El pasado 21 de enero se concentraron en la plaza de la diosa Cibeles de Madrid varios centenares de miles de ciudadanos para expresar su alarma ante la deriva totalitaria del Gobierno de Pedro Sánchez, el cesarismo egolátrico de su presidente y el deterioro creciente de nuestras instituciones, ocupadas impúdicamente por el Partido Socialista. El problema es que la teórica alternativa al engendro que hoy rige los destinos del país, un tinglado de fuerzas hostiles a la Nación -que aspiran explícitamente a liquidar- encabezadas por un desaprensivo con los escrúpulos morales de un molusco bivalvo, tuvo dos mayorías absolutas y no cambió ni un ápice el sistema de reparto por cuotas partidistas de dos órganos constitucionales clave, el Consejo General del Poder Judicial y el Tribunal Constitucional, por lo que sus aspavientos actuales y sus propuestas de corregir un desaguisado que dura ya casi cuatro décadas suenan algo oportunistas.
El manifiesto leído en la Cibeles, cuyo texto estaba respaldado por el centenar de entidades convocantes, expresaba con sobriedad, rigor y contundencia un hecho que millones de españoles contemplan con honda preocupación: el progresivo desmantelamiento del edificio jurídico-político erigido en la Transición por una generación de responsables públicos cuya altura intelectual y moral hace aparecer por comparación a la tropa que se desempeña hoy en La Moncloa, en el Congreso, en el Senado y en las Comunidades Autónomas como un compendio de ignorancia, sectarismo y frivolidad. Aunque suene muy descorazonador, los encargados de desarrollar y gestionar la estructura institucional y el modelo territorial diseñado por las Cortes Constituyentes, es decir, el Partido Popular y el PSOE, han fracasado en su misión. España es en estos días un Estado zarandeado por sus peores enemigos internos, endeudado hasta límites de vértigo, poseído por esquemas ideológicos disolventes, éticamente deshuesado y amenazado en su propia existencia por pulsiones centrífugas contumaces. En este contexto dramático, no se escucha a la cúpula del PP hacer un examen de conciencia que demuestre que es conocedor de la gravedad terminal de la situación, ni proponer medidas y reformas del suficiente calado que enderecen de verdad el rumbo equivocado que estamos siguiendo. Basta mencionar que, en su mensaje en las redes para lamentar el reciente ataque yihadista en Algeciras, Feijóo se ha referido al desventurado sacristán, víctima del fanatismo fundamentalista islámico, como "fallecido", como si el término "asesinado" le pareciera poco centrista. Leyendo el pronunciamiento del líder de la oposición sobre este desgarrador asunto, se podría creer que el brutalmente acuchillado ha muerto atropellado o de un infortunado coma diabético. El llamado a suceder a Pedro Sánchez debe saber que la moderación es perfectamente compatible con la claridad y la firmeza.
La multitud que se desplegó alrededor de la estatua de la deidad sucesivamente frigia, griega y romana de la tierra feraz en el corazón de la capital del Reino era consciente, si no de manera racionalmente articulada, pero sin duda con fuerte intuición, de que la Nación, su Nación, el espacio normativo, histórico, cultural y sentimental que dotaba a los allí reunidos de la condición de ciudadanos españoles, sujetos de derechos básicos y libertades irrenunciables, se balancea al borde del abismo y demasiados de los que la habitan empujan sin descanso para que se precipite al vacío. También latía en la soleada mañana madrileña la constatación de que, arrastrado por su inercia cortoplacista y su concepción de la política como la gestión cauta de la realidad sin meterse en arriesgadas singladuras, el elenco de la séptima planta de Génova 13 no ve la bandada de cisnes negros que se ciernen sobre España, sino a lo sumo unos cuantos cuervos molestos.
El caudaloso río humano que confluyó hacia Cibeles proclamó que ha llegado la hora de la ciudadanía, que no se puede esperar que los partidos por sí solos puedan colocar a España en el quirófano para desatascar sus arterias
A partir de aquí, la manifestación del 21 de enero adquiere un nuevo relieve. El caudaloso río humano que confluyó hacia Cibeles e hizo patente con admirable civismo su compromiso con la unidad nacional, la democracia y la Constitución, proclamó de forma ordenada, pero bien audible, que ha llegado la hora de la ciudadanía, que no se puede esperar que los partidos por sí solos puedan colocar a España en el quirófano para desatascar sus arterias, entablillar sus huesos y suturar sus heridas, necesitan el estímulo, la vigilancia y la exigencia de la sociedad civil. La ambiciosa agenda de cambio que nuestra atribulada Nación requiere no surgirá de los sanedrines políticos, que han demostrado sobradamente su tendencia a crear problemas innecesarios mientras los auténticos iban enconándose. El proyecto de vida en común que nos saque de la zanja cenagosa en las que chapoteamos entre consternados e indignados, ha de emanar de la labor entregada y valiente de la vasta y densa red de fundaciones, asociaciones, foros e iniciativas de todo tipo que impulsaron e hicieron posible la masiva y plural presencia de gentes de opiniones diversas y de variados sectores sociales en el centro de Madrid hace una semana, unidos, sin embargo, por un propósito compartido, la preservación y el fortalecimiento de una Nación milenaria, que por mucho que porfíen sus detractores, seguirá adelante en beneficio de todos.
El lunes pasado la plataforma Neos, que animan Jaime Mayor y María San Gil, convocó una sesión de reflexión con el mismo título que he dado a esta columna, que se puede considerar el arranque de un proceso que culmine en la definición de este programa nacional de rectificación y puesta a punto a realizar, esta vez con decisión y coraje, por la nueva mayoría que surja de las elecciones generales dentro de once meses. Las cosas han alcanzado un punto de no retorno que únicamente admite dos desenlaces. Uno es el de la recuperación y la mejora, el otro es preferible ni siquiera mencionarlo.