Su título engaña. No son dos partes de una misma cosa. Ni siquiera es una novela dividida o contada de dos maneras distintas. Se trata de dos realidades, ambas brutales, desaforadas y a su manera autónomas, que desembocan en una misma. Los hemisferios (Seix Barral, 2014), la nueva novela de Mario Cuenca Sandoval, narra una tragedia infinita que une a dos hombres en una potente carrera de desesperación y duplicidad. En sus páginas el dolor es un combustible, un trago vigoroso de gasolina. Que el lector arda es sólo cuestión de páginas, como si “prenderse fuego fuera un acto higiénico”, que diría uno de sus personajes. “'Los hemisferios' está escrita como en una noche en blanco”, dice su autor. Una noche, sí. Una que ya ha durado cuatro años, los mismos que lleva escribiéndola.
Creada a la manera de “un fresco, de un enorme mosaico”, la historia arranca con un accidente. Disparada por el impacto contra un coche, una mujer -de la que no sabemos ni sabremos nada- atraviesa con su cabeza ensangrentada un parabrisas. Su muerte es el primer episodio de uno mayor. Dos hombres –entonces dos chicos acostumbrados a hacer el amor, siempre, con la misma mujer- viajan en el vehículo que ha ocasionado el desastre: Gabriel y Hubert Mairet-Levi. Se separarán siendo aún demasiado jóvenes; en los años que transcurren antes de su encuentro, tendrán en común a esa mujer muerta y a las muchas otras con las que se acostaron.
Su título engaña. No son dos partes de una misma cosa. Ni siquiera es una novela dividida o contada de dos maneras distintas.
Unidos por una tragedia circular, una que continúa en el tiempo y a la que se sumará otra, Gabriel, el chico que iba al volante durante el choque -ya convertido en crítico y novelista-, narra su reencuentro Hubert Mairet-Levi, entonces reconocido cineasta que regresará a su vida con una misión: hacer el guión de una película sobre un torero y una más -la verdadera misión-, cuidar a una mujer cuyo único objetivo es quitarse la vida, de la peor manera posible. Esta es sólo una parte, la primera de una historia que se desenvuelve en el París de los 80 y la Barcelona de la Transición y que lleva por título La novela de Gabriel. A esa sigue una segunda, La novela de María Levi, narrada por la voz de una mujer (María) que, como Gabriel, le habla a sus recuerdos. Se trata de alguien que no sabemos si vive o muere; algo que parece el trasunto femenino de Hubert-Marie Levi y cuya historia –construida con planos y cambios bruscos de perspectiva- se desarrolla en una isla nórdica.
No es una misma historia contada de manera distinta, es mucho más
Ambas novelas transcurren en capítulos breves -numerados como los meridianos del globo terráqueo- y están separadas entre sí por un capítulo cero que no existe. No son la misma historia contada de forma distinta, no. Son dos universos con puntos comunes que se tocan; puntos de fuga, quizá, en el que personajes que parecen los mismos ponen en marcha arquetipos que le son comunes a todos: el dolor, la destrucción, la enfermedad, la obsesión. “El lector decide dónde confluyen las dos historias. La novela de María comienza donde quedó la de Gabriel: en una huida. Ambas existen como reescritura de la anterior. Suponemos que todas las claves de una están en la otra y no es así”, explica Mario Cuenca Sandoval, un escritor nacido en Sabadell pero que ha fijado su residencia en Córdoba, ciudad en la que imparte clases de filosofía.
Las afecciones mentales, el suicidio y la autolesión forman las aguas que empujan este libro. Es sin duda una historia de la enfermedad. Pero… ¿Cuál de todas?
Cuenca Sandoval (Sabadell, 1975) se dio a conocer con una historia de golpes, acaso de personajes que son también dobles de sí mismos: campeones o derrotados, pegadores o sparrings. Se trató de Boxeo sobre hielo (Berenice, 2007), un libro que cautivó a lectores y críticos y demostró el potente narrador que había en Cuenca Sandoval; con ella ganó el Premio Andalucía Joven de Narrativa 2006. A esa siguió la magnífica El ladrón de morfina (451 Editores, 2010), una novela que transcurre en el corazón de la guerra de Corea y que confirmó el talento de Cuenca Sandoval, que ahora vuelve ambicioso, no sólo por haber dado el salto a un gran sello, sino porque lo hace cargado de un aliento con el que insufla vida a un artefacto narrativo que lastima, que hace daño, que rasga la piel tiernita del lector reflejado en el juego de espejos. En una historia en la que habrá de quebrarse el cristal del espejo, cualquier reflejo sirve para hacerse cortes en la piel. Herida-lectura.
