Cultura

El nuevo fetiche “progre”: pop coreano contra Vox, Trump y la tumba de Franco

La última moda activista es una subcultura obsesionada con los beneficios y los cosméticos

¿Quiénes son los nuevos héroes de la trinchera ‘progre’? No es una red comunitaria de apoyo a los sin techo, ni un nuevo líder sindical, ni un abogado que persigue a Barack Obama para demandarle por sus promesas incumplidas. La prensa progresista prefiere dedicar espacio a una escena pop juvenil increíblemente joven y obsesionada con la perfección física, el éxito comercial y el uso intensivo de cosméticos. Hablamos del K-Pop, una subcultura de rentabilidad creciente que fascinó a la juventud surcoreana en los noventa y, poco a poco, fue ganando peso en el mercado global. En principio, se trata de un movimiento ajeno a la política, pero en las últimas semanas se ha comprometido con el activismo digital en favor de #Black Lives Matter y contra de la reelección de Donald Trump, entre otras causas.

Una de sus acciones estelares consistió en trolear el último acto del presidente de Estados Unidos en Tulsa, Oklahoma, celebrado el pasado domingo. Se esperaba agotar los 19.000 asientos disponibles en el Bok Center y convocar a miles de personas que siguieran los discursos desde el exterior. Contra todo pronóstico, una parte significativa de los asientos quedaron vacíos debido a una campaña digital coordinada desde TikTok para reservar entradas que no tenían intención de recogerse. La congresista demócrata Alexandria Ocasio-Cortez felicitó a los saboteadores, a quienes e refirió como “aliados K-Pop” y se burló del organizador del acto (Brad Parscale) a través de Twitter. A comienzos de junio, los superventas BTS donaron un millón de dólares para el movimiento Black Lives Matter y su club de fans oficial (BTS Army) igualó el cheque recaudando otro millón entre sus seguidores.

"El movimiento ha llegado a España tomando como objetivo a Vox; Cabeceras antisistema como La Marea han celebrado el fenómeno con textos titulados ”Este meme mata fascistas"

Entrenados en mil batallas para que sus ídolos musicales consigan alcanzar el número uno en cualquier plataforma digital, los seguidores de este género musical lograron este mes algo todavía más impresionante: neutralizar la campaña del departamento de policía de Dallas para identificar a responsables de violencia callejera en las protestas de Black Lives Matter. Las fuerzas del orden del estado de la estrella solitaria habían presentado una app para denunciar de forma anónima a los alborotadores, pero los fans del K-Pop la inundaron de vídeos con coreografías y otros materiales burlones para desactivar su funcionalidad. La policía tuvo que reconocer en Twitter que sus sistema se había saturado por exceso de contenido. kpop

Desembarco ibérico

Con mucha menos fuerza, el movimiento también ha llegado a España, tomando como principal objetivo la cuentas de Vox en redes sociales. Cabeceras antisistema como La Marea han celebrado el fenómeno con artículos como este titulado “This meme kills fascists”, firmado por Javier Durán. “Las coreografías de coreanos bailando sobre la tumba de Franco o la cara de Abascal maquillado como una drag queen, acompañadas de hashtags con nombres de fantasía como #AbascalPrincesa o #FachaQueVeoFachaQueFancameo están llenando las cuentas y bots ultras de una nueva narrativa antifascista, que ninguno podríamos haber imaginado”, explica.

https://twitter.com/ohnoitslau/status/1268153075560300548?ref_src=twsrc%5Etfw

Luego califica el fenómeno de “Revolución social”: “Si Elvis fue el detonante de una revolución musical y cultural con su movimiento de caderas y el rock and roll, el K-Pop puede haber iniciado una revolución musical, pero también social, en la lucha contra el fanatismo y la impunidad en las redes, con una premisa clara, divertida y que funciona: inundar de música el ruido ultra”, opina. A medida que avanza el artículo, el autor va calentando su hipótesis: “Un poder de convocatoria y de movilización brutal en redes –contra el racismo y la intolerancia– y un sentido del humor surrealista y subversivo están consiguiendo que estos adolescentes estén dando una lección a activistas, medios de comunicación y analistas políticos, que no encontraban la clave para desmontar el crecimiento del odio en las redes”, proclama.

En 2005 el gobierno de Corea del Sur invirtió mil millones de dólares en desarrollar el K-Pop para superar a Japón como referente cultural

Después de escuchar el discurso activista, conviene conocer la realidad: el K-Pop es una industria multimillonaria que ha crecido sin prisa pero sin pausa desde los años noventa. Por supuesto, no tiene nada de antisistema: uno de sus puntos de inflexión crisis financiera de 1997, que hizo pensar a las élites del país que confiaban demasiado en sus conglomerados industriales. El presidente Kim Dae-jung hizo una apuesta pública por los contenidos culturales, financiando investigaciones sobre hasta qué punto se podía manufacturar el concepto de cool. Por ejemplo, como explica un completo artículo en The Economist, en el ejercicio 2005 el gobierno invirtió mil millones de dólares en desarrollar el K-Pop.

Pepinazo global

Como era de esperar, la respuesta fue brutal: gracias a los incentivos fiscales y subvenciones a startups superaron a Japón como creadores de música pop y videojuegos. En 2013, generaron cinco mil millones de dólares en exportaciones pop, una cifra impresionante que doblaron en 2017. Empresas como SM Entertainment, que representa a varios superventas K-Pop, alcanza valoraciones económicas por encima de los 650 millones de euros y se encargan de pulir a las futuras estrellas tomándolas bajo su ala desde los once años. Es una industria que funciona con disciplina militar donde ningún gesto se deja a la improvisación, mucho menos los de contenido político. Así se explican por ejemplo, los más de 3.67 mil millones de escuchas en Youtube de "Gangnam style" (2012), la pegadiza canción del surcoreano Psy que celebra el consumismo en una de las zonas de tiendas más exclusivas de Seúl. 

Además, el K-pop es una plataforma mimada por la industria cosmética. En 2016 acudí a un teatro de la Gran Vía para cubrir un acto del Centro Cultural de Corea en España, consistente en un concurso de bandas españolas de K-Pop. A mitad del espectáculo, se interrumpía la música para dar paso a la charla de una ejecutiva especializada en tratamientos femeninos de belleza. Nos habló de que la última moda en el país asiático eran las uñas de cristal y mármol en tonos degradados, además de los cosméticos frutales, para presentarse a los chicos con aroma de cereza o ciruela roja. “Muchas coreanas utilizan diez productos de cosmética cada mañana”, celebraba. Como el caso el pop anglosajón, todo venía envuelto en un ‘product placement’ que muchas veces hace indistinguibles las campañas comerciales de las canciones. ¿Esta escena pop mata fascistas? Más bien confía en exhaustivas estrategias de mercadotecnia para detectar qué causas políticas son suficientemente populares como para rentabilizar al máximo sus inversiones publicitarias.

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