Juan Carlos Monedero posa. Coge un ejemplar del diario La Razón, arranca páginas, las arruga y las arroja al aire. El reportero que trabaja para el diario que él deshoja tira fotos, una tras otra. Le da indicaciones, le pide actitudes, poses. Monedero acata: ladea la cabeza, mira al objetivo. Parece encantado. Al sociólogo y politólogo se le da bien la puesta en escena, el lirismo, la teatralidad. Así lo ha demostrado en las páginas de Curso urgente de política para gente decente (Seix Barral, 2013), un ensayo que pretende una aproximación moral a la crisis económica que golpea a la sociedad europea. Sin embargo, la prosa lírica de Monedero termina por anegar las preguntas y las respuestas. En un mismo párrafo, Monedero es capaz de citar a Simón Bolívar, a Shakespeare, la biblia y a Walter Benjamin.
Este ensayo, como su autor, se recrea en la teatralidad, aun y a costa de su propia capacidad para hacerse entender. Definido como un instrumento de “acción y emoción", Curso urgente de política para gente decente revisa grandes pilares hechos añicos: el Estado, el capitalismo, el pensamiento y aunque jamás reniega de la política, en sus capítulos Monedero termina dividiendo el mundo entre buenos y malos, izquierda y derecha, víctimas y victimarios. “El centro es para canallas”, dice este profesor de la Universidad Complutense de Madrid, para quien la política no es, ni mucho menos, un terreno desconocido. Además de su tarea docente e investigador, Juan Carlos Monedero ha sido asesor político. Fue el de Gaspar Llamazares entre 2000 y 2005. También asesoró al gobierno venezolano dirigido por Hugo Chávez entre 2005 y 2010.
Finalizada la sesión de fotos, Juan Carlos Monedero se sienta en una mesa. De momento, no posa. No ofrece el mejor ángulo de su perfil, tampoco deshilacha periódicos. Toca hablar de este libro que en sus páginas pretende enseñar, ilustrar, instruir. Entre pregunta y pregunta, Monedero aclara su garganta, apunta, coge impulso. Habla de política, pero también de los partidos, de una izquierda a la que no se decide a juzgar y hasta de la prensa, diana sobre la que arroja, gustoso, dardos.
- Curso de política urgente para gente decente. Ambicioso, ¿no le parece?
-El libro es ambicioso porque estamos perdiendo lo que tardó un siglo en construirse: el estado democrático y social de derecho. Por tanto, creo que el que no sea ambicioso, que se entregue a los frescos claustros de la iglesia, pero los que estamos preocupados por lo que ha costado no cien sino doscientos años en el mundo europeo, tenemos que estar a la altura de los retos.
-Si las palabras de su título no las llenamos con un significado compartido se nos pueden volver tramposas. ¿Por qué un curso? ¿A quién va a enseñar usted qué cosa? Hablamos de política, ¿de cuál? Decencia, ¿qué es eso, según usted?
-Es un curso porque soy profesor, si fuera director de orquesta habría hecho una sinfonía. De política, porque es un profundo error que la gente diga que es apolítica. La política es polis, es consenso pero también conflicto, por tanto, creo que tenemos que recuperar la política. Y gente decente porque hay que contraponer al pesimismo de la inteligencia el optimismo de la voluntad y eso lo encuentro en la gente decente, que quiere salir adelante sin pisar a los demás y que tienen una intuición profunda de que su manera de estar en la vida no puede ser triunfar sobre el fracaso de los otros.
- En su reflexión a lo largo del libro reivindica la política.
-Es el único arma que tienen las mayorías para transformar la realidad.
"La voluntad popular parece que sólo la configuran la constitución y los grandes almacenes".
-También habla de la cartelización de los partidos y de la profesionalización de los movimientos sociales. ¿Cómo queda la gente decente entre esos dos polos?
- Los partidos políticos hoy no invitan a la gente a echar los frenos de emergencia. El modelo electoral de unos partidos que lo que buscan es maximizar sus votos ha perdido de vista su condición de conformar la voluntad popular, que parece que sólo la configuran la constitución y los grandes almacenes, el mercado, el consumo. Esa conciencia que ya no pueden configurar los partidos permanece en la sociedad civil, que se articula en movimientos sociales, pero estos se han profesionalizado y se convierten también en elementos del Estado y tampoco valen.
-Usted le reprocha a la derecha su pesimismo; a la izquierda su supuesta ingenuidad y a los neutrales los llama cínicos. ¿No le parece peligrosa la idea de plantear el centro como un lugar ineficaz?