Los hemisferios defiende la idea de que "toda historia es una reescritura". Las afecciones mentales, el suicidio y la autolesión forman las aguas subterráneas que empujan este libro. Es sin duda una historia de la enfermedad. Pero… ¿Cuál de todas? “El cine era la enfermedad del siglo, como la melancolía había sido el mal del siglo anterior”, puede leer el lector en las primeras líneas. La imagen como afección está presente en toda la historia, ya sea de manera metafórica o expresa. Las referencias al cine –como en las anteriores novelas de Cuenca Sandoval- son fundamentales: en la primera parte, Vértigo de Alfred Hitchcock, propone al lector una trama –seguir, vigilar a una mujer poseída acaso- y en la segunda, La Palabra (Ordet) del danés Carl Dreyer, una película que explora también a su manera la locura, al discordia. “Los personajes padecen la afección de la representación. Van desde esa gravedad, esa tendencia a caer en la melancolía propia del romanticismo, pasando por la representación que supone el cine, hasta el malestar que produce el siglo XXI, con ese sin fin de copias, símbolos”, explica Cuenca Sandoval.
¿Por qué nadie quiere vivir?
Algo empuja al lector a preguntarse: ¿por qué no quieren vivir los personajes de Cuenca Sandoval..? ¿Por qué? La respuesta, aunque parezca, no la tiene el autor, sino el lector. “Los personajes están condenados. Y en ese círculo en el que están atrapados, cada uno busca una diagonal, una tangente por la cual escapar de esa condena. Lo que nos fascina tiene un efecto de atracción y otro de rechazo. Esta novela es un mosaico de ese proceso, un juego de espejos donde el lector termina por verse reflejado”, aclara en una desigual y extraña entrevista-conversación con Vozpópuli el propio Cuenca.
Algo empuja al lector a preguntarse. ¿Por qué no quieren vivir los personajes de Cuenca Sandoval? ¿Por qué?
La crítica ya ha hecho algunos apuntes a la ejecución literaria de Cuenca Sandoval en 'Los hemisferios'. En una novela titánica, ciclópea, furiosa, la diferencia entre La novela de Gabriel y La Novela de Marie Levi, desconcierta. Exige del lector un esfuerzo todavía mayor al pasar de una historia en apariencia lineal a otra –casi autónoma- que extiende el resultado total hacia una estepa más árida y vertiginosa; más afilada, más cortante. Sobre ese mismo asunto, escribió el crítico Vicente Luis Mora, en la reseña que hizo del libro en su blog de lecturas, que existía acaso una falsa asimetría entre ambas. “Mientras que La novela de Gabriel está perfectamente compensada y construida, manteniendo un altísimo interés y enorme calidad a lo largo de 270 páginas, La novela de María Levi se levanta sobre una estructura muy monótona, alternando escenas del presente y el pasado por turnos, y su contenido es a veces sobrante y repetitivo”, escribió.
A la pregunta sobre si tal lectura es acertada y al solicitar su propia opinión sobre un libro extenuante y de tan distinto registro, Cuenca Sandoval deja la palabra final en manos del lector. “El reto de este libro es que tenemos que olvidarnos de la idea muy occidental de que hay un tronco de sentido y que todo debemos colocarlo a su alrededor. La novela es un fresco”, insiste.
Encerrarse en una pelea sobre la estructura de lo que escribe Cuenca Sanvodal, distrae. Nada tiene que ver esta novela con el gusto. No puede ser buena mala. No es cuestión de que guste o no, porque no deja espacio para decidirlo. Esta es una novela inevitable, como los incendios, las heridas o la vida -acaso también su total ausencia-. En Los Hemiferios, detrás de la manera de contar se esconde algo más potente y oscuro, ese lugar donde se encuentra la pulpa de casi toda la obra de Cuenca Sandoval: hombres y mujeres que viajan al abismo, que avanzan hacia él con la plena conciencia de no regresar jamás. La pregunta sería, acaso, ¿se los permite él? “En todas mis novelas hay una obsesión por la salvación, por la redención de los personajes . Están inmersos siempre en una caída. Sin embargo, mis tres novelas terminan de la misma forma: con el ascenso a un accidente geográfico, una montaña o una colina. Justamente eso: porque tienen que caminar hacia su redención”.