A pesar de las investigaciones realizadas, algunas de auténtico escándalo como las llevadas a cabo por la llamada Comisión Warren (desautorizada y criticada después por el Comité Selecto de la Cámara sobre Asesinatos de 1979), poco o nada se sabe, al menos que haya transcendido, como para poder asegurar la autoría intelectual e, incluso, material del asesinato: Castro, la mafia, conspiración interna… ¿Quién sabe?
Pues bien, en nuestros lares también hubo un magnicidio que aún hoy está por resolver y que suscita las mismas dudas que el del presidente americano: el del general Juan Prim y Prats, presidente del Consejo de Ministros de España. Ríos de tinta se han escrito intentando dar alguna luz a este asunto… o no. Aquí también se ha formado -siglo y medio después, eso sí- una comisión de investigación: la llamada Comisión Prim, que ha realizado un brillante estudio criminológico-forense y que ha arrojado datos espectaculares y sorprendentes. Tanto que, a lo mejor, justifican el hecho de que el sumario que está bajo la guardia y tutela de los Juzgados de Madrid, esté mutilado, expurgado, con hojas arrancadas, libros desaparecidos, etcétera. Este hecho se produjo no hace tanto tiempo, allá por los años sesenta, cuando un ilustre abogado, Pedrol Rius, publicó un trabajo en el que se ponía de manifiesto que el asunto todavía podía tener repercusiones históricas y políticas. Desde luego, si no es una prueba sí es un indicio racional, como dicen los juristas, de que algo hay que ocultar.
Datos y especulaciones
Sabida es la historia, entreverada con pinceladas de leyenda, del hecho material del asesinato en la otrora llamada calle del Turco (hoy calle del Marqués de Cubas) de Madrid, en aquellas nevadas navidades de 1870. A partir de ahí comienzan las especulaciones. Recuerdo un libro del malogrado Néstor Luján, gran escritor y mejor gastrónomo, que novelaba otro asesinato célebre en la Historia de España y en la de Madrid: el del conde de Villamediana que, como el de Prim, tampoco fue aclarado, y elucubraba con hasta siete móviles y autores intelectuales del crimen. Posiblemente aquí no haya tantas posibilidades.
La llamada Comisión Prim arroja nuevos datos al asunto, al menos en cuanto a las circunstancias de la muerte del general. La propia comisión afirma que sus investigaciones y resultados complementan los realizados por los historiadores anteriores y son compatibles con ellos. Yo diría que los resultados que ofrecen pueden obligar a replantearse, muy seriamente, la historia que hasta ahora se venía dando por buena.
La afirmación de que su muerte fue inmediata no casa con la historia tradicional que dice que llegó por su propio pie a su casa.
Por ejemplo: la historia tradicional afirma que en el momento de la muerte, el general Serrano estaba junto al lecho del moribundo. Pero, si éste fue estrangulado… Seguimos, ¿y si no expiró en el lecho? Se afirma ahora que el general pudo morir casi de forma inmediata debido a la hemorragia producida por las heridas o, al menos, de una de ellas. Entonces, ¿qué hacemos con toda la historia tradicional que cuenta que llegó por su propio pie a su casa, que incluso le llega a decir a su esposa “¡No me toques que vengo herido!”, que recibe la visita de un primer médico, Vicente, que le cura las heridas del hombro; después de Losada, médico militar, que le extrae siete balas y le amputa el índice de la mano derecha; y tres días después del atentado, mientras se seguían sucediendo partes optimistas sobre la salud del herido, de Melchor Sánchez de Coca, cirujano civil, el de mayor prestigio de Madrid y que dicen que exclamó “me han traído ustedes a ver un cadáver” ante la extrema gravedad del general?
Y aún más, ¿qué hacemos entonces con todas aquellas conversaciones que en su lecho de herido mantuvo con Serrano, con el almirante Topete, al que le encarga vaya a recibir al nuevo monarca Amadeo de Saboya, o con varios ministros? ¿Qué hacemos con la declaración de Juan Moreno Benítez, amigo íntimo de Prim y que veló a la vera de su lecho, cuando afirmaba que le había confesado haber reconocido la voz de José Paul y Angulo (el que fuera considerado asesino material) en las órdenes de “fuego” contra él? Y así podríamos seguir, incluso con conexiones masónicas (Prim era grado, 18 o 33 según autores, de la logia), dado además los diversos objetos encontrados en su ataúd, así como los signos que lo decoran.
Autoría material e intelectual
En cuanto a la autoría -no ya material, que está suficientemente investigada, sino a la intelectual-, las conclusiones de la comisión abren nuevos interrogantes. Si el general murió de forma casi inmediata por la hemorragia o fue estrangulado, como indican las cicatrices o señales halladas en su cuerpo y que, sin ninguna duda forense, al parecer son ante mortem, ¿por qué durante tres días se van sucediendo partes optimistas del estado de salud del herido (supongo que no dirían aquello de “Firmado: el equipo médico habitual” como ocurriera en otra conocida ocasión)? ¿Por qué se informa a las Cortes de forma también sucesiva de su estado de salud hasta la confirmación de su muerte? ¿A quién beneficiaba ese estado de incertidumbre? Los historiadores tradicionales achacan la autoría intelectual del asesinato a tres grandes facciones o grupos: a los republicanos, a los montpensieristas, y a los unionistas del general Serrano, si bien los mejor posicionados son estos dos últimos. Y la Comisión así lo cree también, junto como digo, a los historiadores tradicionales.
La boda de Alfonso XII con la hija de uno de los presuntos implicados impuso el sobreseimiento del sumario.
Aunque de las diligencias que constan en el sumario parece que el resultado puede decantarse a favor de Serrano, pues es probada la participación de José María Pastor, jefe de su escolta y que, según el testimonio de un sereno (recogido nada menos que por Pi y Margall) los asesinos se refugiaron en el palacio del “general bonito” (como se motejaba a Serrano), no cabe duda que la vía montpensierista no fue ajena a los acontecimientos. Por el mucho dinero que se puso a disposición de la organización del asesinato, primero, y por el mucho dinero que se utilizó después para el mantenimiento de gentes afines en el exilio, como el propio Paul y Angulo, así como para la compra o silenciamiento de testigos. Se sabe que la política hace extraños compañeros de cama, ¿fue posible entonces una unión contra el enemigo común de montpensieristas y de unionistas del general Serrano?
Al final, la romántica boda de Alfonso XII con María de las Mercedes, hija de Montpensier, en 1878, impuso el sobreseimiento del sumario. El suegro del rey no podía estar implicado. Pero la historia, al parecer, no ha acabado. ¡No me digan que esta historia no es mucho más interesante y novelesca que lo de Dallas y Kennedy!