-Ante cualquier conflicto, no puedes buscar el punto medio a no ser que seas un canalla. Ante una mujer maltratada, ¿cuál es el punto medio? En los conflictos donde hay víctimas, lo decente es estar con las víctimas. Y que la única manera de ser de centro sea quitarle razón a la víctima y darle parte de razón al verdugo es muy indecente.
"La socialdemocracia española renunció a todo el instrumental marxista y se volvió inerme".
-No me ha respondido. Repito: con la derecha es muy duro, que le toca, pero es indulgente con la izquierda europea, a la que le toca una revisión profunda.
-La derecha ha hecho sus deberes. Hace 40 años hizo un diagnóstico correcto: que era imposible la universalización de la democracia y del capitalismo. Planteó una terapia: reducir el Estado, descargar la responsabilidad pública, privatizar, abrir las fronteras, desregular el mercado. La izquierda coincidió en el diagnóstico pero no planteó ninguna alternativa. Dijo que había que regresar al Estado social previo a la crisis de 1973. La conclusión es que la derecha lleva 40 años construyendo hegemonía mientras que la izquierda no. Es muy evidente en el caso de la socialdemocracia española, que renunció a todo el instrumental marxista. Y cuando renuncias al instrumental de crítica del sistema capitalista, te quedas inerme, por eso el Partido Socialista empezó a recurrir a modas: empezó con Anthony Giddens y terminó en Beatriz Talegón, es una indigencia intelectual que crece.
-En el libro plantea el símil de las tres autopistas que ya no funcionan: el Estado, el capitalismo y el pensamiento. ¿Cuál es la alternativa?
-El Estado es demasiado grande para problemas regionales y muy pequeño para problemas internacionales como la moneda, la fiscalidad, el medio ambiente. El capitalismo tampoco funciona, hay dos tercios que ya no hacen falta ni como consumidores ni como productores y ahí está lo que ocurrió en Lampedusa o el genocidio silencioso de los que se suicidan porque no tienen cómo pagar sus deudas y el pensamiento moderno tampoco funciona, por su idea lineal de progreso. No es verdad que siempre mejoremos. Vemos ahora cómo perdemos en Europa derechos que habíamos ganado. El pensamiento moderno es machista, eurocéntrico y productivista, imposible en un planeta tierra cuya mitad está contaminada, desertizada. Si esas tres grandes autopistas ya no funcionan hay que sustituirlas.
"El pensamiento moderno tampoco funciona: es machista, eurocéntrico y productivista"
-Ajá, ¿cómo?
-Hay quienes dicen ¡dinamitémoslas! Esa ha sido la respuesta revolucionaria, pero no puedes dinamitar el sistema capitalista sin más, ni el pensamiento. Están quienes dicen que no hay alternativas. Lo que planteo es utilizar las propias palancas del Estado para que los ciudadanos recuperen poder, para entregar responsabilidad a los ciudadanos, aprovechar el desarrollo, utilizar el capitalismo para crear renta básica y usar la razón para romper esta mirada colonial, arrogante e incapaz de entender que hay otros lugares que nos van a enseñar que la tierra es la Pachamama y que no podemos seguir contaminándola.
-Usted critica el eurocentrismo, pero su aproximación a la izquierda latinoamericana y su perplejidad ante determinados movimientos en América Latina es tan eurocéntrica como el pensamiento que critica.
-Estamos en un momento histórico en el que no podemos saber lo que queremos pero sí tenemos la obligación de saber lo que no queremos. Para mí la revolución es lo que puede cambiar no las instituciones, sino las bases de una sociedad, una revolución es aquello que hace posible cambiar el pensamiento y en las que lo imposible se hace posible.
"Lula decía que la revolución en América Latina es comer tres veces al día. Y ahora comen tres veces, han hecho una revolución".
-Pero, por Dios, si la historia ha demostrado que las revoluciones son inviables. Esa palabra tiene una película de descrédito, de fracaso…
-Lula decía que la revolución en América Latina es comer tres veces al día. Y si la gente come hoy tres veces al día en América Latina, pues sí: han hecho una revolución. Las cifras de pobreza en América Latina se han reducido a la mitad, a diferencia de España, donde tenemos tres millones de personas en pobreza severa, como informó Cáritas hace tres días. Decimos que en América Latina hay repúblicas bananeras pero no nos damos cuenta de que España es un reino bananero. Yo nací en un país periférico, España, me formé en Alemania y he vivido en América Latina, en la periferia. Ya yo me quité la caspa eurocéntrica y no siento perplejidad por los movimientos políticos en América Latina.
