Cultura

Por qué vivimos peor que nuestros padres (sobre el peligro eco-reaccionario)

Los que tenemos treinta o cuarenta años vivimos hoy en día peor que nuestros padres, pues no disponemos de vivienda en propiedad, la estabilidad laboral es escasa y somos además inducidos a tener mascotas en vez de hijos

Han de saber ustedes, plebe contaminante que adquiere a diez céntimos bolsas de plástico cada vez que va a hacer la compra porque se olvida de llevar la bolsa ecológica de algodón egipcio, que una vez agotado el ciclo político de la izquierda identitaria pero normalizada su doctrina (Sumar ha nombrado a una trans como comandante en jefe, no de la comunidad trans, sino de las mujeres), ha llegado su continuación natural, la izquierda eco-reaccionaria. Nuestra Señora de YolanDior, antaño protectora de la juventud que persiguió todo aquello que oliese a humano en nombre de la liberación identitaria y animal, ha reconocido que la situación económica y material de las mayorías ha empeorado y que es necesario tomar medidas. En su diagnóstico rojo charol, la actual epidemia de pobreza y precariedad no es consecuencia del reparto desigual de la riqueza causado por la jauría globalista neoliberal, sino de la crisis climática que todos nosotros hemos creado y que ha de ser combatida por el capitalismo verde de ese New Green Deal que el yolandiano Emilio Santiago defiende proclamando que “el teletrabajo debería convertirse en norma y no en excepción” y que “tenemos que transitar a toda velocidad hacia un sistema energético renovable, pero también son necesarios cambios sociales y culturales”.

No se engañe, lector. Si usted considera que los que tenemos treinta o cuarenta años vivimos hoy en día peor que nuestros padres, pues no disponemos de vivienda en propiedad, la estabilidad laboral es escasa y somos además inducidos a tener mascotas en vez de hijos, debe saber que esto no se debe a que nuestras condiciones de vida hayan sido arrasadas por el ethos individualista neoliberal y la globalización como en su día denunció Ana Iris Simón en Feria, sino a que nuestros padres (e incluso nosotros mismos) han estado agrediendo a la Madre Tierra. Esta es la tesis de Vivir peor que nuestros padres, ensayito mediático publicado por Azahara Palomeque que no solo le expropia el ideario de izquierda real a Ana Iris Simón (es decir, nos han engañado con la metadona del progreso: reaccionemos pues vivimos peor que nuestros padres), sino que lo expurga de toda politización y humanidad para convertirlo en una agenda clasista y neo-estamental que toma forma de lo que podemos definir como ideología eco-reaccionaria. 

Como estamos en pleno periodo de implantación de esos “necesarios cambios sociales y culturales” que solicita el new green dealer Emilio Santiago, es importante comparar el proyecto eco-reaccionario de Palomeque con la idea democrática de país defendida por Ana Iris Simón, denostada como nostálgica, retrógrada y casi que fascista por incluir a una inmensa mayoría de ciudadanos de baja extracción social que pese a haber accedido a estudios superiores, haber viajado, aprendido idiomas y haber vivido en idealizados centros de metrópolis también hemos dicho no a la trampa progresoide que buscaba deslocalizarnos y despolitizarnos. 

Vaya por delante que Palomeque parece ser una de esas antifascistas de piscina y gin-tonic descritas, con bisturí pero sin anestesia, por Alberto Olmos, es decir, alguien que lanza insidias a sabiendas sobre quien debiera ser una compañera de viaje (Ana Iris Simón) porque es el chivo expiatorio de los biempensantes pero blanquea, por ejemplo, la agenda infanticida, inhumana y capitalista-filantrópica de Peter Singer porque es alguien poderoso. No es por eso inocente que más que como un manifiesto eco-político, Vivir peor que nuestros padres se lea como una hagiografía o crónica de méritos en el que su autora se presenta al mundo como la perfecta intelectual de nueva izquierda que, además de ser antinatalista, mascotista, glolocal, antipopular, cosmopolita y haber sufrido una depresión, es Doctora en Estudios Culturales por Princeton, título con el que pareciese querer legitimar que su voz valga más que la de la plebe. 

