Las palabras son lo único que tenemos. Las necesitamos para definir cosas, acciones y objetos que ya casi olvidamos. Con ellas definimos un mundo que se ha convertido en otro tras la aparición del coronavirus. Por ese motivo, en Vozpópuli hemos pedido a los escritores nuevas definiciones de palabras que no volverán a ser las mismas. Es su material de trabajo, ¿quién si no ellos para esta búsqueda?
Manuel Vilas comenzó con Alegría, le siguieron Sergio del Molino con Balcón, Marta Sanz con Cicatriz y Carlos Zanón con la palabra Casa. Pedimos ahora a Lea Vélez unas líneas sobre la palabra Duelo y a José María Marino una nueva definición de Esperanza.
Toma el relevo, a su manera, el escritor Leandro Pérez, un novelista joven y tenaz que ha dedicado al balompié páginas vivaces. Ha hecho lo propio con el baloncesto. Ante la petición de Vozpópuli de una nueva definición para el deporte que a muchos quita el sueño, Pérez ofrece una interpretación libre de la línea divide el fútbol del que conocíamos al que ahora tenemos en la cabeza.
Con el thriller Las cuatro torres (Planeta, 2013), Leandro Pérez (Burgos, 1972), se estrenó como autor de novela negra y dio paso a una serie dedicada a Juan Torca, un ex soldado y mercenario que desentraña una trama de corrupción en la Liga de Fútbol y un complot contra Florentino Pérez, y que aparecería luego en La sirena de Gibraltar(Planeta). Un héroe estropeado que en aquella novela estrujó los entresijos de un deporte que, ya a estas alturas, se ha convertido casi en religión.
Una definición de fútbol, implicaba para Leandro Pérez la lenta recitación de lo que fue y de lo que se espera. El fútbol como lugar de la victoria y la derrota, plegadas en la propia vida, ahora como una costumbre remota que glosa en estos versos.
Fue esta puñetera primavera,
En un salón de cualquier casa,
Todo era gris y estaba fatigado
Igual que el iris de una perla enferma.
Eran niños confinados, padres y abuelos en cuarentena,
Un susurro de voces allá por los pasillos,>
Papeleras de canastas,
Porterías en las puertas y sillas vacías.
Las pelotas de espuma
Y los rollos de papel higiénico
despertaban ruidos en la cocina.
Una mujer silenciosa estaba
Cerca de mí. Veía
La sombra de su largo perfil algunas veces
Asomarse abstraída al borde del partido,
Con la misma fatiga
Del muerto que volviera
Desde la tumba a un estadio bullicioso
En los labios de esa mujer,
Allá por los rincones
Donde los abuelos susurraban,
Densa como una lágrima cayendo,
Brotó de pronto una hora: las Ocho.
Un cansancio sin nombre
Rodaba en mi cabeza.
Encendimos las luces. Nos marchamos.
Tras los balcones casi a oscuras
Me hallé cerca de la calle,
Y mi lado, al volverme,
Vi otra vez a aquella mujer silenciosa,
Que aplaudía solemne.
Al volver al salón se detuvo.
«¿Fútbol otra vez?», dijo. «Ya mañana,
Hagamos la cena.»
El partido se disolvió entre la sombra húmeda.