Hay quien augura la desaparición paulatina de la red social X (todavía conocida como Twitter). Para algunos, en ella permanecen sólo políticos y politólogos rebuznándose unos a otros y quienes ofrecen o intercambian contenido sexual o directamente pornográfico pues-hasta lo que yo sé-, es la única app de interacción popular que lo permite. A pesar de que intento ser católica practicante, prefiero esto último al hashtag que verán en X a lo largo del día de hoy repetido hasta la saciedad: #nadaquecelebrar. Al fin y al cabo, la lujuria es una desviación de algo no sólo positivo y necesario sino, además, tremendamente divertido: el sexo.
Sin embargo, ¿qué tiene de buena la ignorancia y el odio (o autodio) que recibirá hoy la hispanidad? Podría ponerme ahora a recitar las loas que merece este fenómeno, pero, gracias a Dios y a quienes buscan la verdad, desde hace unos años muchos valientes se han lanzado -con inmenso y merecido éxito- a desmentir la leyenda negra anti española que arrastramos desde hace siglos, actualmente abanderada y liderada por los propios españoles, tanto por analfabetismo funcional como por la educación e ideología que se nos viene inoculando desde hace décadas. Mira, en algo sí hemos sido vanguardia respecto las diferentes sociedades occidentales: mientras en Inglaterra se canta y dice con orgullo aquello del “God save the Queen”, los franceses entonan todavía la Marsellesa o a los useños no se les cae aún de la boca el “God bless America” nosotros hemos sido veteranos en el autodesprecio reflejado en términos despectivos como el de ser un españolazo o unirnos a gran parte de nuestros hermanos hispanoamericanos en considerar España como madrastra más que patria (o matria, que se dice ahora excepto de nuestra propia nación).
De nuevo lo de españolito como protoversión del españolazo, e ignorando las circunstancias personales que llevaron a Machado a enunciarla
Si los tuviera, estaría hasta los huevos de expresiones que hemos asumido como sesudas y reveladoras como lo de “España es el problema, Europa es la solución”, enunciada por Ortega pocos antes de estallar la Gran guerra (o primera guerra mundial, para mis lectores de la ESO). O aquella repetida hasta la saciedad: “Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios: una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. De nuevo lo de españolito como protoversión del españolazo, e ignorando las circunstancias personales que llevaron a Machado a enunciarla. ¿Cómo es posible esta incongruencia a la hora de juzgar tan positivamente otras naciones y, al tiempo, denigrar machaconamente la nuestra? Muchos de ustedes conocen la respuesta y, si no la saben ya, de nada bastará un solo artículo para hacerles caer del caballo, a lo San Pablo.
Algo parecido ocurre con las naciones hispanas del otro lado del charco. De nuevo se reproduce el problema: odio a España, sin saber que lo que les conforma a ellos como distintas patrias es el mestizaje. He tenido que escuchar a un guía turístico mexicano de ojos azules despotricar contra la Madre patria, ¿qué pensará cuando se mire ante el espejo cada día? ¿Alguna vez se habrá dado un garbeo por la famosa e icónica Plaza de las tres culturas de Tlatelolco en el que figura esta frase grabada en un monolito: “El 13 de agosto de 1521, heroicamente defendido por Cuahtemoc, cayó Tlatelolco en poder de Hernán Cortés. No fue triunfo ni derrota, fue el doloroso nacimiento del pueblo mestizo que es el México de hoy”?” Mestizo. ¿Cuántos mestizos conocen en India o en África? ¿Realmente creen que se conquista un pueblo tan poderoso como numeroso como el mexica (normalmente conocido como azteca) por trescientos “españolazos” que desembarcaron en la actual Veracruz? De nuevo, si los lectores no conocen (o desprecian) esta parte de la historia mexicana y española no será este artículo quien les convenza de nada.
Nuestros hermanos americanos están cada vez más cerca de ser estados fallidos (muchos lo son ya). España no les va a la zaga
En todo caso, no pretendía hacer una apología de la Hispanidad y ya llevo 638 palabras. En realidad, sólo quería comentar que, a pesar de que no comulgo en absoluto con la leyenda negra -aunque sólo sea porque mi marido es mexicano y sin esta historia, él no existiría ni tampoco mis hijos- sí me deprime la actualidad tenebrosa de España e Hispanoamérica. Parece que todos nosotros nos vamos hundiendo cada vez más en un agujero negro del que no conseguimos salir. Nuestros hermanos americanos están cada vez más cerca de ser estados fallidos (muchos lo son ya). España no les va a la zaga, sólo caminamos un par de pasitos por detrás. Por eso, y por primera vez en mi vida, me uniré mental y emocionalmente al hastag #nadaquecelebrar. Eso sí, por razones radicalmente distintas a los demás.