminidad, feminismo, imperio, ideología, racismo, persecución.
"Las escritoras serán libres cuando, sentadas a escribir, no piensen si escriben o no como mujeres", escribió Lessing
Esa chica que esta mañana lee El cuaderno dorado en este vagón tiene más libertades que su madre y su abuela, aunque eso no baste para creernos más libres ni mejores. Ese libro que lleva en las manos es la mejor prueba. El cuaderno dorado es un trasunto de las experiencias de Lessing en el África colonial, sus relaciones con otras mujeres, su vida intelectual en los ambientes progresistas y marxistas de Salisbury y Londres, sus dificultades como novelista y su desencanto con el comunismo, una reflexión que ella teje de forma paralela al advenimiento de la madurez y a la angustia ante la soledad. Lessing estructura la obra en torno a una novela corta, Mujeres libres, protagonizada por Anna Wulf, que es a su vez quien redacta los cuatro cuadernos que conforman el libro: negro, rojo, amarillo y azul. Cada uno desmigaja un capítulo de la vida de Lessing y de las mujeres de su generación.
En la década de los 50, Anna Wulf, divorciada, reside en Londres con su hija Janet y su amiga Molly, también divorciada y madre de un hijo, Tommy. Éste quedará ciego tras un intento de suicidio. Anna atraviesa una honda depresión, de la que le ayuda a salir la entrega a tareas sociales. Los recuerdos de la prolongada residencia de Anna en África, que constituyen el tema de una novela que ha publicado con éxito, están recogidos en otro de los cuadernos, donde narra su acercamiento a los comunistas y su posterior decepción, así como los ecos de la Segunda Guerra Mundial. Otro de los cuadernos, que completa esta visión de la compleja personalidad de Anna Wulf, contiene las reflexiones íntimas de ésta, sus visitas a una psiquiatra y sus fracasos amorosos. Y aunque el libro quiso ser utilizado como catecismo feminista, Lessing hizo las precisiones necesarias.
El propósito de Lessing con este libro era -valga la redundancia- tan político como literario: "Cuando se es una escritora perteneciente a la tradición inglesa, una debe ser consciente y sentirse agradecida de un patrimonio que significa no tener que luchar como mujer para ser publicada y valorada. En Inglaterra las mujeres se han ganado la vida como escritoras desde hace siglos y, a veces, protestando con energía contra su destino. Mi agradecida conciencia de este patrimonio es la razón por la que suscribo la máxima de Virginia Woolf, según la cual las escritoras serán libres cuando, sentadas a escribir, no piensen si escriben o no como mujeres". Si esa chica que sostiene entre manos El cuaderno dorado llegará o no a esa conclusión, no lo sabrá nadie en este tren. No todavía. Sólo le queda a ella y nosotros una certeza: el tiempo que ha transcurrido a nuestro favor, aunque eso no sea suficiente.
Que esa chica sostenga 'El cuaderno dorado' esta mañana de 8 marzo es el gesto de la buena terrorista, retumbando en un vagón de Cercanías rumbo a San Sebastián de los Reyes
A Lessing no le pusieron las cosas fáciles. Por eso se afanó en llevar la contraria. A su madre. Al Estado. A su marido. Al Partido Comunista. A su patria. A lo prestablecido. Lo injusto. Por eso, si hay un libro de Lessing que pone a todos en su sitio es La buena terrorista (1985). En sus páginas narra la historia de Alice Mellings, una mujer que transforma su casa en el cuartel general de un grupo de radicales de izquierda que desearían colaborar con el IRA. Mientras Alice lucha por conciliar su ideología con su educación burguesa, sus compañeros encuentran retos inesperados en su activismo por el cambio social y contra el capitalismo. Otra vez: la emboscada, la elección.
Aquella historia encarnaba, y al mismo tiempo sobrepasaba, un conflicto femenino. Porque al final de eso se trata la obra de Lessing: se ubica en la línea que separa la duda y la decisión. Es el escarmiento de los que nacen en las fronteras. De los que conocen la periferia, ese lugar culturalmente ocupado por mujeres, incluso hoy. No estoy segura de que, de haber dejado aquellas páginas en blanco, Lessing hubiese conseguido neutralizar una sociedad que, por descontado, no esperaba nada de sus libros. Pero Lessing escribió, y vaya si lo hizo. Que esa chica sostenga El cuaderno dorado esta mañana de 8 marzo alumbra una discusión mucho más compleja, que no cabe en la arenga. Una que tomará más tiempo del que duren las portadas de la prensa y los telediarios. Es el gesto de la buena terrorista, retumbando en un vagón de Cercanías rumbo a San Sebastián de los Reyes.