Cuando se cumplieron diez años de los atentados en la estación Atocha de aquel 11 de marzo de 2004, se habían publicado en España ocho libros (no periodísticos) al respecto; de ellos, apenas cuatro eran novelas. Hoy, cuando se conmemoran 12 años de uno de los episodios terroristas más cruentos de la historia reciente española –murieron 192 personas tras el estallido de diez bombas en La vía de cercanías en plena hora punta de la mañana-, se suma tan sólo un libro a la magra cuenta que la literatura –mejor dicho, la ficción- ha hecho del tema. Acaso porque el horror de lo ocurrido fue mucho mayor a la capacidad de generar un relato al respecto o porque hay algo todavía irresuelto en las causas y los detalles de cuanto ocurrió ese 11 de marzo, lo cierto es que la sequía literaria continúa. Incluso: se han escrito más novelas sobre los indignados que sobre los atentados de aquel año. Transcurrida más de una década, la ficción no ha podido desatar las costuras de una herida que a veces parece cerrada con la urgencia de quienes ni pueden ni quieren extraer sentido de ella.
Desde que ocurrieron los atentados se han publicado cinco novelas. Se han escrito más novelas ambientadas en el 15M que aquellas que se adentran en el dolor de los atentados.
Que el 11M no existe en la ficción es una tesis que lleva ya tiempo cocinándose y sobre la que no existe un consenso, acaso una certeza o al menos conclusión, que explique por qué la literatura ha eludido el territorio abrasado que los atentados dejaron a su paso. Un breve repaso a lo publicado así lo confirma: una de las primeras novelas se publicó cuatro años después de los hechos fue Madrid Blues, una historia coral escrita por la autora gallega Blanca Riestra, quien sitúa la acción justo tres días antes de los atentados. Aquella no era una novela que pretendiera la documentación o la elaboración política del terror –para eso estaba el periodismo-, pero tampoco entraba en la naturaleza moral o incluso estética de aquel paisaje de muerte que modificó la relación de miles de personas con la ciudad y que sirvió a su manera de anticipo de lo que ocurriría en las capitales europeas a partir de esa fecha. Justo un año después, en 2009, el cineasta Manuel Gutiérrez Aragón debutó en el género novelístico con La vida antes de marzo (Anagrama), una historia que no conseguía atravesar del todo la pulpa literaria de lo ocurrido. A través de la peripecia del reencuentro en un tren de alta velocidad de dos personajes –Ángel y Martín- involucrados en el 11M, Gutiérrez Aragón intenta dar cuenta de los atentados, un propósito que no precipita hasta el final y que termina por no cuajar en la elaboración de un episodio de aquellas magnitudes.
Bastante más sólida en la reflexión moral e incluso estética del horror, Ricardo Menéndez Salmón publicó en 2009 El corrector (Seix Barral), una historia vivida y protagonizada en primera persona
Bastante más sólida en la reflexión moral e incluso estética del horror, Ricardo Menéndez Salmón publicó en 2009 El corrector (Seix Barral), una historia vivida y protagonizada en primera persona y con la que el asturiano cerró su serie sobre el mal iniciada con La ofensa y Derrumbe. El libro reconstruye los atentados en clave de testimonio a través de la narración que hace de ella un corrector. Ya en aquel entonces se hablaba de la poca elaboración que la ficción había hecho al respecto. “España, que es un país extraordinariamente complejo y plástico en su vertebración, y en ese sentido representa un modelo político muy avanzado, también es un país bastante monolítico en su imaginario creador, hasta el punto de que nuestros escritores mantienen una relación casi siempre incómoda con la realidad política inmediata, como si se sintieran más seguros cuanto más alejada del aquí y del ahora se desarrollara la acción ficcional”, dijo entonces Ricardo Menéndez Salmón en una conversación con el crítico Vicente Luis Mora, que este publicó en su blog Diario de lecturas.
