Cultura

Dejad ya los selfies y mirad: ¡Aunque está en marcha... el suicidio de la humanidad todavía es evitable!

Es una exposición como las que hacía tiempo no se presentaba: ciclópea. Doscientas obras, desde piezas del siglo dos antes de cristo hasta obras de Ai Weiwei e incluso algunas solicitadas expresamente por encargo. Es el plato fuerte del Louvre para esta temporada. Una muestra que invita a dejar de hacerse selfies con un palo y a abrir los ojos.

  • 'Parábola de los ciegos', de Brueghel el Viejo (1525-1569), incluido en la muestra del Louvre.

El mundo tiene la vieja costumbre de fantasear con su final, lo cual no quiere decir que en más de una ocasión no se lo haya tomado en serio y pusiera manos a la obra para conseguirlo. ¿Ejemplos? Unos cuantos. Tan sólo en la primera mitad del siglo XX, en Europa, la humanidad iba servida: 60 millones de muertos en dos guerras, la de 1914 y la de 1939.

Hoy, en la estepa de lo que muchos llaman la crisis del capitalismo o el fin de la historia, "el suicidio de la Humanidad" –aunque ya está en marcha- es todavía evitable, así lo sostiene el novelista, político y economista Jacques Attali, quien se sirve ahora una exposición en el Louvre para demostrarlo. Y no cualquiera: es la muestra que da el pistoletazo de salida al otoño.

Se trata de Una breve historia del mundo, una muestra que recupera el aliento perdido de las grandes empresas humanistas: la ciencia, la arquitectura, la tecnología, el cine y la historia… Su propuesta está inspirada en el ensayo homónimo Une brève histoire de l'avenir (Una breve historia del futuro). La idea de la muestra nació con el propósito de ilustrar ese texto escrito en 2006 y ahora actualizado el resultado ha sido una exposición de préstamos de gran calibre

Obras de Ai Weiwei, Jeff Koons, Chéri Samba y una docena más de artistas internacionales comparten lugar con testigos milenarios de otros tiempos y culturas, del Egipto faraónico a la Mesoamérica Maya, o más recientes, como la serie El Destino de los imperios del estadounidense Thomas Cole. EL cartel de la muestra está ilustrado con La Destrucción, penúltimo lienzo de los cinco que pintó Cole hacia 1830 para su alegoría sobre el devenir de una civilización, desde el nacimiento y apogeo hasta su desaparición.

El diálogo entre el arte del pasado y el más actual pasa por préstamos de valor incalculable como una estela de granito de Kaminaljuyú (Guatemala, 200-50 a.C.) y encargos monumentales a artistas vivos, como el argentino Tomás Saraceno, o el egipcio Wael Shawky, quien trabajó sobre la caída del imperio azteca. Desde la perspectiva de que aún se puede evitar la catástrofe, el ensayista quiere recordar con esta exposición que si se hubiera escuchado a quienes en 1912 o en 1932 prevenían de los riesgos de la guerra, se habrían podido evitar quizás las dos mundiales del siglo XX.

Convencido de que "el suicidio de la Humanidad es todavía evitable, pero ya está en marcha", el exconsejero del presidente socialista François Miterrand, que entre otras muchas actividades asesora hoy al secretario general de la ONU, propuso ilustrar su libro al presidente del Palacio de Tokyo, Jean de Loisy. De Loisy elaboró un proyecto que incluía tantas obras del Louvre -entre ellas una copia anónima de la bíblica Parábola de los ciegos, de Brueghel el Viejo (1525-1569)- que su entonces presidente propuso que se hiciese en sus muros.

Comenzó así una colaboración con la conservadora general del Louvre, Dominique de Font-Réaul, que desembocó en un recorrido por 200 obras, de ellas una quincena contemporáneas, en su mayoría fruto de encargos especiales a Mark Manders, Saraceno, Shawky, Camille Henrot, Isabelle Cornaro o Samba.

Con un afán totalizador, que se manifiesta en todos los aspectos que la rodean, la exposición busca abrir la conciencia del visitante sobre el mundo de hoy. Algo así como hablar a gritos, buscar desesperadamente que la gente suelte los palo selfies y abra los ojos. Que vea y entienda que lo expuesto, lejos de la mera acrobacia estética o la sola representación proviene del mundo. Mirar debería convertirse en un gesto extractivo.

En la última sala, el visitante topa con el fragmento de una escultura de Rodin, L'Ombre, encontrada en los escombros del World Trade Center de Nueva York, tras los atentados de 2001, y un vídeo de Laurent Perreau junto a una instalación de Ai Weiwei en forma de ágora, hecha para el Louvre con pedestales de antiguas columnas. El misterio de La Sibila de Cumes, de Domenico Zampieri (1581-1641), y una arriesgada acrobacia captada por la fotógrafa Rhona Bitner en 1994 despiden al espectador.

Apoya TU periodismo independiente y crítico

Ayúdanos a contribuir a la Defensa del Estado de Derecho Haz tu aportación Vozpópuli