La casta eco-reaccionaria: entre la plebefobia, el greenwashing y la tecnocracia

Haciendo gala de la deshumanización del conciudadano, vecino o incluso familiar propio de la política identitaria, Palomeque confiesa el desagrado que le supone a ella y a sus eco-amigos estar “obligados a convivir con los perpetradores, en mayor o menor medida, del desastre [ecológico], a quienes muchas veces amamos [pues] son nuestros padres”. Este afectado complejo de superioridad frente a los contaminantes seres que la rodean, lleva a Palomeque a hablar con admiración de un colega que “[recorre] América Latina cultivando huertos orgánicos y ayudando a las comunidades indígenas a organizarse para luchar contra las multinacionales” o de un científico “especializado en salvar abejas de la debacle medioambiental” pero a mostrar un condescendiente desprecio con respecto a una vecina que se pregunta para qué sirve tanto estudiar y a la que “sería inútil (…) esclarecer el deterioro climático, o esos modos de vida basados en el consumismo que su generación había asumido acríticamente”.

He aquí la gran diferencia entre Simón y Palomeque. Mientras que la primera considera que las formas de vida populares son éticas y políticamente revolucionarias en su relativo conservadurismo con respecto a lo que importa, la segunda es abiertamente plebéfoba y apuesta porque sea una élite tecnócrata la que decida los destinos de la mayoría. Esta disparidad de criterio se refleja en la postura acrítica y alienante de Palomeque con respecto a ese engaño masivo que ha sido la inflación de títulos y el éxodo de investigadores a países extranjeros (sobre este pelotazo académico Pedro Baños ha señalado que “en la mayoría de los casos, lo único que ese cúmulo de títulos implica es un exceso de gasto y una pérdida de tiempo”). Palomeque, por ejemplo, no solo se lamenta de que una amiga suya con licenciatura y máster ha tenido que degradarse a preparar oposiciones y que “ahora da clases como interina en un instituto perdido de la sierra” sino que asegura que “a los cuarenta te das cuenta de que tu jefe, cuyo único mérito es haber nacido un cuarto de siglo antes que tú, te pisotea descaradamente por el miedo a que le hagas sombra. Odia los dos másteres y los tres idiomas que acumulas más que él”.

Este matonismo académico lleva a nuestra autora a enfrentarse al “anti-intelectualismo” que según ella representa Ana Iris Simón y a destacar la “tremenda ingenuidad” (sic) de esta, cuyas supuestas “definiciones monolíticas de hombre y mujer, decimonónicas y centradas en los reproductivo, ya llevaban décadas siendo interrogadas, como demuestra Paul B. Preciado” (sic). En realidad, lo que Palomeque no perdona a Simón es que esta nos haya vacunado en Feria contra el discurso de esta “lumpen-burguesía (…), señoritos diciéndole al pueblo lo que el pueblo es” y que haya osado confesar que “el problema es mío por haber elegido Netflix, HBO, Filmin (…), por haber elegido la universidad antes que nada en el mundo y el centro de Madrid” porque “eso excluye lo que realmente soy yo”, es decir por haberse atrevido a denunciar la trampa mediática, académica y urbanita que nos tendieron a los hijos de las clases bajas para legitimar nuestra desposesión material e intentar que nos convirtiésemos en ogros de nuestros prójimos.

Colonialismo verde

Es precisamente el papel de disciplinadora social el que lleva a Palomeque a dividir arbitrariamente a los ciudadanos entre buenos y malos como hace cuando acusa a Ana Iris Simón de ser negacionista climática porque en la novela Feria, el personaje de la autora “asegura volver de la compra con una bolsa de plástico porque siempre se le olvida la de tela” y porque “cuando elogia el Quijote (…) alude a los molinos cervantinos y a los otros, «que ahora son más delgaduchos y andan por aquí y por allá, que los llaman “energías limpias”» para, acto seguido, aseverar que ese asunto lo dejará «para otra ocasión»”. El argumento de la bolsa de plástico es sorprendente porque solo unas páginas antes Palomeque, que debe gozar de aforamiento ecológico, cuenta como llevó a cabo, sin el menor remordimiento climático, una mudanza trasatlántica desde EEUU para traer “casi mil libros”, “algunos muebles a los que cogí cariño” y   “varios lienzos que pinte cuando la depresión”, derroche ecológico que incluso este ecocida servidor evitó, pues tras renunciar a mi plaza de profesor universitario en EEUU y decidir volver a Galicia con esposa e hijos después de trece años, lo hice únicamente con un par de maletas.

