La campaña electoral de Unidos Podemos hasta ahora ha sido una cuidadosa combinación entre rebelión y cursilería. Aunque lejos quedan los ataques a la casta, el partido de Pablo Iglesias sigue hablando de transformar la sociedad y combatir la oligarquía. A su vez, han empezado a hablar de patria, patriotismo y sonrisas de un pueblo con la mirada perdida de alguien que está hablando de su amor platónico de juventud.
Siempre me ha parecido que cuando un candidato decide apelar a la sentimentalidad me está tomando por idiota
Vaya por delante: nunca, nunca, nunca he soportado la cursilería en política. Siempre me ha parecido que cuando un candidato decide apelar a la sentimentalidad me está tomando por idiota. El objetivo de cualquier político medio decente es mejorar la situación de sus ciudadanos en el mundo real. Esto, ya de por sí, es algo lo suficiente serio, profundo y decente como para hacer innecesaria la construcción de relatos emotivos, palabrería abstracta y versos melancólicos. Admiro a los políticos románticos, aquellos que creen en la verdad de su causa e inspiran a otros a unirse a ella. Las veleidades de un político cursi que prefiere los símbolos a la realidad sólo me producen hastío.
Es por este motivo que la “carta de Esperanza”, esa misiva ¿ficticia? (hay informaciones contradictorias sobre la materia) de una chica emigrada a Londres pidiendo el voto para Unidos Podemos, me ha puesto de mal humor. Esto es en parte porque vivo fuera de España desde hace bastante tiempo; me fui a Estados Unidos a finales del 2004, y la crisis hizo que nunca haya acabado por volver. Que un partido político haya decidido erigirse como mi portavoz ya de por sí sería un tanto irritante. Que lo haga para hablar sobre algo que poco menos que ha definido mi identidad y experiencia vital durante la última década es ligeramente insultante. Pero lo que realmente me puede, sin embargo, es que utilicen esta misiva para una apelación al voto cursi, sentimentaloide y burda que contradice todo lo que sabemos de emigración, y encima para proteger a alguien que obviamente no lo necesita.
En términos generales cuando un país pierde población debido a movimientos migratorios, aquellos que se van no son los más débiles. Trasladarse a otro país es una empresa a la vez cara y arriesgada. Exige, por un lado, un cierto capital inicial para el viaje, la búsqueda de alojamiento y las semanas o meses de interinidad mientras se busca trabajo. Este capital puede ser económico (léase tener dinero para pagar una habitación en Londres un par de meses) o social (conocer a alguien que ya ha emigrado o contactos locales), pero no es algo que está al alcance de todo el mundo por igual. Por añadido, aquellos que toman la decisión de irse lo hacen a menudo con niveles considerables de capital humano, sea porque hablan el idioma, sea porque tienen un nivel de formación suficiente como para tener esperanzas de encontrar un empleo en su nuevo destino.
Los emigrantes, casi sin excepción, tienen tasas educativas más altas que la media, y un nivel de formación mayor de los que se quedan en el país de origen
Dicho en otras palabras: los emigrantes, casi sin excepción, tienen tasas educativas más altas que la media, y un nivel de formación mayor de los que se quedan en el país de origen. Esto es algo que hemos visto en los inmigrantes que llegaron a España en la oleada anterior a la crisis y es algo que se ve de forma consistente en las llegadas a Estados Unidos. Es algo, por supuesto, que también se repite en la composición de los emigrados en España, nuevamente más formados que la media.
Si Unidos Podemos, como partido socialdemócrata / comunista / progresista / patriota / de izquierdas (táchese lo que no proceda) realmente quiere gobernar para proteger a los trabajadores más vulnerables y a los que se han llevado la peor parte de la crisis, están protegiendo a la persona equivocada. Gente como “Esperanza” o un servidor quizás sufrimos de ataques de nostalgia ocasionales, buscamos desesperadamente lugares donde poder comprar fuet y escribimos airadamente sobre la inmensa pérdida para el país que representa nuestra partida porque nos sentimos superimportantes, pero realmente no somos ni de lejos las mayores víctimas de la gran recesión. No lo somos ahora porque, aún estando lejos, tenemos trabajo (a menudo cobrando más de lo que cobraríamos en España), y no lo seríamos si nos hubiéramos quedado, al tener mayor nivel educativo y conocimiento de idiomas que la media. La tasa de paro para licenciados entre 30 y 44 años en España puede ser un catastrófico 11%, pero está muy lejos del 19% de los que sólo tienen educación secundaria.
Que Pablo Iglesias y los suyos tengan ideas peculiares sobre quiénes son los más necesitados en España y cómo se debe combatir la pobreza no es del todo sorprendente. La izquierda en España tiene una marcada tendencia a caer en el relato emotivo antes que a mirar datos. La cursilería de las historias nostálgicas de emigrantes, en este caso, son mucho más atractivas que la de un tipo de 27 años de Aluche, Rochelambert, Nou Barris, el Cabañal o cualquier barrio olvidado de España. Alguien que no acabó la secundaria, no sabe idiomas y se enfrenta a tasas de paro por encima del 40%, contratos temporales hasta donde alcanza la vista y ningún acceso a servicios del Estado de bienestar porque nunca ha cotizado en la seguridad social.
Iglesias a menudo parece más preocupado por arreglar problemas simbólicos, secundarios o irrelevantes en vez de pararse a entender los datos
El sentimentalismo además no sólo lleva a hacer propaganda engañosa sobre un problema de segundo orden, sino que, también, se ve reflejado en las recetas económicas que propone Unidos Podemos. Iglesias a menudo parece más preocupado por arreglar problemas simbólicos, secundarios o irrelevantes en vez de pararse a entender los datos.
Esto quizás sea efectivo de cara a las urnas, pero es una receta para crear programas de gobierno que hacen muy poco para solucionar las cosas que realmente no funcionan. La cursilería es una mala consejera al hablar de políticas públicas.