Las plataformas han encontrado un filón en los documentales porque en muchas ocasiones consiguen lo que a la ficción le resulta imposible: despertar el morbo de los espectadores, a menudo curiosos por conocer otras realidades a las que uno solo estaría dispuesto a asomarse. Ocurrió hace unos años con la fascinante Wild Wild Country, de Netflix, sobre la ciudad utópica de la secta Rajneesh, hace no tanto tiempo con Spaceship Earth, de Filmin, sobre el 'Gran hermano' ecológico que aisló a ocho científicos en una burbuja, y esta semana HBO estrena Los anarquistas, la búsqueda de varios libertarios, fugitivos y familias de una comunidad sin estado.
"Los gobiernos están detrás de todos los males del mundo. No enseñan nada de esto en el colegio", afirma en esta serie documental Jeff Berwick, un empresario canadiense que fundó en el año 2015 en Acapulco (México) una comunidad de anarquistas que se reúnen cada año en el evento llamado Anarchapulco para poner en común sus ideas acerca de cómo transgredir los sistemas bancarios y escapar de las normas de los gobiernos actuales. Desde nuevos métodos de educación, a la expatriación o las criptomonedas, la lista de desafíos y nuevas formas para escapar del control es casi infinita.
En esta idea entran tantos perfiles como uno pueda imaginar, y este documental, dirigido por Todd Schramke, se centra en testimonios del propio Berwick -quien afirma no recordar el primer evento por haber estado completamente borracho-, así como de una familia con hijos, un exmilitar, unos prófugos de la justicia y otros individuos descontentos con una rutina en la que las leyes y el control tienen más protagonismo del que les gustaría. La procedencia dispar de los protagonistas de este documental no es obstáculo para encontrar un espacio idílico en Acapulco al que emigrar y disfrutar de la libertad soñada.
Esta serie, compuesta por un total de seis capítulos, arranca con una imagen bastante impactante: una hoguera nocturna en una playa en la que varias personas queman libros en un ambiente festivo. Es, ni más ni menos, la celebración que unos padres y sus hijos hacen de la desescolarización con la que estos progenitores, que huyeron de Estados Unidos para buscar el paraíso de la libertad, pretenden que sus vástagos sigan sus propios intereses y encuentren lo que realmente les interesa en la vida, evitando así los dramas de la escuela.
"¿Me vais a decir cómo tengo que hablar, cómo me tengo que comunicar, cómo tengo que enseñar a mis hijos?", se pregunta uno de estos padres al mismo tiempo que arranca las hojas de un libro y las tira a la hoguera, al igual que el resto de personas que gritan al calor del fuego. Esta imagen resume, en pocos segundos, las ansias de muchos padres de apartar a sus hijos de los colegios cuando alguna reforma educativa no casa con sus creencias, con la diferencia de que en este caso la situación es real y no solo una fantasía, así que este arranque es más que suficiente para atrapar al espectador.
Acapulco anarquista
Ya desde el primer capítulo, uno intuye -porque de otro modo, este documental no tendría ninguna gracia- que todo este plan para quienes buscan desesperados cuestionar la autoridad, vivir de una manera alternativa, no ser controlado y escapar de la burbuja para organizarse de manera independiente tiene sus fisuras, y que el enclave elegido quizás no ha sido el ideal. Tras asistir a Anarchapulco, muchos se quedaron durante meses y otros ni siquiera regresaron a sus ciudades de origen.
No tardan en aparecer voces disidentes, las diferencias entre los miembros de la comunidad y las decepciones, y por fin uno respira aliviado al comprobar que no están al margen de las debilidades de cualquier grupo de personas. "Corremos el riesgo de terminar peores que aquellos a quienes criticamos", señalan algunos, que asisten atónitos al aterrizaje en estas charlas de algunos gurús que poco tienen que ver con el espíritu con el que nació este evento anual.
Llega también la violencia que pocos imaginan en Acapulco, un paraíso mexicano de sol y playa que comenzó a ganar fama en los años 40 y 50 en el que , sin embargo, el aumento de la criminalidad crece desde los primeros años del siglo XXI. Y en este contexto de violencia, los anarquistas también sufren las consecuencias del caos: dentro y fuera de su visión alternativa de la vida.
Se dan cuenta de que las personas increíbles que iban a compartir con ellos un sueño de vida no son tan fascinantes y que incluso pueden llegar a ser tan tóxicas y perversas como las que habitan en los países de los que ellos han huido. La decepción y la frustración les alcanza también, para la alegría del espectador, que puede respirar aliviado al comprobar que no está perdiendo el tiempo en su aburrida existencia.