Este titular resume una de las clave de la derrota del Partido Demócrata en 2016: “Los políticos de izquierda ya no entienden la furia de la gente común”. Pertenece al periodista Thomas Frank, entrevistado en 2010 por el diario español Público. Sus respuestas provocaron un pequeño pero enjundioso debate entre la izquierda académica española, sobre lo perdidos que andaban nuestros partidos progresistas -y sus élites intelectuales- tras la debacle económica de 2008. La frase servía como síntesis de un ensayo que hoy se considera clásico, con un título elocuente: ¿Qué pasa con Kansas? Cómo los ultraconservadores conquistaron el corazón de Estados Unidos (Acuarela libros). Más allá de los resultados electorales de anoche, la polémica sigue abierta diez años después.
Mientras escribo estas líneas, no se conoce el resultado, pero el problema de elitismo dentro del Partido Demócrata no desaparecerá con una victoria ni con una derrota. Quien mejor lo ha explicado es el propio Thomas Frank, en otro libro cuyo título podemos traducir como Escucha, progresista: ¿qué ocurrió con el Partido del Pueblo? (McMillan, 2018). El texto no se tradujo al castellano, un mercado poco propicio para los ensayos que critican a los enemigos de Donald Trump. Este párrafo resume el diagnóstico del texto: “Básicamente, los demócratas representan a una clase social, pero no es la que cree la mayoría. Se centran en los intereses de aquellos que, además de tener una carrera, han hecho un máster o cualquier otro tipo de estudios avanzados. Esta clase nace en el siglo XIX con la popularización de títulos de Medicina, Derecho, Ingeniería y Arquitectura. Es una clase cada vez más poblada, gracias al ascenso de la economía postindustrial. Piensa en los doctores de Economía o Matemáticas que calculan los riesgos para las empresas de Wall Street. Piensa en los químicos que trabajan para la industria farmacéutica. Ahora hay cientos de profesiones como estas”, explica.
Alergia al cuello azul
Por decirlo en una frase: los demócratas traicionaron a los cuellos azules -trabajadores poco cualificados- para defender a los de cuello blancos -cuadros medios y altos de grandes corporaciones-. El proceso de elitización comenzó en los años sesenta. “Antes las oportunidades estaban en cualquier lugar de Estados Unidos. Ahora solo las tienen quienes han pasado por la universidad”, lamenta Frank.
Una parte fundamental del libro es una revisión del legado de Bill Clinton: “Ahora tenemos más perspectiva. Nada más dejar su cargo, explotó la burbuja de las punto com, comenzaron los escándalos corporativos de la era Enron y el colapso del sector inmobiliario. Nuestra visión de los prósperos noventa ha empezado a cambiar", escribe Frank en su libro. "Ahora recordamos que fue Bill Clinton quien mató las leyes de control bancario, desreguló el sector de las telecomunicaciones y permitió los productos financieros derivados. Si nos preocupa la desigualdad, la administración Clinton no fue heroica, sino odiosa", denuncia decepcionado.
"Cuando todos los miembros del gabinete de Obama salen de Harvard estás limitando mucho el rango de visiones económicas a tu disposición", plantea Frank
Tampoco se salva del implacable análisis el alabado Barack Obama: “Cuando todos los miembros del gabinete de Obama salen de Harvard estás limitando mucho el rango de visiones económicas a tu disposición. Obama siempre escoge la ortodoxia. Es uno de los problemas que veo a la meritocracia, que es la ideología de la clase profesional, basada en que las personas que triunfan están ahí porque lo merecen, porque son los más listos y porque son los mejores. Uno de los fallos de la meritocracia es la ortodoxia, que genera expertos que no escuchan las voces de fuera de su disciplina. Los economistas son el ejemplo más flagrante”, señala.
Wall Street siempre gana
Lo más interesante del texto es la tesis de que republicanos y demócratas no se distinguen tanto, a pesar de sus distintos ropajes socioculturales. “Obama no se rodeó de los sinvergüenzas codiciosos típicos de la administración anterior -la de George Bush Jr.- , sino que escogió personas brillantes, sobradas de méritos académicos. Lo deprimente es que el resultado fue el mismo. Por ejemplo, sus relaciones con Wall Street fueron una continuación de las políticas de los republicanos. Siguieron con los rescates. Eso es lo que me hizo pensar que algo no funcionaba en el Gobierno”, confiesa.
