John Hemingway nació casi un año antes de que de que su abuelo, Ernest Hemingway, se quitara la vida en su casa de Idaho con una escopeta de caza de dos cañones, el domingo 2 de julio de 1961. No guarda conciencia él de la figura corpulenta y encanecida del autor de Por quién doblan las campanas, pero sí de la larga sombra que se cernió sobre su padre, Gregory Hemingway el segundo hijo que Ernest tuvo con Pauline Pfeiffer, la segunda de las cuatro esposas que tuvo el escritor.
Esa larga historia, donde la enfermedad parece un cemento que todo lo sella -¿todo lo explica, lo justifica?- es el tema central del libro que John Hemingway ha publicado recientemente con Planeta en España: Los Hemingway, una familia singular.
En las páginas de este libro, que es a la vez catarsis familiar o ejercicio íntimo, el traductor, periodista y escritor John Hemingway narra la dura vida de su padre, Gregory, y los paralelismos que existían entre él y el escritor: una larga historia de desequilibrios mentales, desencuentros y oscuridades que John describe, dice él, con la intención de buscar una respuesta a tantos años de tragedia.
Gregory Hemingway nació en Kansas en 1931 y murió en 2001 en Miami, tras sufrir un infarto mientras cumplía condena por exhibicionismo en una cárcel de mujeres. En ese entonces ya no respondía al nombre de Greg Hemingway, sino Gloria, identidad que había adoptado como suya tras una operación de cambio de sexo a mediados de los 90.
Aquella muerte de la que los medios informaron casi como un apunte, encubría una convulsa historia personal que motivó a su hijo, John Hemingway a escribir, de una vez por todas, un libro que pusiera tierra de por medio entre él y los fantasmas que aún rondan el caserón abandonado que continúa siendo el apellido Hemingway.
“Llevaba años queriendo escribir esto como una novela, pero tomé la decisión de escribirlo así, como un libro, cuando, al morir mi padre, leí una de las noticias que se publicaron en la prensa norteamericana. La nota hablaba de la sordidez de un hijo de Hemingway hubiese muerto travestido en una cárcel. Esa periodista, como mucha gente, no tenía ni la más puta idea de lo que estaba diciendo”. John Hemingway cuenta todas estas cosas, por teléfono, con una voz despreocupada, afable, sincera. Como si se tratara de una historia vivida por otros.
"Mi padre, a diferencia de mi abuelo, fue quizás más valiente: él pudo aguantarlo hasta el fin de sus días. Él no se suicidó”
“Por eso decidí comenzar a escarbar en la relación entre mi padre y mi abuelo, para encontrar las muchas similitudes existentes entre ambos: los dos eran frágiles, dependientes emocionalmente, hombres con una gran sensibilidad y marcados por trastornos de bipolaridad, adicción al alcohol y por enormes depresiones que los dejaban postrados en cama. Mi padre, a diferencia de mi abuelo, fue quizás más valiente: él pudo aguantarlo hasta el fin de sus días. Él no se suicidó”.
Marcado por el odio a su madre, en el caso de Ernst, y por el rechazo que Pauline sentía por Gregory, ambos, escritor e hijo, vivieron una relación atormentada con lo femenino. Y aunque John Hemingway cae en la tentación de sugerir el travestismo de Gregory como un mecanismo para “matar al padre”.
En algunos pasajes y cartas aportadas en el libro, es posible percibir al rudo y exageradamente masculino Hemingway como alguien incluso necesitado de experimentar su propio lado femenino. Al preguntar si en algunos momentos intenta sugerir una homosexualidad velada o reprimida en su abuelo, John Hemingway se aclara en el acto.
“Podría haber sido, a juzgar por algunas cartas. Pero me refiero a que tanto en mi padre como en mi abuelo, en algunos momentos de su vida, se expresa, con lo femenino una confusión que es tan física como afectiva y que está explicada, justamente, por lo frágiles que son ambos, en especial mi abuelo, a quien se le atribuyó siempre el estereotipo de macho, reportero de guerra, hombre duro y rudo, que en el fondo tenía tantas carencias afectivas como las tuvo mi propio padre”, dice.
El libro aporta cartas, documentos, fotografías y recuerdos que amueblan el universo de un hombre que intenta, como puede, saber quiénes son y quiénes fueron, realmente, los hombres que le antecedieron. “¿Cree, después de sumergirse en las debilidades de ambos, que el carácter de Hemingway era el de un hombre brutal tocado por una extrema sensibilidad?”. A la pregunta, John responde, como a casi todo, sin titubear: “Mi abuelo no era un hombre brutal, ni mucho menos cruel, él, como mi padre, era un ser extraordinariamente sensible, el mejo escritor y novelista de Norteamérica, y sin embargo, también un ser débil y enfermo”.