Ahora que está de moda, por parte de gente con mucho tiempo libre y poco contacto con la realidad, el acusar de rojipardo, neorrancio o falangista a todo el que se atreve a poner en cuestión a cierta izquierda, me ha venido a la cabeza la figura de alguien que sería hoy tachado de rojipardo o tal vez de pardirrojo, puesto que hizo el camino contrario en el que nos encauzan a muchos ya que lo transitó desde las filas del falangismo más ortodoxo a la oposición socialdemócrata. Un gran desconocido para la inmensa mayoría, pero cuya vida y obra se merece una relectura que puede aportar mucho, no solo sobre la auténtica memoria de lo pasó en España en el siglo XX, sino sobre cómo afrontar la que queremos en el siglo XXI.
Mi primer contacto con la obra de Dionisio Ridruejo (El Burgo de Osma, Soria, 12 de octubre de 1912- Madrid, 29 de junio de 1975) lo tuve en un momento curioso. Ya conocía previamente de su existencia por mis lecturas sobre la Guerra Civil, donde aparecía como el joven y apasionado jerarca falangista que lideró la propaganda del bando sublevado, apareciendo ante mis ojos como un Goebbels ibérico tanto por la tarea encomendada como por la fisonomía y la gesticulación con que se le veía en las fotos. También sabía de su sorprendente trayectoria posterior gracias a la colección de la revista Cambio 16 de los años de la Transición que había en mi casa.
Pero el encuentro definitivo con Ridruejo y la forma en que conocí en profundidad lo que pensaba y como lo expresaba, sucedió en julio de 1995 bajo un calor insoportable. Algo normal, puesto que me encontraba en la provincia de Cáceres prestando el servicio militar obligatorio en el cuartel de instrucción de Santa Ana. Y si, para los más jóvenes hay que recordar que en España existió la mili y además los cuarteles contaban con bibliotecas donde algunos buscábamos refugio en las muchas horas muertas.Pues en una estantería de esa biblioteca cacereña me crucé con un libro de austera portada azulona -así lo recuerdo en mi cabeza- y un título que me llamó la atención: Escrito en España (1962). Su autor: Dionisio Ridruejo. Lo cogí en mis manos, me senté bajo una sombra y lo devoré en esa mañana. Y Dionisio Ridruejo me sumó, póstumamente, a su causa para siempre.
Pasión regeneracionista
¿A qué se debió ese flechazo? A la pasión regeneracionista y el compromiso humanista que aparece en lo escrito en ese libro que luego comprobé atravesaba toda su obra, pero también al ejemplo acompañado que dio toda su vida buscando hacer una España mejor, inicialmente desde una ilusionante fe joseantoniana, formando parte de la corte literaria que rodeó al joven Primo de Rivera que le invitó una noche en la Ballena Blanca, en un bajo cercano a la Puerta de Alcalá, a convertirse en uno de los autores del Cara al Sol con la estrofa “Volverán banderas victoriosas, al paso alegre de la paz”.
Participante del congreso del Movimiento Europeo, conocido como Contubernio de Múnich y fundador de Acción Democrática primero y de la Unión Social Demócrata Española después, intentó aunar a vencedores y vencidos
Luego pasó lo que pasó, desde la aureola del triunfo franquista tras la más incivil de las guerras a la renuncia a una vida de comodidades dejando todo para irse a combatir al comunismo a Rusia como un simple divisionario azul -de donde nos trajo una bella obra titulada Cuadernos de Rusia 1941-1942 (Fórcola)- y volver desengañado por la deriva cobarde y clerical del régimen del 18 de julio que había traicionado las ansias revolucionarias de la joven Falange de una España nueva, combativa, alegre y faldicorta en pos de la nacionalización de la banca, la reforma agraria… quedando como ya intuía José Antonio de simple coreografía del régimen y decoración en las paredes de las iglesias con los nombres de sus caídos.
Su descargo contra el franquismo -visita y carta personal al Caudillo incluida- le llevó a padecer un exilio interior lleno de penurias y destierros, donde comenzó a evolucionar sin perder un solo ápice de su sano patriotismo desde los ideales totalitarios -y totales- de juventud a una integradora socialdemocracia de hondas raíces cristianas, participando como actor principal en la oposición activa a la dictadura y pagando con cárcel y exilio, ahora también exterior.
Opositor al Franquismo
Participante del congreso del Movimiento Europeo, conocido como Contubernio de Múnich y fundador de Acción Democrática primero y de la Unión Social Demócrata Española después, intentó aunar a vencedores y vencidos de la guerra para configurar “una fuerza intermedia, de nuevo cuño, que interpreta la herencia liberal hacia la izquierda con un espíritu reformista: una socialdemocracia o socialismo no clasista”.
Su pasión vital y su trayectoria, nunca verdaderamente reconocida ni en la parte política ni en la literaria, por la que hipotecó su vida, me invita a elucubrar sobre cual habría sido la trayectoria de ese otro gran desconocido para la inmensa mayoría de los españoles, empezando por los que usan su nombre como mito y también los que lo hacen con desprecio, que se llamó José Antonio Primo de Rivera. Un José Antonio al que Dionisio Ridruejo no dejó jamás de admirar y al cual con sus errores, aciertos y evoluciones, mantuvo durante todas las fases de su vida como ejemplo de la España llena de pan, patria y justicia que pudo ser pero que aún podría y puede hacerse realidad.
Quiero pensar que su forma de ver la evolución de España, no estaba muy alejada de la que hubiera tenido el joven idealista José Antonio si no hubiera sido asesinado, rogando que la suya fuera “la última sangre vertida por un español en discordias civiles”, en un muro de la cárcel de Alicante el 20 de noviembre de 1936.
Dionisio Ridruejo, poeta falangista, brillante prosista y ensayista soriano, divisionario y opositor al franquismo murió en Madrid el 29 de junio de 1975, a los 62 años, unos meses antes de la muerte del dictador y sin poder ejercer el papel protagonista que sin duda hubiera tenido durante la transición y la democracia.
Tengo que decir que por fin, tras muchas pesquisas, pude conocer la ubicación y rendirle un sencillo homenaje depositando cinco- sí, cinco- esta vez no rosas rojas sino flores blancas de reconciliación sobre su tumba, donde comparte descanso eterno con su esposa Gloria de Ros, en el madrileño Cementerio de la Almudena a escasos metros de algunos de sus camaradas caídos en la División Azul.
Dionisio Ridruejo ¡presente!