La respuesta de Menéndez Salmón luce hoy extemporánea, acaso relevada por la publicación de historias que sí han metido las manos en la realidad reciente. Sin embargo, en aquel entonces, año 2009, Menéndez Salmón aseguraba: “A pesar de la cantidad de cosas que han sucedido en nuestro país durante los últimos 34 años, desde la muerte de Franco, es notable que el guerracivilismo siga siendo el tema por antonomasia de nuestra literatura, y que, por ejemplo, los escritores se hayan asomado con tanta prevención, salvo en el caso excepcional de Raúl Guerra Garrido, al problema de ETA como aspecto central de una obra, un problema que ha generado océanos de tinta en la prensa y en la opinión pública, pero sólo ríos de escaso caudal en la literatura de ficción. Cito el caso del terrorismo vasco, pero lo mismo podría decirse de la Transición o del cuestionamiento del modelo de monarquía constitucional bajo el que vivimos”.
Hace falta que este tipo de acontecimientos traumáticos se asienten, adquieran distancia en el tiempo, asegura Elena Ramírez, directora de Seix Barral, quien apostó por El corrector
Al margen de la corrección que ha hecho el paso del tiempo, sigue resultando paradójico. Los últimos años lo demuestran: se han escrito más libros sobre el terrorismo de ETA –La Comensal, por ejemplo-, también acerca de la transición española o incluso de la ruptura del consenso que esta pretendía, reflejada en novelas como La habitación oscura de Isaac Rosa, pero sigue sin saldarse la deuda con los atentados. De hecho se han escrito más libros sobre el 15M que sobre los atentados de Atocha, ¿qué significa eso? Casi siete años después de la publicación de El corrector, su editora Elena Ramírez no ve algo como una incapacidad manifiesta, ni mucho menos pocos libros de ficción dedicados al respecto. Ramírez percibe, acaso, una falta de perspectiva para elaborar un relato al respecto: “No estoy tan de acuerdo con la premisa inicial. Cuando salió El corrector hubo varias novelas publicadas. No sé si es una cuestión de impacto o si no hay la perspectiva suficiente. Hace mucho que no veo una novela con este tema de fondo, pero sí es verdad que en su época sí llegué a recibir muchos manuscritos, que no publicamos en el sello porque no tenían la calidad literaria. Hace falta que este tipo de acontecimientos traumáticos se asienten, adquieran distancia en el tiempo”, dice la editora de un catálogo que se ha carceterizado por su vocación de encuentro con la realidad social y política.
Hasta ahora, en la enumeración de las novelas dedicadas al 11M se citan tres, quedan dos más: Saliendo de la estación de Atocha, de Ben Lerner (Kansas, Estados Unidos, 1979) cuya sustancia literaria es justa –bastante justa-; la otra fue publicada en 2015 con el título 11M: once días de junio, en el que el periodista Víctor Llano narra la historia de un abogado defensor de unas víctimas obsesionado por saber la verdad. La historia se desarrolla entre Asturias y Madrid, el libro se mueve entre el thriller y el policiaco. Su impacto en tal caso es tan escaso como la de Ben Lerner.
Se podría hablar de una sexta elaboración de ficción –se trata de un relato, no de una novela- si se incluye el libro de relatos que Fernando Aramburu publicó en 2011 con el título El vigilante del Fiordo, y en el que se incluye Carne rota, un cuento con el que el donostiarra compone un mosaico a partir de las vivencias de varios personajes en la tragedia del 11-M: la voz de un padre que sobrevivió a las explosiones y visita la estación con su hijo un año después; la imagen de una mano de uñas pintadas de rojo que sobresale bajo una manta y finalmente el de dos chicas que esperan poco antes de las 7.30 la llegada del tren 21431: una viste parka negra y lee las últimas páginas de una novela de Pérez Reverte, la otra lleva un chaquetón de paño verde y se repinta los labios. Ambas aguardan el tren para ir a un trabajo al que no llegarán. "No tengo explicación. Tanto escritor presuntamente comprometido, afincado en Madrid, y sin embargo...este hecho trágico no ha merecido tanto la atención como los desahucios, la corrupción, el politiqueo local", descerraja Aramburu ante la pregunta sobre los motivos. Y aunque matiza o procura hacerlo al afirmar no estar seguro de las razones... hay algo rotundo, especular y a la vez trágico. Tanto como el propio 11M.