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Voluntarios: convencidos de poder cambiar el mundo

Más de cien millones de personas en todo el mundo dedican su tiempo libre a ayudar de manera desinteresada a quienes más lo necesitan. En una sociedad con cada vez más desigualdades, el voluntariado resulta una labor muy necesaria.

  • Voluntarios sirven comidas a victimas de inundaciones el martes 29 de agosto de 2017, después del paso del huracán Harvey por Houston, Texas (EE.UU.)

Moisés Queralt siempre lo tuvo claro. Lleva el humor en la sangre y sabe que es el remedio de muchos males, por eso desde hace diez años se pone una nariz de payaso y sale a regalar sonrisas por el mundo.

Lo ha hecho en lugares tan dispares como Mozambique, Perú, Jordania, Camerún, Líbano o Macedonia, y en todos ellos ha descubierto que la sonrisa es un gesto universal que nos hace a todos iguales, independientemente del color de la piel, el idioma, la edad, el sexo o las creencias religiosas.

Moisés es uno de los muchos voluntarios de Payasos Sin Fronteras y, para ello, además de ser un profesional del circo o las artes escénicas, se necesita también “ganas y valor, porque después te viene el bajón de haber visto cómo se vive en los lugares que has visitado y tú, en el maravilloso primer mundo burbuja”, asegura.

El voluntario de Payasos Sin Fronteras, Moisés Queralt (derecha) en un momento de la actuación, junto a un compañero, en un campo de refugiados. Foto cedida

Se define como “un payaso musical”, por eso en sus actuaciones, además de humor, no falta el ukelele o una armónica, y le vale lo mismo una escuela que un barrio cualquiera en los suburbios africanos.

Su público, la mayoría de las veces, son refugiados por distintos conflictos bélicos, víctimas de desastres naturales o de la misma situación del país. “Es una manera de hacer algo para el planeta pero a través de tu profesión, y así conoces un país de manera diferente a cuando viajas de turista”, comenta.

Asociaciones de ayuda a los refugiados o inmigrantes, víctimas de la violencia de género, animales abandonados, explotados o en peligro de extinción, personas en riesgo de exclusión social o sin hogar, enfermos, discapacitados físicos o psíquicos, aquellos que sobreviven en países tercermundistas o a desastres naturales… 

Y así se sucede una innumerable lista de opciones para ayudar. La diversidad del voluntariado permite que alguien pueda ofrecer sus habilidades como fotógrafo, enfermero, escritor, constructor… ya que la colaboración no conoce de límites algunos.

Incluso, son varias las páginas de internet como Hacesfalta, Trip-Drop o el Servicio de Voluntariado Europeo (SVE) , entre otras innumerables, dedicadas a ofrecer estas oportunidades.

Recuperando vidas

Todos aquellos que dedican su tiempo al voluntariado coinciden en el enriquecimiento personal que dicha actividad aporta, y en que siempre se recibe mucho más de lo que se da. La combinación de dolor y alegría acompaña a estas personas que viven de cerca el sufrimiento ajeno y tratan de remediarlo.

María Dolores Pérez, mientras tranquiliza a un equino cerca de donde tiene su fundación de acogida de animales, el Santuario Winston

“Es una sensación agridulce. Agria por no poder ayudar a más, o cuando sabes que hay seres que no van a recuperarse y se te rompe el alma. Dulce, al rescatar a un nuevo habitante, curarle y juntarle con la manada”, confiesa María Dolores Pérez, mientras habla de los ochenta animales que tiene acogidos, en su mayoría caballos, en el Santuario Winston que fundó junto a su marido Rafael Manuel Gómez.

Constituida en el 2012 como asociación, este maravilloso lugar se ubica en un pueblo de Ávila, a una hora de la capital de España. Los animales les llegan de cualquier zona del país, otras veces son ellos mismos quienes tienen que denunciar para rescatar y, en ocasiones, recurren a subastas para salvarles la vida. Pese a su altruista y sacrificada labor, las ayudas que reciben únicamente son las de los pocos socios y voluntarios que apenas dan para el mantenimiento tan costoso que resulta el cuidado equino.

A sus cuarenta y siete años, María Dolores decidió dejar atrás su pasado en el mundo de la hostelería para dedicarse de lleno al cuidado desinteresado de estos seres, con ayuda de los voluntarios.

Asegura que “la labor del voluntariado es fundamental. Sólo pedimos que amen a los animales y la naturaleza. Tienen que alimentarles, limpiares, ayudar en las curas y darles cariño, que es lo que más necesitan. Trabajan ocho horas al día y, a cambio, les ofrecemos alojamiento y comida”, puntualiza.

El Santuario Winston debe su nombre a su caballo que tanto les enseñó y, al fallecer, decidieron ayudar a otros con todo lo aprendido.

María Dolores denuncia el amor mal entendido en el mundo ecuestre, aquel que hace que vivan de manera antinatural encerrados en boxes sin apenas espacio ni compañía de su especie, usando con ellos artilugios de doma mediante el dolor, cuando debiera primar la confianza.

Casos como el del equino Malak (ángel en árabe), que abandonaron atado a un árbol para que muriera lentamente, les dan fuerza para continuar ayudando. Desnutrición, cicatrices, enfermedades, miedos y fobias son factores que acompañan a
cada uno de sus rescatados.

“Muchos caballos llegan absolutamente desconfiados, pero si hay algo en el Santuario, es
respetar sus tiempos. Cuando sanan y el brillo de sus ojos se enciende, es lo mejor que te puede suceder… Los equinos nos perdonan los errores, después hay que trabajar para educar en el respeto”.

Afecto a las arrugas

Los ancianos ocupan un sector olvidado en la población y, en según qué culturas, son sometidos al rechazo social y al aislamiento. En la Fundación Amigos de los Mayores tienen claro que estas personas merecen un lugar importante y que la experiencia nunca es un defecto.

Gracias a ello, Pura Padilla se beneficia de la compañía de Guillermo Tascón, voluntario y, desde entonces, un gran amigo, que le acompaña semanalmente. “Al principio quería que me acompañara una chica. Me daba vergüenza que los vecinos me vieran entrar y salir de casa con un chico”, indica Pura, quien ahora dice estar encantada.

Viuda y sin hijos, a sus noventa años, se apuntó a la Fundación animada por sus hermanas, Faustina y Luisa, quienes le insistieron gracias a su grata experiencia; y así fue cómo, desde entonces, disfruta de paseos y tardes de café, recomendándolo a todo el mundo. “Además hay actividades, meriendas, visitas culturales, fines de semana de verano en la sierra, fiestas de Navidad…”, puntualiza.

Licenciado en administración y dirección de empresas, el hecho de estar desempleado motivó a Guillermo a ocupar su tiempo en los demás. “Había colaborado antes económicamente con otras ONGS, pero quería hacer algo como voluntario, y la soledad es de las peores cosas”, asegura.

Para él, no hay mayor satisfacción que la de aprender de la compañía de la anciana y, comenta: “para nada es un sacrificio sino que ambos nos beneficiamos. Creo que a los mayores no se les tiene en cuenta. Antes las familias estaban más unidas y se ha creado una distancia”.

Sonreír es gratis pero, a veces, faltan motivos para hacerlo. Lograrlo depende de la fuerza de voluntad y, en ocasiones, de cierta ayuda ajena; y ése es el propósito de los voluntarios. Entre todos, pretenden conseguir un mundo más justo. Lograrlo es sólo cuestión de querer hacerlo.

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