A estas alturas parece indudable que Rajoy espera a que se produzca el desenlace inevitable, la declaración de independencia, para recurrir al artículo 155 de la Constitución, que suspende de facto la autonomía y le permitiría tomar el control de Cataluña. El problema es que a día de hoy es difícil precisar a quien arrebatárselo porque no se sabe muy bien quien manda allí. El vacío de poder es asombroso, impensable hace solamente un mes. Por pura inercia las cosas marchan y no se han registrados más incidentes que los vinculados a algunas algaradas callejeras.
Hasta el momento el coste de la sedición ha sido el equivalente a cero
Pero eso no quita para que la rebelión por parte de los poderes públicos sea real. Desde la Generalidad a los Mossos d'Esquadra, pasando por infinidad de ayuntamientos que han expulsado de mejor o peor manera a las fuerzas de seguridad del Estado de sus términos municipales. Hasta el momento el coste de la sedición ha sido el equivalente a cero. Con dos legalidades conviviendo nadie sabe cuál de las dos terminará imponiéndose y el hombre de la calle trata de dar su mejor perfil para no verse en problemas el día después. Pocos son los llamados al heroísmo: tan solo los que comen de ello y los que lo buscan de gratis.
En la Generalidad no se confía demasiado porque es débil, pero, a cambio, es la única que parece que tiene un plan y está llevándolo a cabo. El Gobierno, por el contrario, tiene la fuerza pero carece de la voluntad y, sobre todo, del conocimiento de la situación. Va a remolque de los acontecimientos, improvisando sobre la marcha, sin saber bien qué va a suceder mañana y sometido al escrutinio implacable de los medios de comunicación.
Del director para abajo RTVE es una corporación al servicio de los intereses de una maraña de sindicatos y partidos entre los que no se encuentra el PP
Porque, a diferencia de Cataluña, donde el nacionalismo lleva años regando los maceteros mediáticos hasta convertirlos en una extremidad de sí mismo, en Madrid Rajoy solo puede contar con la lealtad sin fisuras de TVE. Y ni siquiera del todo, porque de director para abajo RTVE es una corporación al servicio de los intereses de una maraña de sindicatos y partidos entre los que no se encuentra el PP.
Nos encontramos ante la paradoja de que, a pesar de que cuenta con todo el poderío del Estado, no puede emplearlo. Esa es la razón por la que no aplica el artículo 155 aunque, tal y como le demandan desde hace semanas, podría hacerlo en cualquier momento ya que sólo necesita la mayoría absoluta en el Senado. El 155 figura en la Constitución pero nunca ha sido desarrollado. Más allá de él habitan los dragones. Sólo con pronunciar su nombre se abren más interrogantes de los que se cierran.
El artículo de marras faculta al Gobierno para intervenir directamente la autonomía. Y ya, eso es todo lo que prevé. No se sabe como hacer algo tan complejo porque nadie se ha sentado a redactarlo y luego pasarlo por las Cortes. De haberse hecho tampoco cambiarían mucho la cosas. Porque para desposeer del control de una autonomía a alguien renuente a ello sólo hay un modo: empleando la fuerza. Es aquí donde los dragones referidos hacen su aparición.
Las grandes tragedias empiezan siempre con alguien apretando el gatillo en medio de la calma
Todo tendría que empezar por el arresto del presidente de la comunidad y de todo su gabinete. Parece fácil, ¿no? Una pareja de la Guardia Civil se persona en el palacio de la Generalidad, en las consejerías y procede a llevarse discretamente a los imputados después de leerles sus derechos. Pero, ¿y si la pareja se encuentra dentro un batallón de los Mossos que se lo impide? ¿Qué pasaría si esos Mossos deciden abatir a los guardias civiles? No estoy haciendo ficción, las grandes tragedias empiezan siempre con alguien apretando el gatillo en medio de la calma.
Problema idéntico se encontraría el Gobierno a la hora de tomar el control efectivo del territorio. En muchas zonas esto sólo podría llevarse a término manu militari con el descrédito y el desgaste que eso ocasiona por muy cargado de razones que esté el Gobierno. Pero, ¿qué otra opción le queda al Estado?
Hemos llegado hasta aquí, cierto es, por la deslealtad de los representantes del Estado en Cataluña, que no otra cosa son Puigdemont y los suyos. Pero ésta no es de hace un mes. El procés ha cumplido ya cinco años y desde mucho antes se vienen sembrando las semillas de la discordia allá donde había que hacerlo: en el sistema educativo y en los medios de comunicación. En el primero desde edad muy temprana y en los segundos a todas horas y en todos los formatos.
No sabíamos ni cuándo ni cómo iba a suceder, pero todos teníamos claro que el "nation building" catalán tenía que romper por algún lado
No sabíamos ni cuándo ni cómo iba a suceder, pero todos teníamos claro que el "nation building" catalán tenía que romper por algún lado. No se puede estar prometiendo el paraíso sin entregar como mínimo un anticipo de los gloriosos días que vendrán tras la epopeya de la independencia. Estábamos avisados todos y más que ninguno el propio Rajoy, que ha permanecido impávido durante todo este tiempo limitándose a esperar acontecimientos. Mientras tanto se ocupaba de que no les faltase combustible financiero en la creencia de que esto era sólo una cuestión de dinero.
Al modo de estas venganzas poéticas que de vez en cuando se gasta la historia, le está tocando a él comerse el marrón, negociar la funesta hora en la que un grupo de iluminados, pura encarnación de la necedad que diría Azaña, se han echado al monte. Conste que podría haber sido peor, que podría haberle tocado a Zapatero, responsable en cierta medida de todo lo que está pasando. Pero no, ha sido a Rajoy y a su maestresala Soraya Sáenz de Santamaría, dos burócratas exquisitos, legalistas hasta la náusea, obsesionados con las cuestiones procedimentales y, amén de miopes, muy cobardes.
Podríamos pensar que esta vez la suerte también acudirá a socorrerles, pero la suerte es voluble, lo mismo se te pone a favor que en contra. Por lo general suele salir en auxilio de los audaces. A Puigdemont, a quien es justo acusarle de mil maldades, no podemos llamarle cobarde. Ha calculado todo con mimo, ha medido cada paso y, finalmente, ha ido con todo lo que tenía consciente de la magnitud del desafío. Ahora, dinamitados todos los puentes, no le queda otra que seguir adelante. Sabía que encontraría dragones. Él los ha invocado.