Los chinos descubrieron una primitiva vacuna contra la viruela en la Edad Media: hacían un polvo con las costras secas de las pústulas y lo esnifaban por la nariz con un canuto, como si fuera cocaína. Pero la auténtica vacuna moderna, la de eficacia garantizada que desarrolló Jenner en Inglaterra, la llevan a China los españoles de la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna.
México ha sido un territorio difícil para la Real Expedición por la enconada relación entre su director, Francisco Javier de Balmis, y el virrey Iturriagaray. Pese a ello la misión de organizar Juntas de Vacunación que cubriesen todo el territorio y la puesta en marcha de la campaña de inoculación general se lleva a cabo en 53 días. Solamente falta el paso final para llevar la vacuna al último territorio del Imperio español, pero es un paso de gigante: la travesía del Océano Pacífico de lado a lado, desde las costas de América a las de Asia, a las Filipinas. Con razón decía Felipe II, cuyo nombre ostentan las 7.000 islas de aquel archipiélago, que en su reino nunca se ponía el sol.
Ese largo viaje exige llevar un elevado número de niños portadores de la vacuna y como había pasado en etapas anteriores el asunto se presenta difícil. En España habían bastado las órdenes del rey para que las inclusas de Madrid y Galicia cediesen a los huérfanos necesarios, pero en Nueva España todo depende de la buena voluntad de las autoridades locales. El virrey no la tiene, sino muy mala, con lo que no hay que pensar en reclutarlos en Ciudad de México, hay que buscarlos en el norte del país. En Guanajato se consiguen seis niños, no de orfanatos sino “facilitados por el regente mediante una gratificación de 150 pesos que dio a sus padres”; el obispo de Guadalajara envía a otros seis, “que vistió y habilitó a su costa”, y también colaboran los intendentes de Valladolid, Zacatecas, Fresnillo y Sombrerete, y “el ilustrado cura de León”.
Así, entre huérfanos o hijos de familias pobres dispuestas a, prácticamente, vender a sus hijos, se logra reunir un contingente de 26 niños para que sean portadores humanos de la vacuna. Hay incluso otro niño que no es portador, pero que les acompaña en el viaje: Benito Vélez, el hijo de Isabel Zendal, la rectora del orfanato de La Coruña que ha hecho de madre para todas aquellas criaturas en la ya larga expedición. El resto del equipo son el médico Gutiérrez Robredo, el practicante Francisco Pastor Balmis y los enfermeros Pedro Ortega y Antonio Pastor.
Disentería y tifones
Balmis encuentra otra dificultad para culminar su misión, ya no dispone de la corbeta María Pita, sino que tiene que acomodarse en el navío Santa Bárbara que cubre regularmente la línea llamada Galeón de Filipinas. Acomodarse parece un sarcasmo, porque en ese barco Balmis no va de jefe, sino de pasajero, y no puede lograr unas buenas condiciones para sus niños como las que tenía en el María Pita.
Los niños “estuvieron muy mal colocados en un paraje de la Santa Bárbara lleno de inmundicias y grandes ratas que los atemorizaban, tirados en el suelo, rodando y golpeándose unos con otros a los vaivenes”, se lamenta Balmis en sus informes.
Finalmente alcanzan Filipinas, donde ponen en marcha el acostumbrado protocolo de crear Juntas de Vacunación para que se responsabilicen de extender la vacunación al archipiélago, pero Balmis se encuentra mal. La falta de higiene de la Santa Bárbara le ha provocado una grave infección intestinal que no se le cura. La Real Expedición debe regresar a México para devolver los niños a sus padres, pero Balmis no se siente con fuerzas para atravesar otra vez el Pacífico en tan malas condiciones, así que pone al frente de la operación retorno al médico Gutiérrez Robredo, y él decide ir a China, donde espera curar su disentería en un clima continental.
Pero aún en esas condiciones no renuncia a su misión. Recluta a tres niños para que sean portadores de la vacuna y acompañado del enfermero Francisco Pastor se embarca en la fragata Diligencia rumbo a Macao. Comparado con la travesía del Pacífico el viaje es corto, pero será el peor de todos, pues les alcanza un tifón. “En pocas horas desmanteló la fragata, con pérdida del palo mesana, jarcias, tres anclas, el bote, la lancha y veinte hombres extraviados; no había uno entre nosotros que no esperase por momentos ser sepultado entre las olas del mar”, escribe Balmis.
Pese a todo llegan frente a las costas de China y trasbordan a una canoa de pescadores "llevando en mis brazos a los niños, con lo que aseguramos nuestras vidas y la preciosa vacuna". Así desembarcan en Macao e introducen en China la vacuna, una gesta que provoca el entusiasmo de los que la conocen, como el poeta Quintana, que dice en su Oda a la Real Expedición…
…al acercarte al industrioso chino,
es fama que en su tumba respetada
por verte alzó la venerable frente
Confucio, y que exclamaba en su sorpresa:
¡Digna de mi virtud era esta empresa!