Es periodista, bióloga y escritora. Una combinación... distinta. Se trata de María Solar, quien fue reconocida en 2014 con el Premio Lazarillo, el más prestigioso que se dedica a los libros infantiles y juveniles, por su libro Mi pesadilla favorita, recién editado en la colección Tres Edades, de Siruela.
Cuando se cumple medio siglo desde que Ana María Matute ganara el Lazarillo y 25 desde que Siruela creara esta colección pensada para lectores de entre 8 y 88 años, una vida entera por lector, la presentadora gallega intenta llegar a adultos y niños con la historia de Manuel, un niño que no para de soñar (y soñar y soñar). A él le pasan cosas que parecen imposibles, extravagantes y que sin embargo convierten todo cuanto le ocurre en algo especial.
Escribir para niños es tan o más complejo que escribir para adultos, eso es algo que María Solar tiene muy claro. Sin embargo, agrega la presentadora gallega, lo curioso es que así como hace cincuenta años había que suplicar a los autores para que elaboraran algún texto infantil, hoy acuden en masa. Claro: da dinero, se vende muy bien y además da nombre. Se suele olvidar, sin embargo, lo más importante: esto no es literatura para niños, es literatura. No se trata entonces de relatos idiotizados, reducidos a la moralina cansina, mucho menos de sucedáneos televisivos, ñoñeces. "Es cierto que se hace una literatura descafeinada para niños", dice María Solar.
-Un libro infantil debería poder ser leído por un adulto o como decía García Márquez: el niño es un lector adulto. ¿De qué manera Mi pesadilla favorita respeta eso?
-He pasado toda mi vida repitiéndole a las personas que yo no escribo libros para niños, sino para todos los públicos. En lo audiovisual eso está superadísimo, uno sabe que una película infantil tiene niveles de lecturas para todos los públicos. Eso, con los libros, hay que plantearlo. Creo que es el tema escolar lo que influye en eso. Esta colección de Siruela, Las tres edades, lo define muy bien, porque habla de un lector de 8 a 88 años.
-Los cuentos de Dickens, los hermanos Grimm, Wilde eran muy duros. Hoy, los niños tienen una biblioteca más inofensiva. Pepa Pig, por ejemplo.
-Sí, esas cosas rositas... intrascendentes.
-¿Entre uno y otro con qué nos quedamos?
-Los cuentos clásicos, Caperucita por ejemplo, no es que sean duros... ¡es que son trágicos y terribles! En alguna de las versiones de Caperucita, por ejemplo, descuartizaban a la abuela. Eran un poco sádicos al momento de trabajar el miedo para enseñar algo como ‘no hables con desconocidos’. ¿No había otra manera de hacer lo mismo? En comparación, creo que ahora se hace demasiada literatura descafeinada para niños. Yo busco otro lugar. Uno en el que los niños despierten la imaginación y se rían, pero con buena literatura, que es lo fundamental. Creo que hay que abordar situaciones difíciles, pero sin aleccionar e imponer una moraleja. Quiero que el niño piense sobre lo que ha leído y saque sus conclusiones. Los niños no son tontos.
-Este libro alude a la historia de un niño que es distinto. El tema de la tolerancia está muy presente.
-En el caso de Mi pesadilla favorita, he jugado con una realidad fantasiosa, onírica. Este es un niño diferente pero los demás lo hacen sentir raro. Eso es justamente lo que resulta complicado. La diferencia en sí no es mala, es buena. Por ejemplo, y allí hay truco: el niño tiene perros verdes, ¿es raro? Pues no, porque existen. Nacieron dos en Valladolid. La mayoría, se tragan biliverdina, mueren... pero este no es el caso. Otra cosa: el chico nació una semana más tarde que su gemelo, eso es posible, ha ocurrido en la naturaleza. Que su tía Filiberta duerme en una caseta de perro... ¿bueno, y qué? Al acercarse uno a esas rarezas, se da cuenta de que tal cosa no es raro. Y eso permite preparar un poso, para replantearse... ¿Qué es distinto? Los niños son inteligentes y sabrán identificar eso.
-Sí, inteligentes, pero además crueles, muy crueles.
-Existen unas etapas de maduración en el desarrollo de los niños. Durante una parte de esa etapa, se caracterizan por ser especialmente egocéntricos, que no egoístas. Ellos tienen que copar el centro del universo, por eso juzgan tanto a los demás y son tan crueles. A través de la literatura podemos conseguir que se pongan en el lugar de otro. Leer un libro, meterse en una historia, favorece esa idea del otro, que más allá de ellos hay otras personas.
-¿Cómo colocar juntos al niño como personaje y el niño como lector?
-Habría que pensar, en el caso del lector, cómo alguien que pueda descubrir que aquello que lee es creíble, que le dice algo, aunque no sea real.
-Los niños tienen menor capacidad de concentración. ¿Qué exige la literatura escrita para niños en ese sentido para no naufragar en el sopor?
-Soy periodista. Trabajo en la televisión de Galicia. Por eso tengo una fusión entre la escritura y lo audiovisual. Trabajé con un director que decía que en la tele, cada tres minutos, debía ocurrir algo. Eso debe estar también en los libros de niños, el mundo audiovisual debe entrar en la forma escrita. Los niños leen de otra manera. Las descripciones no pueden ser inmensas, terminar con puntos álgidos y hacer que ocurran cosas cada tres minutos.
-Un niño que no lee, que no ve un libro en casa… eventualmente, ¿podría convertirse en lector? Se han visto casos.
-Los padres no pueden esperar formar un hijo lector en el colegio. Se hace en las casas: leer en voz alta, poner voces, dar claves para mantener la atención, hacer énfasis, pausas. A leer se aprende en casa.
-¿Y usted?
-Comencé leyendo cómics antes que libros. De uno pasé a otro. De los que más me marcaron fue El principito. Lo he leído muchas veces y siempre le encuentro algo distinto. Es el ejemplo canónico de la historia para todos los públicos y es especialmente difícil.
-Usted hace un homenaje a Ana María Matute en el libro, en un tiempo en donde se le echa especialmente de menos.
-Cuando me enteré de la noticia de la muerte de Ana María Matute, el año pasado, yo estaba escribiendo. Tenía que bautizar a uno de los personajes, un vendedor de olores. Hice mi humildísimo homenaje y lo llamé Arsenio Matute. Es un personaje a quien la gente va a pedir que les venda un olor que los lleve a un recuerdo: el primer amor, la infancia... Cuando me dieron el Premio Lazarillo, todo me pareció, todavía más, una coincidencia aun más especial, porque supe que se cumplían 50 años desde que le dieron el premio Lazarillo a ella.