Creo ser de los pocos que se ha leído la segunda y tercera parte de 2001: Una odisea del espacio. Su autor, Arthur C. Clarke, me encanta porque mezcla en casi todas sus obras ciencia real (él era un científico) y ciencia ficción, combinación que me seduce. Sin embargo, estas dos novelas no eran de un alto nivel de calidad y si las cito es porque en la tercera, ambientada en 2061 y escrita en 1987, imaginaba una humanidad que había avanzado una enormidad (de hecho, se ha colonizado parte del Sistema Solar y una nave aterriza en el Cometa Halley) tecnológicamente hablando, pero consideraba que el acceso a grandes bases de datos iba a ser algo muy exclusivo, sólo para privilegiados. Es decir, un escritor muy imaginativo, que de hecho predijo algunos avances que luego se concretaron como los satélites artificiales o internet, no fue capaz de avanzar algo tan común hoy como es Google. Es un ejemplo claro de lo imprevisible que es el futuro, incluso para alguien con grandes conocimientos y una gran capacidad de adivinación. Tantas y tantas novelas leídas sobre el futuro desde mi juventud y no recuerdo ninguna que fuera capaz de prever la revolución de los móviles y, mucho menos, la de las redes sociales, algo común en casi todo el mundo desde hace años. Demasiadas predicciones fallan.
En 15 años empezaría a escasear el alimento, la tasa de mortalidad se dispararía a causa del hambre, en 1985 habría que usar máscaras de gas a causa de la polución que reduciría a la mitad la visibilidad de la luz solar
Vamos con otro ejemplo. El Día de la Tierra –que se sigue celebrando- arrancó el 22 de abril de 1970 como un evento en el que se pretendía advertir sobre el destino de nuestro planeta si no se tomaban las medidas adecuadas. Muchas de las predicciones que entonces se hicieron, la mayoría de científicos, alertaban de un negro fututo, aventuraban que la civilización no duraría más de 30 años, la crisis ambiental impediría que el planeta fuera apropiado para la vida humana, en 15 años empezaría a escasear el alimento, la tasa de mortalidad se dispararía por el aumento del hambre, en 1985 la población urbana debería usar máscaras de gas por la polución que reduciría la visibilidad de la luz solar a la mitad de su intensidad; para el año 2000 no quedaría crudo, nacería una nueva Edad del Hielo por culpa de las chimeneas industriales y los aviones a reacción que cubrirán la atmósfera con su humo…en resumen, que nos extinguiríamos en poco tiempo. Y, sin embargo, somos más que nunca.
Probablemente tanto pesimismo fue contraproducente porque se han exagerado tanto las previsiones catastrofistas que al final mucha gente no las toma en serio. Y, sin embargo, es bueno especular sobre el futuro, por más que nos equivoquemos. Claramente en 1970 se equivocaron, pero desde entonces la mayor preocupación por la ecología y el miedo al final de los combustibles fósiles han servido de mucho: se cerró el agujero de la capa de ozono que tanto preocupaba hace unas décadas, han aumentado las energías renovables, gran parte del mundo recicla… Y al final el mundo va a mejor, aumenta la población y la esperanza de vida. Soy consciente de que igual que ocurre eso, también se puede truncar la racha, y por eso es positivo que alguien se preocupe por ello. El inmenso error de promover una agenda climática en Europa tan contraproducente como para basar el suministro energético en el gas ruso, es imperdonable. En cualquier caso, lo importante no son los reproches sino tener claras las prioridades: ¿alguien se imagina a Zelensky, tras más de 200 días peleando por la soberanía de su país, preocupado por si el uso de su armamento va a provocar con su emisión de gases un aumento de alguna décima en la temperatura del planeta en un futuro?
En España muchos han creído que no haber perdido el trabajo ni en la pandemia les hace invulnerables a las crisis. No es así. En un mundo globalizado las amenazas pueden llegar de cualquier parte
En el resto del mundo el objetivo número uno tampoco es pensar en la evolución del clima a décadas vista sino que ha de ser combatir la inflación. Se trata del mayor riesgo para nuestro actual modo de vida en el corto plazo, y podría hacer inútiles los esfuerzos por intentar mejorar el futuro. No exagero: un mundo con escasez grave de recursos o con inasequibles para un porcentaje importante de la población provocará crisis sociales que pueden derivar en unas consecuencias estrepitosas. En España muchos han creído que no haber perdido el trabajo ni en la pandemia les hace invulnerables a las crisis. No es así. En un mundo globalizado, incluso si conseguimos lidiar con esta mala situación con ayuda de un estado del bienestar que sobrevive gracias a emitir más y más deuda, no podemos olvidar lo que puede pasar en el resto del planeta. Desde los problemas que pueden aumentar en el resto de Europa (allí donde se consumen nuestros productos y donde residen muchos de los turistas que vienen a España) a las hambrunas que se producirán en África, desde donde pueden arribar oleadas de masas de desesperados huyendo de las hambrunas en sus territorios. La situación a corto plazo es lo bastante dramática como para intentar minimizar al máximo la actual crisis energética.
La mejor forma de hacerlo es siendo pragmáticos, como están haciendo en Alemania con el carbón, la leña y las nucleares contra el discurso que llevaban pregonando desde hace años contra los combustibles fósiles. Hay que tener claras las prioridades y hacer lo que sea necesario para pasar este invierno. Ignoro si el cambio climático –sea culpa del hombre o no- será tan negativo como aseguran algunas voces de supuestos expertos, ni si las actuales predicciones sobre la salud del planeta están equivocadas pero como buen escéptico, igual que ocurren cosas buenas que nadie espera, también creo que pueden pasar cosas malas. Y visto el escaso desarrollo –para lo que se imaginaba hace medio siglo, otro fallo de las predicciones- de la carrera espacial, no parece que tengamos alternativa a corto plazo: o cuidamos nuestro planeta o tendremos muchos problemas en el futuro. Pero estamos hablando de España, no somos China o la India, el posible impacto negativo de los españoles es mínimo, dejemos esa preocupación para cuando hayamos conseguido una Europa menos dependiente del gas ruso. Por dejar en suspenso en nuestro país, e incluso en nuestro continente, la agenda climática por unos meses no vamos a cambiar la salud de un planeta de más de 4.500.000.000 de años.