Desde 1981, Woody Allen ha rodado una película por año. Esta vez, a sus 82, no podrá. No consigue financiación de ningún estudio. Y no porque el cineasta desvaríe o haya perdido el genio que distingue su filmografía, sino porque, en medio de las denuncias por acoso sexual en Hollywood, a Woody Allen se le ha señalado nuevamente por las antiguas acusaciones de abusos sexuales que había hecho su hija Dylan Farrow 25 años atrás.
Aunque hubo una investigación en la que el juez concluyó que no haba indicios para acusar a Allen de abuso sexual, en enero de 2018 Dylan Farrow retomó sus denuncias en una entrevista concedida a la cadena CBS. A los pocos días, la compañía Amazon aseguró que no modificaría su participación en Un día lluvioso en Nueva York, la película que Woody Allen estaba a punto de terminar y que, hasta entonces, sería financiada distribuida por la compañía dirigida por Jeff Bezos.
Hollywood, jalonado por el movimiento MeToo, se echó encima de Woody Allen. Nathalie Portman, Mira Sorvino, Reene Witherspoon, Shonda Rhimes, Nina Shaw, America Ferrera, Tracey Ellis Ross y sobre todo Ophra Winfrey condenaron al cineasta luego de que Farrow insistiera en la culpabilidad de Allen. Hasta Kate Winslet, protagonista de Wonder Wheel, llegó a decir que lamentaba las "malas decisiones" que tomó al haber trabajado con ciertos cineastas". Alec Baldwin fue el único que defendió a Allen y criticó a quienes repudian haber trabajado con él.
¿Qué ocurrió?
El asunto viene de muy lejos. En 1992 su entonces pareja, la actriz Mia Farrow, alegó durante su proceso de separación que Allen había abusado de Dylan, a la que habían adoptado juntos. Estas acusaciones fueron investigadas "a fondo por la Clínica de Abuso Sexual Infantil del Hospital Yale-New Haven y el Centro de Bienestar Infantil del Estado de Nueva York", dijo Allen. Ambas instituciones "concluyeron de forma independiente que no se había producido ningún abuso sexual. En su lugar, descubrieron que probablemente una niña vulnerable había sido aleccionada por su enojada madre para contar esa historia durante una ruptura polémica", algo de lo que fue testigo Moses, hermano mayor de Dylan, según asegura Allen.
En la entrevista que concedió a la cadena televisiva, y que agitó el viejo caso, Dylan Farrow aseguró que aclararía muchas cosas. "Ahora, con 32 años, diría que tocó mis labios vaginales y mi vulva con sus dedos", agregó Dylan, que explicó que aquel día su madre había salido de compras y que cuando se lo dijo estaba tan disgustada que ella creía haber hecho algo mal. Se sintió avergonzada y cuando su madre la llevó al pediatra, no reconoció los hechos en un primero momento, aunque sí lo hizo posteriormente. Sobre si fue aleccionada por su madre para cambiar la historia, Dylan respondió: "No entiendo por qué esa absurda historia de que me lavaron el cerebro y aleccionaron es más creíble que lo que estoy diciendo, que sufrí abusos por parte de mi padre".
Woody Allen, al banquillo de nuevo
Cuesta leer el nombre de Woody Allen en la prensa sin encontrarlo lleno de espinas. Los periodistas dan rodeos, con cierta incomodidad. Como si fuera un cardo en lugar de un creador. O como si las ganas de acusarlo se impusieran. Woody Allen es como su cine: contradictorio, atípico. Alguien que es idéntico a aquello de lo que se burla: un neurótico que se mofa del psiquiatra, un judío guionista que se ríe de los rabinos productores de cine. Alguien que nos hace reír estropeándonos el gesto. Un Saul Bellow de finales de siglo... aunque ya estemos en el siguiente.
Existe en Allen algo oscuro –incluido el humor- y a la vez genial. Su complejidad lo protege de lo previsible; lo engrandece y lo condena. Y esta vez, parece, su propia naturaleza lo condena por adelantado. Ser lo que se retrata no siempre sale gratis. Y hay algo en el espíritu de Woody Allen que lo asoma más profundamente a las mujeres que retrata, ya sea porque las mira de soslayo o porque centra la mirada en ellas: Annie Hall(1977); Hannah y sus hermanas (1987); Balas sobre Broodway (1994); Poderosa Afrodita (1995) o Blue Jasmine.