Unas seis o siete mil lenguas se mantienen más o menos vivas en el mundo y eso intriga, incapaces de contarlas con precisión, a los lingüistas. Mucho más interesante resulta, sin embargo, considerar a los hablantes en función de las lenguas maternas, las que se heredan mediante automatismos. Descubriríamos así que buena parte de la humanidad habla al menos dos, recibidas con naturalidad en la infancia. Tan propia y necesaria viene a ser la una como la otra. Ambas dan forma a la personalidad y, en igual medida, a la identidad. Luego la realidad se encarga de ajustar su uso.
Los hablantes del Rosellón, por ejemplo, se muestran cada vez más interesados en desplegar sus conocimientos en francés y arrinconar los de catalán. Y están en su derecho, pues viene siendo habitual elegir el instrumento que más y mejor contribuye a la eficacia y bienestar de los pueblos. En el dominio del sur, sin embargo, una parte de la población se muestra, o se pretende mostrar, cada vez más enganchada al catalán, pero imposibilitada para desprenderse, ni siquiera una pizca, del castellano.
La lengua inglesa garantiza el monolingüismo. Sus hablantes sienten escasos deseos por añadir una segunda lengua porque no la necesitan. Parecidas razones inspiran a los hispanohablantes. Las lenguas que garantizan el monolingüismo son muy pocas, apenas una docena: inglés, español, francés, ruso… Y algunas más, pero no muchas más… alemán, italiano… La gente que tiene como lengua materna una de ellas puede colmar sus necesidades de comunicación sin interesarse por otra.
Rebajamos a estos estudiantes, también para una mejor comprensión, a la condición de bilingües, pues nunca la lengua adquirida o artificiosa alcanza el nivel de la propia
Nada tienen que ver las lenguas recibidas o maternas, brazos naturales, con las aprendidas o añadidas, que vienen a ser brazos ortopédicos. Para diferenciarlo vamos a llamar ambilingües a quienes heredan o tienen por propias dos lenguas, es decir, a quienes, como los bretones francófonos, los galeses anglófonos o los sicilianos italianófonos, son hábiles, por igual, con dos idiomas, ambos indispensables en la vida diaria. Nada que ver con quienes la estudian y aprenden en mayor o menor grado. Rebajamos a estos estudiantes, también para una mejor comprensión, a la condición de bilingües, pues nunca la lengua adquirida o artificiosa alcanza el nivel de la propia. Poco tiene que ver la destreza de las lenguas maternas con la torpeza, más o menos acentuada, de las adquiridas.
Dicho esto, un idioma como el español es código propio y necesario de comunicación para tres tipos de hablantes. Forman el primero los monolingües, aunque sepan un poco o bastante inglés. Se cuentan por cientos de millones y viven en México, Colombia, Argentina, España… Forman el segundo los ambilingües, usuarios de español más otra lengua heredada en familia (catalán-español, vasco-español, náhuatl-español, quechua-español, guaraní-español…) y son, a falta de estadísticas más precisas, decenas de millones. Y, en el tercer grupo, los bilingües, que han aprendido español o lo están estudiando ya sea por exigencias académicas o por iniciativa propia. Se reparten estos por todo el planeta y pueden superar los cuarenta millones.
Los bilingües son escasos o inexistentes en el mundo, y en Cataluña muchos más, pero difícilmente llegan a dominarlo como lengua propia o materna
Apliquemos el mismo esquema al catalán. Los monolingües no existen porque nadie habla solo catalán. Si hubiera, que podría haberlos, serían una excepción. Los ambilingües catalán-español pueden ser unos dos millones y medio en Cataluña. Los bilingües son escasos o inexistentes en el mundo, y en la autonomía muchos más, pero difícilmente llegan a dominarlo como lengua propia o materna y mucho menos a transmitirlo, y si se transmite, va acompañado de fuertes dosis de castellano. Queda así claro que no existen hablantes de catalán, sino de español-catalán o de francés-catalán.
Para ilustrar la presencia de la condición bilingüe con el español de las lenguas autonómicas sirva de ejemplo la encuesta sociolingüística que el Gobierno vasco realiza cada cinco años. La última es de 2016. En el cuestionario, que se puede consultar en la Red, se pide a los encuestadores que pregunten: ¿Habla usted euskera? Si contesta sí el encuestado, debe preguntar para confirmar: Gai al zara elkarrizketa bat euskaraz egiteko? Si dice que sí (o bai) se le considera vascófono, que ellos llaman euskaldún.
El sector de la población que se autodenomina progresista considera que las lenguas, y no se equivocan, deben vivir en igualdad
Una mirada racional permite preguntarse por qué catalanes y vascos buscan dar prioridad a una de sus dos lenguas propias, la menos universal, y el resto del mundo elige lo práctico, lo útil. ¿Se imagina alguien a un bretón o un siciliano reivindicando el uso del bretón o el sardo en sus universidades en vez del francés o italiano? Los hablantes ambilingües merecen un respeto absoluto por sus dos lenguas, un reconocimiento institucional, un desarrollo de ambas en los medios de comunicación, y también, con el mismo rigor, una libertad absoluta para elegir en qué lengua hablar y escribir en cada momento sin que organismo alguno imponga lo que tienen que hacer.
Esta libertad que durante siglos ha inspirado las trayectorias de los idiomas ha sido cercenada. El sector de la población que se autodenomina progresista considera que las lenguas, y no se equivocan, deben vivir en igualdad, pero olvidan que ni existen hablantes de vasco, ni de catalán ni pueden existir, y que el legítimo derecho de quienes desean verse en el espejo de una de sus dos lenguas propias lesiona el derecho de quienes no quieren ver eclipsado el derecho de verse reflejado en la otra.
Las lenguas no se imponen, se instalan, individuales o a pares, de manera natural. Si hacen falta más, se aprenden, pero la necesidad ha de ser real.