Los trenes son en sí mismos el escenario perfecto para las mejores historias porque los personajes no logran escapatoria alguna ante sus compañeros de viaje. Uno puede ir a la cafetería, abandonar la locomotora para fumar en alguna de las paradas o encontrar un espacio tranquilo y solitario para mirar por la ventana, pero siempre termina al lado de sus vecinos. Si imaginamos un relato en el que, además, el trayecto dure varias horas y los pasajeros duerman en una cabina con camas, el marco es perfecto, tal y como les ocurre a los protagonistas de Compartimento no. 6, una de las películas más hermosas y tiernas que se podrán ver en los cines a partir de este miércoles.
El planteamiento en sencillo y cautivador: una joven finlandesa apasionada por la arqueología coge un tren en Moscú, donde vive, con destino a Múrmansk. En esta ciudad del norte de Rusia quiere visitar un yacimiento de petroglifos, unos dibujos simbólicos grabados en roca por artistas del neolítico, probablemente como forma de comunicación. El deseo de encontrarlos será la metáfora que invade toda la historia, en la que la protagonista convive en su compartimento con un joven minero ruso que viaja a la misma ciudad, aunque con otro objetivo.
Muchos se refieren a esta cinta como la versión finlandesa de Antes del amanecer, el popular romance de Richard Linklater al que, sin embargo, no tiene nada que envidiar esta película, a la que no le falta sensibilidad, aunque desde un prisma más tosco, más parco y más frío, acorde con las gélidas temperaturas pero también más creíble y auténtico. Su director, Juho Kuosmanen, ya demostró ser un orfebre de la ternura y el cariño, capaz de hacer hueco con sus historias bonitas en la vida real, en la película El día más feliz en la vida de Olli Maki, ambientada en 1962.
Para esta redactora de Vozpópuli, hay pocas películas tan tiernas y a la vez tan revolucionarias, con la premisa del amor romántico como pilar y la alegría como alegato, como aquel debut en blanco y negro. En su anterior cinta, Kuosmanen retrató a un boxeador que, ante la oportunidad de hacerse con el título de campeón del mundo, se enfrenta también a la experiencia del amor.
También en Compartimento no. 6, una adaptación de la novela de Rosa Liksom, hay romanticismo, aunque ni rastro del melodrama que asusta y estropea a menudo las buenas ideas, algo que se debe a la mirada precisa de Kuosmanen, tan acertado en el poder interpretativo de sus actores protagonistas, Seidi Haarla, Yuriy Borisov. El resultado no pasó desapercibido en el Festival de Cannes, donde ganó ex aequo el Gran Premio del Jurado, al tiempo que compitió por el Globo de Oro a la mejor película extranjera.
La película se desarrolla en un tiempo lo suficientemente lejano como para huir de las novedades digitales y recurrir a los aparatos analógicos, que siempre guardan una relación especial con los recuerdos y la nostalgia. Los petroglifos, el casete, la cámara de vídeo o la cabina telefónica se convierten en los soportes de la memoria y en artefactos de la comunicación.
"¿Te has sentido solo alguna vez?", pregunta la protagonista a un compatriota que viaja en su mismo tren. "Todos estamos solos alguna vez". Bastan estas líneas para guiar al espectador a algunas de las batallas de nuestro tiempo: la soledad y la incomunicación, condena tanto de los protagonistas como de los espectadores. Y no hacen falta móviles, tabletas ni ordenadores para sufrirlo porque estos personajes, desprovistos de esas tecnologías que parecen privarnos del contacto humano, también se sienten aislados.