"¿Le gustaría que hubiera más jugadores blancos en la selección?", la televisión pública alemana ‘WDR’ realizó este año una encuesta con esta pregunta que levantó una fuerte polémica con acusaciones de racismo. La pregunta estaba formulada dentro del documental Einigkeit und Recht und Vielfalt (Unidad, derecho y diversidad), de Philipp Awounou en el que se analizaba la evolución étnica de la selección alemana de fútbol. El 66% consideraba bueno que ahora haya muchos futbolistas de origen inmigrante. Mientras que el 21% de los encuestados afirmó que les parecería mejor que en el combinado nacional hubiera más jugadores de piel blanca.
En el contexto alemán, la encuesta era lo mismo que preguntar sobre los jugadores negros o de origen turco, las dos ‘razas’ más representadas en la formación germana. Varios jugadores y el entrenador censuraron la pregunta por “racista”, en un momento en el que la capitanía ya había generado polémica por haber recaído en Ilkay Gündogan, jugador nacido en Alemania de ascendencia turca.
En pleno auge de la extrema derecha identitaria en toda Europa, la incorporación de jugadores de origen migrante a las selecciones nacionales es una de las polémicas recurrentes de París a Berlín. En la victoria francesa del Mundial de 1998, disputado en Francia, se destacó la éxito de una combinación entre jugadores blancos, negros y de origen árabe. Ya en los noventa y primeros 2000, el entonces líder del Frente Nacional francés Jean Marie Le Pen criticaba la presencia de “demasiados” negros en el 11 titular galo.
"No cantan el himno o no saben la letra. Me parece artificial reclutar jugadores del extranjero y llamarlos Selección de Francia", dijo Le Pen de jugadores como Zidane, de origen argelino. El enfrentamiento entre jugadores negros o de origen árabes con la dinastía ultraderechista ha continuado en la actualidad con la actual líder de la formación Marine Le Pen que criticó a jugadores que como Zidane pidieron el voto a su rival en las urnas. Esta misma semana, Ousmane Dembélé, jugador francés de padre maliense y madre con ascendencia mauritana y senegalesa reaccionó a la victoria de Le Pen en las europeas llamando al voto en los próximos comicios legislativos: "Ha sonado la alarma. Tenemos que movilizarnos para ir a votar. Tenemos que movilizarnos. ¡Todos, id a votar!"
Dembélé hereda el papel de Zidane con el ascenso de Le Pen.
— Relevo (@relevo) June 13, 2024
? "Ha sonado la alarma".
? El jugador francés pidió a la población que acudiese a las urnas y evitó criticar a la ganadora de las elecciones europeas.
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El hecho de que casi un cuarto de los alemanes encuestados se sientan incómodos por la presencia de negros y turcos habla mucho de la facultad de las selecciones nacionales como espejos de la nación. Uno de los mayores estudiosos del nacionalismo, Benedict Anderson dejó una de las más acertadas y sucintas definiciones de la nación como “comunidad imaginada”. Una abstracción de un grupo de millones de personas definido por una serie de características tan maleables como la ideología de turno indique.
Siguiendo esta definición, el historiador Eric Hobswabm apuntó a la potencia del fútbol en esta representatividad: “La comunidad imaginada de millones de seres parece más real bajo la forma de un equipo de once personas cuyo nombre conocemos. El individuo, incluso el que se limita a animar a su equipo, pasa a ser un símbolo de su nación”, señaló en su clásico Naciones y nacionalismo desde 1780.
Las victorias en campeonatos internacionales también han servido para reforzar y resignificar los símbolos nacionales en países en los que parte de la población tenía ciertos reparos a identificarse con la bandera. Sin ir más lejos, el gol de Iniesta de 2010 sirvió para que miles de españoles vieran la rojigualda con otros ojos. Juan Carlos Monedero reconocía una anécdota de aquella noche: “Pablo Iglesias y yo nos fuimos en moto con una bandera republicana a Lavapiés a celebrarlo y allí estaban los inmigrantes con la bandera española y ahí pensamos que ese día algo había cambiado y había que celebrarlo con la bandera que llevaban ellos”.
Nacionalismo banal y geopolítica
Algo similar le sucedió en Alemania en 2006, cuando durante la celebración del Mundial, miles de alemanes cogieron por primera vez la bandera tricolor. El sociólogo Michael Billig se preguntó una mañana mientras leía el periódico por qué sentía placer al ver que un compatriota llegaba antes a la meta, saltaba más alto, o metía más goles que un extranjero. Billig desarrolló el concepto de ‘nacionalismo banal’ para toda esta serie de elementos o situaciones que sirven para “enarbolar o recordar la nación de forma continuada”.
Otros analistas también han estudiado la capacidad del fútbol como arma geoestratégica. “El fútbol no es solo un deporte; es una herramienta de poder blando (soft power)' en manos de Estados y grupos de interés, es un instrumento geopolítico, utilizado por las grandes potencias, y un actor geopolítico global en sí mismo”, señalan Narcís Pallarès-Domènech, Alessio Postiglione y Valerio Mancini en El gran juego, donde analizan la geopolítica del fútbol actual.
Los autores afirman que los Estados utilizaron el deporte rey desde el primer momento para reafirmar su propia existencia: “Uruguay, nacido bajo el auspicio del Imperio británico como Estado tapón entre Argentina y Brasil, organizó -y a la postre se alzó vencedor- la primera Copa del Mundo en el año de su centenario, con el objetivo de reafirmarse como nación en un sentido geopolítico e identitario”.
Las dictaduras dieron un paso más y supieron explotar el deporte como el mejor cañón propagandístico. Los fascismos de los veinte y treinta fueron el mayor ejemplo de instrumentalización del fútbol y del deporte en general. La Italia de Mussolini conquistó los Mundiales de 1934 y 1938, y los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936 siguen siendo considerados uno de las cumbres de la propaganda política. Por su parte, la España franquista adoptó el modelo de organización fascista con la Falange asumiendo las competencias deportivas. De la misma forma que Mussolini había llevado sus camisas negras al propio uniforme italiano, la ‘Roja’ española se volvió azul por la significación política de dichos colores. En las siguientes décadas, la URSS y el resto de dictaduras comunistas también encontraron en el deporte una forma con la que demostrar la superioridad socialista frente al capitalismo. Si la lucha entre los dos bloques había llegado al espacio, los medalleros no iban a ser menos.
Los autores de El gran juego también apuntan a la organización de torneos como una forma de mostrar músculo en el tablero internacional: “El Mundial de Corea del Sur y Japón sirvió para reafirmar la centralidad del Pacífico respecto a los viejos ejes atlánticos; Sudáfrica, Brasil y Rusia, economías emergentes del llamado grupo de los BRICS, organizaron los Mundiales de 2010, 2014 y 2018 respectivamente para demostrar al mundo su nuevo estatus. Con Catar 2022 se ha reafirmado el protagonismo de los países del Golfo”.