-¿Ah no?
-No. Reconozco que han tenido logros espectaculares, porque se los han peleado. Los logros en Bolivia nacen de revueltas populares como la de Cochabamba. El gobierno de Correa nace por las revueltas ciudadanas por conseguir inclusión social y por supuesto, el proceso y el cambio en Venezuela nace en El Caracazo, cuando, en 1989, se puso en marcha un plan de ajuste como el que estamos viviendo en Europa, entonces los pobres bajaron a asaltar los supermercados y el ejército, bajo el mando de un gobierno socialdemócrata como el de Carlos Andrés Pérez, les disparó. De ahí va a nacer Chávez.
"Decimos que en América Latina hay repúblicas bananeras pero no nos damos cuenta de que España es un reino bananero"
-Claro, a través de dos intentos de golpes de Estado, ante los que, me dirá, supongo, que tampoco siente perplejidad y que hasta le parecen democráticos.
-Lo repito, no tengo perplejidad ante América Latina. Mientras Europa tenía y temía perder ese bienestar, América Latina no tenía nada y se arriesgó. Y está consiguiendo cosas magníficas, por eso están llenos de esperanza. En el libro hablo de esos movimientos no para imitarlos sino para hacernos las mismas preguntas. Hace 30 años ellos tuvieron el mismo proceso de ajuste que tenemos nosotros ahora.
-Fue completamente distinto. La década de los 80 y 90 latinoamericana y los ajustes europeos no son iguales.
-Son lo mismo. Y la gente no se da cuenta. Estamos en un momento histórico donde la gente canalla está envalentonada y la gente decente está perpleja. La gente envalentonada sabe que todo lo puede comprar, que todo es una mercancía y sabe que lo que separa ser el dueño del mundo o no, es tener dinero para comprarlo. Lo que ocurre es que la gente decente no quiere ser víctima pero tampoco verdugo y eso hace que se quede perpleja… ¿Cómo es posible que para ser empleable haya que operarse el pecho o modificarse? ¿Cómo es posible que las mujeres, para ser empleadas, tengáis que pasar por el quirófano, mutilarse, gastar dinero, para estar más bonitas según el canon?
"¿Y por qué las periodistas de la tele son monas, por qué no pueden ser como el resto de la gente?"
- Si alguien va a trabajar como modelo de pasarela puede que ocurra, pero al que vaya a trabajar de periodista, o de contable o arquitecto no creo que le pase.
-¿Y por qué las periodistas no son como el resto de la gente?
-¿Perdone?
-Por qué todas son monas, tienen que responder al patrón de belleza y no pueden ser como el resto de la gente. ¿Por qué no hay gente normal en la tele?
-Usted está estigmatizando y discriminando. Creo que debería de interesarnos mucho más lo que dicen los periodistas y no cómo lucen.
-Pero forma parte de lo mismo, una periodista lo que hace es leer lo que dice la pantalla. Así como los periodistas van a ruedas de prensa donde no les dejan hacer preguntas. Es una prostitución de la profesión.
"Ese es el problema de este país: cuando hay que firmar un manifiesto, en lugar de intelectuales salen artistas y periodistas"
-Aquí, culpables todos. Los profesores universitarios, por ejemplo, van de tertulia en tertulia.
-No, en las tertulias lo que hay son periodistas, que ese es el problema de este país, que cuando hay que firmar un manifiesto, en lugar de intelectuales salen artistas y periodistas. Y lo que dice no es cierto: el profesor universitario no tiene espacio en las tertulias.
-Yo le he visto a usted en varias.
-No, no… Pues no, y te reto…
-Mire, volvamos a lo que nos ocupa: su libro. ¿Le parece? Cuando las cosas iban bien no existían libros como este en la calle. ¿Qué pasó, al acabarse la fiesta fue que nos pusimos a pensar?
-Una de las cosas terribles del modelo neoliberal es que nos envilece. El individualismo y la interiorización de ver a los demás como competencia mercantiliza la vida. En estos 40 años de propaganda muy machacona de que no hay pobres sino perdedores, de que uno es responsable de su propio éxito y tu propio fracaso, en todo ese marco en el que se han hecho fuerte esos valores: nos han envilecido, nos han convertido en verdugos que miramos a otro lado porque nos iba bien. Yo lo que trato es entender qué fue lo que nos pasó.