En contra de lo afirmado por Palomeque, quien parece estar más cerca del New Green Deal que del anticapitalismo colapsista de Antonio Turiel, Ana Iris Simón denuncia el expolio que el colonialismo verde de los macro-parques eólicos y solares (tan destructivos como las macro-granjas o la minería extractiva) está llevando a cabo en la España Vaciada. En este sentido, Palomeque defiende que “la hecatombe medioambiental (…) ha de pasar por la gestión de territorios rurales” a manos del capitalismo verde pero acusa a Ana Iris Simón de añorar el pelotazo inmobiliario noventero por reclamar el derecho a tener vivienda propia. Llegados a este punto nos preguntamos si la doctora Palomeque es capaz de leer, ya no de manera crítica, sino literal, pues el leitmotiv de Feria consiste en alertar de los efectos destructivos que ocasionó la “nación-rotonda”, pues “el progreso trajo consigo, además de rotondas y chalés adosados (…), y supermercados que ya no olían a animal muerto, una ola de crueldad”. La postura de Palomeque no puede ser más reaccionaria: mientras en su libro habla de amigos de vida precaria que sobreviven por haber heredado, en usufructo o propiedad, segundas o terceras viviendas de sus familias, advierte al populacho que es reaccionario querer ladrillo (es decir, casa propia) o coche y que “lo que hay que hacer es vivir con menos, [que es] lo que sería lo climáticamente apto”.

La ideología eco-reaccionaria de Palomeque es la propia de un capitalismo que engendra toda una serie falsos premios de consolación como la liberación sexual, el mito de la vida en solitario, la ciudadanía multicultural...

En el fondo, la ideología eco-reaccionaria de Palomeque es la propia de un capitalismo que, como ya no puede proveer oportunidades de vivienda o de formar familia, engendra toda una serie falsos premios de consolación como la liberación sexual, el mito de la vida en solitario, la ciudadanía multicultural o el consumismo transgresor que sustituyen a la emancipación económica. Esta romantización de la esclavitud ciudadana lleva a la princetoniana a acusar a Ana Iris Simón de idealizar la familia y la tradición, cuando lo que esta hace, en tanto que novelista, es mostrar que su familia (padres separados) y la vida de su pueblo, pese a ser relativamente disfuncionales, son estructuras básicas de humanización y supervivencia. En contra del punitivismo social impulsado por Palomeque y otros gurús de la neo-izquierda como Elisa Beni, que culpó a los jóvenes de ser precarios por vividores, Ana Iris Simón apuesta por la politización y el derecho de la ciudadanía a considerar, al margen de multinacionales y universidades de élite, qué es el progreso humano, y qué constituye un recorte en toda regla de derechos.

¿Por qué vivimos, entonces, peor que nuestros padres? Entre otras cosas porque eco-reaccionarios como Palomeque atacan a la ciudadanía y justifican a los verdaderos ecocidas al no denunciar, por ejemplo, el atentando ecológico, ciudadano y alimentario que supone que en España se vendan, gracias a los tratados de libre comercio de la UE, hortalizas y frutas extranjeras que no pasan el control fitosanitario que se le exige a nuestros pequeños productores. Este eco-reaccionarismo de élite no es más que una egología, un narcisismo que hace que sus defensores, como Narciso, sean flores decorativas de una riada capitalo-verde que nos destruirá. Así que, ahora, ya lo saben, compatriotas. No se resistan. Pónganse una soga al cuello, adopten la postura cuadrúpeda, rebuznen, balen o hagan miau (nunca muuuu, que las vacas contaminan), y entreguen la gestión de sus vidas a la generación más preparada de la historia, que lo quieran o no, va a disciplinarlos con fiereza para hacer que sus existencias sean “climáticamente aptas”.

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