Frank no es el único ensayista que observó las anchas grietasdel Partido Demócrata. Otra prestigiosa académica pendiente de ese giro fue la socióloga progresista Arlie Hochschild. Justo antes de la victoria de Trump, tuvo el arrojo de irse a vivir un par de años a comunidades con alto porcentaje de militantes del movimiento conservador Tea Party, ya que buscaba conocer su sistema de valores. El resultado fue un libro espléndido, Extraños en su propia tierra, publicado en España por Capitán Swing en 2018.
"Si definimos ‘de cuello azul’ como aquellos que carecen de título universitario, estamos hablando del 60% de Estados Unidos", destaca la ensayista Arlie Hochschild
Así resumía la autora sus conclusiones cuando la entrevisté: “Vivimos la respuesta a una tormenta económica provocada por el capitalismo desregulado. Las grandes empresas cada vez son más poderosas y tienen capacidad para decidir dónde quieren situar su fuerza de trabajo. Esa tendencia ha traído una tremenda inestabilidad global, que ha afectado incluso a los países más ricos, que se creían inmunes a este tipo de problemas. Dar tanto poder a las corporaciones a costa de los Estados nos ha traído un mundo más impredecible y hostil. Los trabajadores se sienten cada vez más vulnerables, solo buscan proteger lo poco que les queda”, afirmaba.
Hochschild también se mostraba de acuerdo con las tesis de Frank: “Si definimos ‘de cuello azul’ como aquellos que carecen de título universitario, estamos hablando del 60% de Estados Unidos. Por eso, hacer discursos contra los privilegios de las élites académicas resuena en millones de compatriotas. Sin duda, Trump es el líder que mejor ha sabido utilizar el debate sobre los medios en su propio beneficio”, resume. Por si fuera poco, Hillary Clinton echaba una mano calificando como "deplorables" a la mitad de votantes de Trump, comentario por el que tuvo que disculparse. Al celebrar su victoria, Trump hizo un guiño antielitista al decir que "amo a la gente sin estudios" ("I love the poorly educated").
Separar a una familia
La charla con Hochschild se produjo en julio de 2018, justo después de la crisis del encierro de migrantes por la administración Trump, con las imágenes espeluznantes de los niños enjaulados. “La crisis de los migrantes ofrece una oportunidad política tremenda. Puede ayudar a acercar a sectores muy distintos del país, reconociendo que no compartimos muchas cosas, pero sí la noción de que resulta inaceptable separar a una familia. La izquierda siente rechazo hacia la expresión 'valores familiares', pero es una cuestión de lenguaje, ya que los progresistas también apreciamos mucho ese tipo de lazos. Es una cuestión en la que estamos de acuerdo, aunque parezca que no. La separación de los niños migrantes de sus madres y padres nos ha hecho darnos cuenta de eso. Deberíamos aprovechar este descubrimiento”, señalaba. Incluso Laura Bush criticó aquella operación policial.
Las políticas adoptadas por los demócratas en Virginia lo han convertido en el territorio con peores derechos laborales del país, según Oxfam
Por supuesto, también podemos hablar de Joe Biden. Las políticas que defiende han sido puestas en práctica en el Estado de Virginia, donde los demócratas dominan todos los estratos de la administración. La periodista Krystal Ball, en un análisis para el espacio televisivo The Hill, lo explicaba el pasado mes de abril: “Si Joe Biden se convierte en presidente, lo hará con el mismo tipo de apoyos y alianzas con las que los demócratas se presentan en Virginia. O sea, que estamos ante una clara advertencia para todos aquellos que nos preocupamos sobre los derechos y la dignidad de los trabajadores. Esto puede sorprenderles, como me sorprendió a mí, pero un informe de Oxfam valoró los derechos laborales de los cincuenta y un estados y Virginia quedó en última posición. Fue la 51 en políticas salariales, 48 en protección laboral y 49 en libertad de asociación de trabajadores”, denuncia.
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El salario mínimo en Virginia es de 7.15 dólares la hora, cuando la campaña del senador Bernie Sanders fijaba el estándar aceptable en 15 dólares. “Los grandes donantes demócratas abandonaron los conflictos laborales para centrarse en cuestiones culturales como la retirada de monumentos confederados. Las guerras culturales se imponen a los problemas de las familias trabajadoras”, deplora Ball. Justamente ese es el enfoque político que defiende Joseph Robinette Biden Jr.