“Y cuando el Cordero rompió el séptimo sello del rollo, hubo silencio en el cielo durante una media hora”. Que un director desconocido, con actores desconocidos, recurra a un igualmente poco conocido pasaje del Apocalipsis para titular una película, revela la osadía intelectual de Ingmar Bergmann. Si encima el argumento versa sobre algo tan lejano como la epidemia que padeció Europa en el siglo XIV, parece que se estuviera buscando hacer cine de minorías. Sin embargo El Séptimo Sello (1957) se convirtió en una película de culto y catapultó a la fama mundial a Bergmann.
No sólo al director sueco, también a su actor principal, Max von Sydow, que pasaría de hacer teatro y películas poco comerciales para el limitado público de Suecia, a ser una estrella internacional, mimado de Hollywood desde que protagonizó El exorcista, con unas 150 películas en su currículum, incluida la saga de La Guerrra de las Galaxias o la serie Juego de Tronos. Lograr eso componiendo un personaje hierático que juega una partida de ajedrez con la Muerte, metáfora de la infructuosa lucha de la Europa medieval con la Peste Negra, revela la potencia dramática de las imágenes del Séptimo Sello.
En la película Max von Sidow intenta alargar la partida de ajedrez sabiendo que al final le vencerá la muerte. En la vida real el actor ha logrado prolongarla más que la mayoría de las personas, hasta los 90 años. Precisamente falleció a esa edad el domingo pasado, lo que junto al coronavirus se conjuga para poner de actualidad El Séptimo Sello.
Esta película se podría inscribir en la larga serie de obras de arte, tanto pintura como literatura, que han inspirado las epidemias. Como muchas de esas obras son contemporáneas de las plagas, podrían verse como una fórmula de exorcismo, un intento de controlar el mal al representarlo según nuestro criterio. Hay una especie de humor macabro en las muchas versiones de la Danza de la Muerte, esqueletos que bailan grotescamente y nos invitan a seguirlos, o en los seres cadavéricos –inspiración de los actuales Living dead televisivos- que asuelan campos y ciudades, llevándose a los ricos como a los pobres, combatiendo con los que les ofrecen resistencia, mientras que otros pretenden evadirse gozando del amor, jugando o emborrachándose.
La obra maestra del género es sin duda El triunfo de la Muerte de Peter Brueghel el Viejo. Una tabla de grandes dimensiones, saturadas de cientos de personajes, vivos o muertos, con múltiples acciones paralelas, de brillante colorido y genial composición. Resulta una antología sobre la Peste Negra, es una de esas pinturas ante las que puede uno pasarse todo el tiempo que quiera y jamás se aburrirá, pues tiene cientos de detalles sorprendentes que vale la pena descubrir. Tenemos la suerte de poder gozar de este cuadro en el Museo del Prado –cuando lo reabran, naturalmente.
Impacto en España
El Séptimo Sello no tenía ese carácter de conjuro de una enfermedad, pero quizá sí de la angustia con que se contemplaban los conflictos mundiales en los años álgidos de la Guerra Fría, y el dilema de la fe religiosa como recurso. Así se interpretó en ciertos altos círculos del pensamiento católico. La revista América, de la Compañía de Jesús, la veía como “el inicio de una serie de siete películas que exploran la posibilidad de la fe en la era post-Holocausto, la era nuclear”. Y en su cátedra de Derecho Natural de la Universidad Complutense Joaquín Ruiz Jiménez, antiguo ministro pasado a la oposición moderada, jefe de la Democracia Cristiana española, en vez dar clase hablaba con entusiasmo del cine de Bergmann.
En España no se pudo ver El Séptimo Sello hasta tres años después de su aparición, era el tipo de película, con escenas crudas de sexo y tratamiento ambiguo de lo religioso, que no le gustaba a la censura de la época. Pero pudo colarse entre sus mallas gracias a la Semana de Cine Religioso de Valladolid. Como su nombre indica se trataba de un certamen cinematográfico promovido por la Iglesia española, que había empezado a funcionar en 1956. En 1960 llegaron ciertos aires de renovación a la Semana. No sólo amplio su nombre para llamarse de Cine Religioso y Valores Humanos, sino que admitió a Bergmann y le dio el premio. Con esta credencial de la Iglesia, la censura ya no se atrevió a prohibir El Séptimo Sello, que provocó el estupor de los espectadores españoles, jamás enfrentados en todos los años del franquismo a una película tan revulsiva para la conciencia.