El vídeo es una ocurrencia. Un tráiler torpe y de moraleja simple. Una imitación de la tórrida Élite, pero en este caso pagada con dinero público. Lo protagoniza una mujer de talla grande, de ésas que posee una belleza ‘no normativa’. Con esas dos palabras definen las sacerdotisas del Ministerio de Igualdad -incluida Ángela Rodríguez 'Pam'- a aquellas féminas cuyo físico no es arquetípico, por exceso o por defecto. La muchacha del anuncio ha conocido a un varón, joven, esbelto, y se disponen a explorarse en la desnudez. En un acto reflejo, ella opta por apagar la luz del dormitorio. Entiéndase, por vergüenza.
Ahí están, Irene y sus valientes al rescate de una mujer en apuros, en plena lucha contra los prejuicios que generan las lorzas, las calvas y los raspones en quienes los sufren. Ajenas a que Nietzsche ya asignó a la moral criterios estéticos. Lo hizo a partir de un razonamiento: quien mata una cucaracha es visto como un héroe; y quien aplasta una mariposa, como un malvado.
Son tan ignorantes y osadas que consideran inválida la evidencia de que el atractivo condiciona la opinión y, a veces, aparta o acerca. A veces, por cierto, de forma bastante equivocada; y no tanto porque los feos corran el riesgo de amargarse por los rechazos que reciben durante su vida, sino porque los guapos pueden resultar engañosos. Un narcisista horrendo cae por su propio peso. Es una mera caricatura. Uno que sea atractivo puede llegar a ser tan peligroso como una bomba incendiaria. Un lobo con piel de cordero.
Lo que ocurre es que la Humanidad ya estaba acostumbrada a lidiar con la belleza y con los defectos antes de que Irene Montero fuera designada como ministra de Igualdad. Incluso existía la selección natural, que descarta a los individuos menos aptos, pero que también sirve a los feos con ingenio para gustar, para reproducirse e incluso para optar al reino de los cielos. Los más tercos han solido recurrir a la sobrecompensación para minimizar sus defectos y taras de fábrica. Hay grandes talentos que se desarrollan para camuflar una frustración física. Hay feas muy listas… y atractivas. Y feos. También hay guapos incapaces. Y guapos que follan a oscuras para camuflar pliegues y complejos.
El mundo era injusto antes de Irene
Pese a que las interfectas crean lo contrario, la vida estaba inventada antes de que Irene y 'Pam' descubrieran el poder y el placer. Los ciudadanos hablaban de sexo y lo hacían de forma más o menos explícita en función de sus gustos o su pudor. Hace muchos años que quien quiere hacer, hace; y quien quiere informarse de lo que no sabe, busca. ¿Debe ser el Gobierno quien provea esa información? Ahí está la clave. ¿Por qué ha de servir el dinero público para lanzarnos el mensaje de que hay tabúes en el sexo que se deben levantar?
Nada sorprende a estas alturas, aunque no deja de ser indignante: desde que las citadas mujeres llegaron a la política se han dedicado a tratar de moldear las costumbres de los ciudadanos para adaptarlas a su ideología y a sus creencias. Que cada cual considere atractivo o repulsivo lo que le venga en gana. ¿Debe ser 'Pam' la que establezca los cánones? ¿Quién? ¿La que cada vez que habla en las tertulias feministas sube el pan?
El spot publicitario lo estrenaron el mismo 8 de marzo, al contrario que el año pasado, cuando el vídeo de marras del 8M lo airearon el día 4. En este caso, además, se ha difundido una versión larga del anuncio y otra más corta y ‘blanda’, como si quisieran evitar que su contenido más polémico llegara al gran público. Es decir, al que no bebe de sus contaminadas fuentes en las redes sociales. Del Insta-Pam.
¿Y qué dice este anuncio? Que la sociedad española habla poco de la posibilidad de tener sexo durante los días de menstruación, de la opción de que las ancianas recurran al satisfyer, de la vida en el dormitorio de las mujeres con discapacidad; o del temor de aquellas que disponen de imperfecciones a mostrárselas a sus nuevas conquistas.
TikTok, los complejos y el sesgo de confirmación
No corren buenos tiempos para la joven que observe este anuncio a través de la red social TikTok. Primero, porque el horizonte de su generación parece más negro que el de la anterior y quizás se vea obligada a invertir su veintena y su treintena en másteres prohibitivos, trabajos precarios y alquileres compartidos; y su cuarentena, en completar con éxito la deglución de las frustraciones que genera la falta de hogar asequible, familia propia y expectativas. En estas condiciones de malestar, no debe ser plato de buen gusto (y no lo es) el observar los viajes, las joyas y las comidas en restaurantes caros de sus coetáneas más privilegiadas, las influencers que son sus modelos inalcanzables.
Así que quizás sea más normal de lo que parece el que, en estas condiciones, busquen culpables de su desesperanza y asuman que el patriarcado es uno de ellos. Y quizás haya alguna que se vea tentada a idolatrar a Irene, a 'Pam' o a la Sara Sálamo de turno, que, como las influencers viajeras, muestran en público una cara, pero siempre ocultan la otra, la que quizás resulte contradictoria con su mensaje.
Así que, a lo mejor, alguna de ellas termina por interiorizar los mensajes que se lanzan desde esta institución puritana y falsamente igualitaria. La que, en esta ocasión, afirma que deben promoverse debates públicos sobre lo que ya existe en el ámbito privado, donde deberían permanecer la mayoría de ellos y donde el Estado no se debería meter. Porque, a fin de cuentas, nadie debe convencer a nadie de que es bueno o malo mantener sexo en los días de menstruación, los soleados, los nublados o los que se haya presentado la declaración de la renta y salga a pagar. Nadie debe incluso convencer a Pam de que el coito es heteropatricarcal. Que cada cual elija; y que nadie censure ni coarte a nadie. Y que cada cual viva y muera con las taras que considere oportuno, mientras no dañen a nadie ni sean motivo de cárcel.
Y lo que un individuo no se haya imaginado, por desconocimiento o desinterés, que lo descubra, si quiere, pero que no se lo diga Irene ni ninguna Administración gaste dinero público en adoctrinar sobre ello. ¿Qué necesidad hay?